Vibraciones: Natividad

El nacimiento de Jesús supuso una transformación gigantesca del mundo conocido. El más grande de los reyes, nacido en el más humilde de los lugares, para un reino incomprensible para el poder. Históricamente, un suceso minúsculo de expansión viral… que amenazó a un imperio y que configuró las bases, con el devenir de los siglos, de la más grande de las civilizaciones de nuestra historia.

Natividad es nacimiento, la conmemoración del nacimiento de Jesús de Nazareth. Pero a nadie se le escapa que hoy en día la celebración de la Navidad ha perdido para la mayoría ese significado religioso… o lo ha convertido en un background casi residual de una sociedad marcadamente hedonista.

El llamado laicismo es hoy una opción creciente que en amplios círculos de la sociedad es bien aceptada: suena a militante, a progresista… es «guay». Hoy se promueve directa o larvadamente el laicismo hasta de forma desafiante, apoyada con demasiada frecuencia en el sarcasmo (cuando no en la burla) sobre la religión, la Iglesia, «los curas» y su defensa de unos valores cuya interpretación puede haber quedado trasnochada para muchos, pero que tienen derecho a defender.

Pues déjenme decirles que cambiar la crítica saludable y seguramente merecida por el sarcasmo ácido, la provocación o la burla es una conducta cobarde, porque hacerlo hoy no supone riesgos: «leña al mono, que es de goma».

Bien…

Una vez despachado este aspecto, les diré que no era ese el núcleo de este artículo…

La idea de la Navidad ha ido derivando en la buena voluntad, la compasión y la celebración familiar. Pero «la vida es dura… dura y sacrificada» (decía un amigo mío medio en broma medio en serio), así que esa idea centrada en el «buenismo» ha ido perdiendo adhesiones en los últimos años a pasos agigantados.

La exacerbada explotación comercial de la celebración navideña sirve de excelente excusa para criticar la Navidad, pero esa crítica, fundada, va cada vez menos acompañada de la reivindicación paralela de los valores perdidos.

Sé que hay experiencias vitales que a algunas personas les llevan más bien a escapar (yo tuve mi momento, del que quizá les hable algún día), pero… a mí me gustan estas fechas.

Me ayudan a disciplinarme lo justo para recordar momentos de familia, para conversar con el simple deseo de agradar, de invitar, de hacer cosas juntos en casa. Me gustan sus sonidos y ver cómo los hogares y las ciudades se visten de gala (o de hortera, que todo vale) para celebrar algo todos a la vez.

Me gusta también regalar, por qué no… emplear («desperdiciar») el siempre escaso tiempo en dar mil vueltas para encontrar lo que crees que sorprenderá o a gustará a quienes quieres. Sólo lo hago una vez al año (bueno… dos) y me encanta ver cómo la gente comparte alegría e ilusiones, niños y mayores, varias generaciones reunidas, aunque sólo sea como paréntesis obligado en nuestras vidas.

En mi casa celebramos el día de Reyes para los regalos. El Olentzero anda rondando cada año la puerta, pero por el momento hemos conseguido que se reúna con Papá Noel, San Nicolás y Santa Claus para echar un mus la noche del 24, dejando el encargo completo a los Reyes Magos.

Recuerdo los días de Reyes en casa de mis padres con mucha añoranza. Cuando empezamos a ser un poco mayores y ya «lo sabíamos todo», nos pasábamos todas las vacaciones de Navidad pensando en los demás, buscando buenas ideas y haciendo alianzas entre hermanos para poder comprar algunas para las que el escaso presupuesto individual no podía llegar. El 6 de enero empezaba siempre con un chocolate con churros y seguía por una ceremonia interminable, que consistía en ir abriendo cuidadosamente, y uno por uno, todos los regalos que podíamos descubrir alrededor de nuestros lustrados zapatos. La verdad es que media docena de regalos por persona (éramos cuatro hermanos)… daban para un buen rato.

Hoy en día, en la infinita pugna entre Olentzero y Reyes (nos negamos a que haya en los dos), la gente aún nos racionaliza el análisis: «es mejor en Olentzero: los niños, así, tienen tiempo de disfrutar de los juguetes». Pues… yo guardo mejor recuerdo de la excitación de la planificación y la espera que del juego en sí, para el que, en cualquier caso, siempre quedaba todo un año por delante.

La gente ya no lo entiende, pero ese amor desinteresado por tus seres más cercanos, si lo extiendes un poco más allá, se llama caridad, otra palabra que cuando se oye hoy genera incluso cautelas. En la Wikipedia leo que San Pablo definía que «la caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta». No parece fácil, ¿verdad?

Pues practicar la solidaridad desinteresada, por amor a los demás, es caridad, aunque no se trate de caridad cristiana porque quien la practique no lo sea…

Creo que coincidirán conmigo en que la descomposición de algunas de las bases de nuestra civilización occidental es fundamentalmente una crisis de valores. El relativismo moral se extiende con facilidad por las capas de lo no importante… mientras el umbral de importancia se eleva cada día un poco más.

Hace unos días, la tertulia filosófica de Gregorio Luri se me ofrecía, desde El café de Ocata, como un aldabonazo. Necesito que lean su provocación antes de volver a este post para que entiendan bien de qué hablo, porque es posible que él se exprese mejor: «Europa ha dejado de creer que se encuentre en el lado de los buenos. Y por eso cabalga en el caballo del malo«.

En ese sentido, les dejo ahora un vídeo inquietante.

Es un breve documental de poco más de 7 minutos sobre la expansión demográfica del mundo musulmán en Occidente. Les confieso que he dudado mucho de si insertarlo o no porque, desconociendo su propósito y su autor exacto (aunque parece cercano a los movimientos ultra-religiosos norteamericanos) y sin poder decir por qué, destila un tono manipulador, de amenaza larvadamente xenófoba, de llamada a unas nuevas Cruzadas, que incomoda… o hasta irrita.

Pero tratando de escapar de esa sensación, presenta unos datos que, si tan sólo son la mitad ciertos, dibujan cambios demográficos en la sociedad de nuestros hijos de los que desde luego no somos conscientes (o nos resistimos a serlo), cambios que definirán una sociedad con rasgos, con valores, también probablemente muy diferentes.

Así que considérenlo una provocación a la reflexión posterior.

Venga, es un poco jugar con fuego…

Pero ahí va.

Aunque no soy una persona visiblemente comprometida, soy cristiano, no lo oculto ni engaño a nadie con ello. Pero, independientemente del etiquetado (si es que puede uno librarse del mismo a modo de ejercicio), me siento absolutamente alineado con nuestra cultura occidental, la de la vieja Europa, la más libre y la más justa (aunque muestre muchos signos de soberbia, decadencia y podredumbre) que hoy creo que puede encontrarse en este nuestro querido globo.

Una cultura rica, construida a través de generaciones de abusos, de desmanes y de horrores, pero también de ilusiones, de esfuerzos y de sacrificios que han acabado por configurar un esquema de convivencia basado en unos valores cuyas raíces ahondan en el humanismo cristiano pero que son, a mi modo de ver, intrínsecamente buenos.

De derechas o de izquierdas, activistas de toda índole o componentes de la masa silenciosa, cristianos (de un lado o de otro) activos o pasivos, musulmanes y otros creyentes (por qué no) que asuman con claridad la idea de la separación entre la religión y el estado, agnósticos o abiertamente ateos… Ojalá, seamos lo que seamos, reconozcamos en esos valores algo a compartir pero sobre todo a practicar, algo en lo que apoyarnos en las decisiones más importantes de nuestras vidas para fortalecer en sus verdaderos fundamentos este modelo de convivencia.

Porque en nuestro mundo hay movimientos radicales que se reproducen a extraordinaria velocidad basados en valores intensa y emocionalmente transmitidos y en redes de caridad hacia los más ultrajados o reprimidos, pero que son incapaces de distinguir la religión de la ley y el gobierno del estado… que no conciben las segundas si no es bajo el manto de la primera.

Y las culturas se sostienen en sistemas, en comportamientos… y en símbolos.

Feliz Navidad.

5 comentarios

  1. Hola, Jesús:

    Comparto la esencia de tu sentimiento. Para mi también la Navidad es especial y los Reyes siguen estando menos politizados y manteniendo algunas esencias por encima del mero consumismo (por cierto, te recomiendo si no lo conoces http://www.navidadessorprendentes.com). Respecto a la religiosidad, sin embargo, creo que la conciencia individual va cada vez ocupando más espacios al dogma… pero esto también es espiritualidad.

    El video… muy impactante pero con un tono sospechoso. Más allá de las matemáticas demográficas entran en juego otras variables que convierten la situación en algo más compleja que lo que el video parece indicar:

    – ¿Cómo afectarían a la ecuación probables cambios en la movilidad geográfica tales como, por ejemplo, las barreras a la inmigración?

    – ¿Cómo va a producirse el proceso de contagio entre culturas?, ¿Islamismo o mercadoo? También hace algunos años las familias cristianas tenían más hijos, pero el «estado de bienestar» afectó a sus creencias y modos de vida…

    Yo personalmente creo que esta cultura -que también genera muchas monstruosidades como tú señalas- tiene mucha más fuerza en sus tentaciones que el islam en sus intangibles…

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    1. Oye… ¡qué bueno el enlace! Lo usaré, te aseguro que lo usaré con el pequeño, que aún «está en el ajo»… 😉

      El vídeo tiene tono sospechoso, sí, que no ayuda (sin prejuicios ¿eh?) a disipar el que aparezca en el canal libertaddigital de YouTube. Pero lo que me había llamado la atención es que además, y por ejemplo, estaba colgado en los canales de friendofmuslim o ksascor, con contenidos mayoritariamente árabes!

      Otra cosa que me había llamado la atención es que ya no habla de inmigración, sino de la diferencia abismal de tasa de natalidad entre las poblaciones que ya existen en Europa: lo de las barreras a la inmigración que pueda poner hipotéticamente Europa a partir de ahora ya no sería muy relevante, por tanto. La situación ya sería un hecho.

      La gran duda, entonces, sería la que tú señalas en los dos últimos párrafos: ¿podrán más las tentaciones de occidente que el apego visceral a tradiciones y hábitos de conducta?

      Gregorio Luri lo ponía en duda, supongo que entre otras cosas porque su integración en la cultura europea no se está produciendo: Gregorio se encuentra a sí mismo «sin comprender su contumaz empeño de mantenerse aferrados a certezas metafísicas en estos tiempos nuestros deconstructivistas«. En Francia, los estallidos de violencia de hace un año se produjeron en buena parte en barrios y poblaciones fuertemente habitadas por colectivos musulmanes. La integración real de las nuevas generaciones no parece evidente.

      No obstante, y dado que el vídeo, como ves, me había parecido impactante, he seguido buscando información sobre él y me he encontrado con una joyita a ese respecto, en el canal también de YouTube de la BBC: un vídeo denominado «Muslim Demographics: The Truth«, en el que un servicio de la radio pública trata de examinar la veracidad de las afirmaciones del original. Es un mensaje tranquilizador, reconociendo algunos (pocos) datos, diciendo que otros son discutibles o matizables… y cuestionando radicalmente otros. Sobre todo afirma que las predicciones demográficas hay que tomarlas con mucha cautela y que en cualquier caso deben hacerse sobre datos exactos, lo que no parece ser el caso.

      Si quieres que te diga la verdad… tampoco (y no sé por qué) me ha dejado del todo tranquilo este contra-informe…

      En fin, lo dicho… Que gracias por pasarte por esta casa… Y que Feliz Navidad.

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