Ha sido el temprano post de Julen Iturbe de ayer por la mañana el que me ha hecho vibrar esta vez.
Se trataba de dar respuesta a la tercera de las 27 preguntas de Borja Lastra que ha prometido responder: «¿Cuáles son nuestros esquemas mentales que condicionan nuestra interpretación de la realidad y nuestra conducta?»
La reflexión de Julen concluye en 5 «modelos mentales», frecuentes fuentes de oposición a los cambios relacionados con el trabajo. Recomiendo vivamente la lectura del post porque la sencilla descripción de estos 5 modelos muestra la verdadera profundidad con que condicionan los comportamientos humanos frente al trabajo.
A saber:
- El trabajo está hecho para sufrir.
- La empresa me va a explotar porque su objetivo es maximizar resultados.
- El conocimiento es importante y, por tanto, tengo que protegerlo.
- Las cosas hay que pensarlas bien antes de hacerlas.
- La empresa, a pesar de todo, me da seguridad porque me asegura el ingreso económico que necesito.
Los cinco me son familiares. Puedo encontrarlos mirando a mi alrededor… e incluso puede que no me haya desprendido yo aún del todo de alguno de ellos. Pero al recorrerlos, he tenido la sensación de que esa propuesta incuestionable no me dejaba del todo satisfecho.
Creo que ahora tengo algunas razones que puedo explicitar, aunque las dudas y la pequeñez del principiante lo conviertan en audacia ;-).
Vamos, que creo que falta al menos uno. Es el que sigue:
6. Café para todos.
Este modelo mental nace de algo bueno en su propia esencia (como en el punto 4): igualdad de trato por parte la empresa que evite la adopción de medidas arbitrarias y discriminatorias y fomente relaciones laborales justas. Muy bien… Pero su larga vida reivindicativa en las organizaciones, necesaria por otra parte, ha acabado por generar un monstruo anquilosante que impide los grandes cambios necesarios para renacer.
Permítanme que me centre en las empresas de producción industrial, que son las que yo he conocido desde dentro (no voy a pensar ahora en si es extensible al resto) y déjenme que reconozca que quizá esté mi reflexión ya demasiado teñida del mundo cooperativo en el que me integro. Algunas consecuencias y disfraces del café para todos:
- Nos han terminado por dotar de normas y reglamentos de funcionamiento interno normalmente muy rígidos, fruto de un trabajo de ajuste y regulación de excepciones tan pesado, consecuencia de conflictos pasados y anclados en la memoria colectiva… que cambiarlos ahora supone un reto para titanes: ¡mejor no tocarlo!
- Es fácil encontrar valoraciones estructurales asociadas al puesto y a las tareas, aprobadas en su día con el objetivo de hacer una «justa» y «objetiva» valoración del trabajo. Valoraciones que han acabado siendo defendidas sobre todo por quienes rehúyen entrar a debatir la valoración ligada a la aportación de valor o al mérito. Una traslación casi directa del proceso de límite permanente que suponen, a mi modo de ver, los sistemas de incentivos a la producción. Pero… díganme si son capaces de encontrar a alguien que considere justo el sistema que tiene, sea el que sea.
- Confusión entre reconocer el trabajo de equipo y negar el reconocimiento individual. Oposición sistemática a la diferenciación individual retributiva. Aunque sea merecida.
- Normativas de horarios y calendarios elaboradas desde la noción de control y el todos-igual, cuyo cumplimiento universal es «vigilado» para evitar «privilegios». «Privilegios» frecuentemente mal entendidos: si yo tengo que trabajar a relevo y mi «trabajo» es controlable… ¿cómo pretendes hablarme de teletrabajo y de flexibilidad? ¡O todos… o ninguno! (luego ninguno, claro).
- La excusa de los caraduras: como al mostrarme flexible afloran algunos «jetas», para evitar que existan… elimino la flexibilidad. ¡Bien hecho, con rigor… era intolerable!
- En la actual situación de dramática reducción de la actividad, el café-para-todos nos conduce a reforzar la vigilancia social sobre las consecuencias que se asumen por la dicotomía de trabajadores directos-indirectos: ¡aquí todos igual! ¡que no se mueva nadie!… Cuando lo que debe ajustarse es la producción a la demanda, parece lógico pensar que la forma en que una empresa salga de esta crisis no va a ser baladí para su futuro. ¿No debería haber, por tanto, un claro desequilibrio hacia quienes deben centrarse en encontrar o crear un futuro distinto, aunque decirlo sea «políticamente poco correcto»?
Puedo seguir con más puntos. Seguro que alguno de los anteriores son muy matizables o discutibles: bórrenlo. Y quédense con el resto, cuya voladura normalmente significa asumir que «con la Iglesia hemos topado». ¿No es este esquema mental una descomunal barrera para afrontar los cambios que estamos viviendo en la noción del trabajo?
Gracias por continuar el análisis. Tu sexto punto me suena mucho de las cooperativas 😉
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Gracias a ti, por cuidar de la criatura… 😉
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Hola, hola…el otro día hablaba con un colega sobre la necesidad de regalar «Funky Business» a muchos directivos.
Pasárselo bien, el caos creativo, el individualismo meritocrático (y no todos iguales por narices), la máxima importancia de la innovación y el conocimiento, y tantas y tantas cosas dichas en vuestros post aparecen allá. ¿pero cómo se tomarían ese libro los directivos de nuestro entorno?
Quien sabe, igual nos tenemos que «echar la monte» y redactar un manifiesto a favor de «Funky Mondragon»…la que íbamos a armar 😉
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Pues no me parece descabellado…
A fin de cuentas, una corriente de opinión que promueva cambios en valores y en el como ejercer el papel reservado al trabajo sería rompedora en si misma.
Aunque a mi lo que mas me preocupa es que este sexto modelo mental no es algo exclusivo de directivos, precisamente, sino que está tan arraigado en las personas en general, como interpretacion simple y defensiva de valores identitarios, que se traslada de forma abrumadora a los propios órganos de representacion.
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«Con la Iglesia hemos topado»
¿Y quién es «La Iglesia»? ¿Quién tiene el poder de cambiar las cosas en las casas cooperativas?
Lo que yo percibo es que existe un miedo inmenso a soltar riendas. No vaya a ser que se nos desmadre el chiringuito!
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«La Iglesia» es muchas cosas… tiene muchas caras.
En mi caso, una se podría llamar «normas, estatutos y reglamentos» del grupo comarcal al que pertenecemos… pero sería quizá injusto el dejarlo así, porque en realidad el problema radica en las personas que tienen el poder para cambiarlas, en efecto.
Aquí, en nuestro mundo cooperativo, juegan un papel muy importante los órganos sociales, su rol, sus temores a perder el control social, su frecuente incapacidad de adoptar decisiones trascendentes en una dirección que socialmente se interprete como contraria a las «esencias»… muchas veces desde algo cercano al populismo más que a la traducción real y nueva a un mundo que ya es diferente.
Es decir, en realidad hablamos de los miedos de las personas a lo que consideran es su control sobre las cosas básicas que les afectan y les protegen del riesgo derivado del cambio continuo y acelerado.
También de la sensación de fondo que tenemos… de que estamos trabajando en un entorno privilegiado y que cualquier cambio pondrá en riesgo el que suponemos nuestro «territorio ganado».
Por eso, compartiendo contigo al 100% el temor que existe sobre el control del chiringuito, me temo que el reto es mayor, porque supone remover los valores de seguridad personal que hoy son una rémora enorme para afrontar con lucidez y velocidad suficientes los cambios que están ocurriendo.
Y eso mismo refuerza los temores a soltar esas riendas que mencionas en las personas que tendrían teóricamente el poder o la autoridad conferida para hacerlo.
Bueno… me temo que he generalizado mucho, pero es que concretar (que no sería dificil), me llevaría a un comentario parcial o, por el contrario, aún mucho más largo que lo que ya es de por sí esta respuesta.
Seguiremos. Vamos a tener tiempo para ello…
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