Reflexiones: de principios y recetas

No comparto que el sentido de los principios básicos universales se perciban por igual en su carácter básico y sobre todo universal por cada persona.

En el fondo creo discrepar en eso, por ejemplo, con Stephen Covey.

Pero sí creo que en un entorno determinado, ciertos principios se sustentan en valores que subyacen en comportamientos reconocibles mayoritariamente.

De lo que he trabajado en torno a valores (que es muy poco), entiendo que los valores son los que nos dan gran parte del sentido de la vida a cada persona.

Cuando en una organización hay diferencias notables de valores, hay distintas visiones del mundo y por lo tanto prácticas, acciones o criterios de decisión no alineados y probablemente por ello “poco competitivos”. En otras palabras, la desconexión entre valores y comportamientos crea disfunciones graves en la relación entre personas o en equipos.

He remitido valores a comportamientos. No me olvido tampoco de las capacidades que permitan alinearlos. Cuando Covey habla de “creer en el potencial humano” no menciona que además de hacer que las personas crean que pueden contribuir a hacer sentido de un proyecto compartido, deben poder hacerlo. Cuando dice que muchos individuos son capaces de lograr mucho más de lo que requieren sus puestos de trabajo pero que el problema es que muchos directivos en realidad no lo creen así, no les pregunta lo mismo sobre sí mismos (¿se responderían igual?). Nos dice qué habría que hacer, pero no nos ayuda en el cómo.

Pero me gustaría volver sobre principios y valores que rigen nuestra conducta. Desde mi punto de vista, los principios, a modo de juicios maestros, son aquellas reglas de juicio que hemos asentado a lo largo del tiempo y de los que nos cuestra trabajo salir porque no estamos dispuestos a abrir su cuestionamiento salvo por una catástrofe o una tragedia que afecten al modo en como vemos la vida.

A nivel personal, los principios por los que juzgamos las cosas y nos comportamos de una forma determinada sin pensarlo demasiado están construidos sobre una base de valores transmitidos desde la familia y filtrados por nuestra experiencia social, sobre el aprendizaje cognitivo que hemos ido acomodando a nuestra estructura de juicios, sobre arquetipos pertenecientes a la sociedad en la que nos ha tocado vivir (el continente, el estado, la región, la ciudad, el barrio, el colegio…) y sobre las que juzgamos son nuestras limitaciones.

Teóricamente, los principios no se compran, no se cambian como motivo de una reflexión sesuda que concluye racionalmente en el abandono de unos y la acogida de otros. Son fruto complejo del transcurrir de nuestra compleja vida.

A nivel de empresa, los principios se han ido construyendo de manera similar a través del discurrir de la vida organizativa: las generaciones que la fundaron y la cultura que extendieron los primeros equipos directivos, los flujos relacionales de las consecutivas generaciones de trabajadores, el conocimiento técnico y artesano atesorado (si se puede decir así), las reglas del mercado y los límites a que está sometida o se autoimpone la organización.

En una empresa, se declaran unos valores deseados y se reconocen y promueven los comportamientos alineados con ellos, pero se fijan unos principios (tácita o explícitamente) que todo el mundo debe respetar, aunque no comparta.

Los principios nos facilitan la tarea de mantener coherencia y dotar de sentido sistémico, con liviandad, a todo lo que hacemos. Si están sustentados en nuestros valores, nos llevan a movernos por aquéllo que realmente nos importa y a permanecer complacientes o más pasivos con lo que no nos resulta esencial.

Lo verdaderamente sorprendente es que, tanto en las personas como en las organizaciones, existen ejemplos en los que los principios no han sido edificados en la forma anteriormente descrita.

Cuando el esquema de valores se tambalea en sus orígenes, cuando la experiencia de socialización o de relación con el mercado ha sido traumática, cuando el conocimiento es insuficiente… hay muchos ejemplos en que los principios se sustituyen por «recetas aprendidas».

Se elaboran auténticas tablas de decisión, que se van completando a modo de sistema experto «de los de antes», pero sin esencia vital:

  • La primera tabla es normalmente fácil de adquirir: no conozco los principios por los que debo moverme en esta materia, pero «compro» una serie de reglas básicas por las que me muevo.
  • Al principio me muestro temeroso, prudente, pero pronto empiezo a soltarme y veo que, en realidad, decidiendo no pasa nada.
  • Luego paso a la zona de peligro: empiezo a pensar que «de esto, yo sé»… y me lanzo a adoptar con alegría decisiones de mayor riesgo. Me atrevo a interpretar variantes de la tabla. De ahí a menospreciar alguna de las reglas de juego («compradas» y no construidas), hay sólo un pequeño paso.
  • Así, el asunto funciona mientras las leyes del mercado o del entorno social se mantienen estables, pero…
  • … cuando las reglas cambian, mis recetas dejan de funcionar: en ningún momento he desencadenado un aprendizaje que me permita adaptarme, escuchar y entender lo que los cambios que se producen significan y su impacto en las nuevas reglas que se dibujan en el momento.
  • Naturalmente, ya no tengo ni idea de qué debo hacer… y la probabilidad de que lo que haga sea incluso contraproducente… crece exponencialmente.

Lo he visto en ONG incipientes, en empresas adquiridas donde se entra como elefante en una cacharrería… y en personas; en el trabajo de empresa, en la creación de una nueva, en el abordaje de una función nueva… o en la asunción de un cargo político, donde a veces bastan «un par de tardes» para entender de algún tema aparentemente relevante.

Y luego pasa lo que pasa, que es… lo que tienen las recetas: cuando el medicamento deja de surtir efecto, tener una receta no te convierte en médico.

Y por si acaso… tampoco en cocinero.

12 comentarios

  1. Jesús:
    Mira tú, hablemos de principios. Te diré mi opinión. Creo que entre tanta complejidad, la mejor brújula son los principios. Ya sabes que critico mucho el «relativismo absolutista». Con tu permiso, si tienes tiempo y ganas, mírate este post: http://www.amaliorey.com/2010/03/18/relativismo-absolutista-post-150/
    Fíjate que a mí me encanta Groucho Marx, pero hay una cita de él (que descontextualizada de su peculiar sentido del humor) me cae como una patada en los guevos, y es esa que dice: «Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros». Pienso, otra vez, que establecer y respetar ciertos principios te permite ser flexible dentro de una coherencia. Tienen que ser pocos y sencillos, porque entonces te estas poniendo un corset. Yo tengo los mios, y los respeto siempre. Y cuanto tengo una duda, los uso para saber qué debo hacer.
    Eso tambien se aplica a las organizaciones, y lo hago con mi empresa…
    un abrazo

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    1. Hola, Amalio.

      Recuerdo perfectamente tu post… pero me había perdido toda la interesante conversación que le seguía. A veces pienso, ahora que me está costando mantener a raya al Reader, que no es del todo malo introducir un pequeño decalaje en la pretendida inmediatez de lectura de mis blogs sindicados: con frecuencia me pierdo la salsa del guiso… 😉

      Coincido. Tener unos pocos principios sanos con los que te sientes a gusto te facilita enfrentar la incertidumbre, ayuda a tu intuición… y la mayoría de las veces te limita básicamente sólo en aquéllo que realmente no te gustaría hacer. Construidos a modo de juicios maestros, con el tiempo, son un canal por el que el conocimiento tácito que has ido elaborando sobre leyes casi naturales (las que rigen las relaciones entre humanos en una determinada sociedad, por ejemplo), te ayudan a navegar entre lo emergente.

      Es verdad, sin embargo, que pueden limitan tu capacidad de observación de interpretaciones diferentes de la realidad que tú interpretas, pero si adquieres las competencias suficientes y te relacionas desde el respeto, puedes trabajar para dejar que fluyan, si fuera necesario, hacia otras posiciones fruto de tu propia experiencia vital.

      En cualquier caso, si tengo que elegir con quien compartir negocios, trabajos o riesgos… prefiero gente «con principios», aunque no sean los míos. Creo tener el defecto de no saber trabajar con quienes no los tienen… o no los muestran.

      Un abrazo.

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  2. Hola Jesús

    Yo también estoy con Amalio.
    Lo que conduce realmente a la acción, creo que son los principios y no los valores.

    Para que una organización avancen de forma cohesionada (sin negar de su complejidad por ser un sistema ‘orgánico’), hay que tener unos principio muy claritos y compartidos, o mejor dicho ‘aceptados’ o ‘acordados’.

    Los valores que cada uno, como persona tiene no necesariamente tienen que ser compartidos ni siquiera «comprendidos». Somos complejos. ¿Por qué no dejarlos así sin más? Tenemos Valores adquiridos por la educación, por el entorno, por lo que cada uno somos…y ahora encima ¿de la empresa????? No gracias.

    Hay organizaciones donde incide en exceso en «filosofar» en temas de «Principios y Valores» y es una terrible trampa para no hacer nada más que hablar. Hablemos de los ‘Principios’… sí. Pero solo de eso.
    Eso sí, por supuesto todas las normas así como las políticas no deberían de ir en contra de los principios que se haya acordado.

    Por supuesto, si una organización es ‘inteligente’ debería de ser capaz incluso de cuestionar y modificar sus principios si fuera necesario, adaptando a la nueva realidad, como tu bien dices en este post. Y ¡Qué difícil es hacer eso! ¿Por qué?
    Creo que es por lo que hablamos hace poco: Hay que ser capaz de ver, afrontar y provocar La muerte existencial. ¿No crees?

    De modo que… ahora en vez de «Gestión de Cambio o Resistencia al cambio”, deberíamos de hablar de «Gestión de la Muerte Existencial». ¿No?

    Espero que este comentario no sea mal interpretado por mi organización 😀 .

    Un abrazo.

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    1. Hola, Yuri.

      No comparto del todo tu primera frase. En mi opinión, lo que mueve a una persona sin que no haya un factor que se lo exija son sus valores, lo que de verdad le es «valioso» aunque ni siquiera sea consciente de ello. De acuerdo a sus principios, lo que realmente hace es reaccionar, decidir frente a lo que le sucede… aunque estos segundos están normalmente muy teñidos por los primeros.

      Las organizaciones, sin embargo, no se mueven en sí mismas, sino que lo hacen quienes las conforman. Por eso, una organización, desde mi punto de vista, no «tiene» valores, sino que «declara» valores deseados, «reconoce» valores mayoritariamente observados entre la gente que hoy trabaja allí… o «promueve» valores que desearía encontrar en los comportamientos individuales.

      Pero… sí tiene principios, porque un proyecto empresarial puede sustentarse en unos principios que la empresa exige que se apliquen, aunque no se compartan individualmente. Nadie puede exigir que yo aplique valores que no son míos, aunque la empresa puede no premiarme, precisamente, si mis comportamientos introducen distorsiones internas graves no deseadas por la organización: si mis valores son muy distantes de los declarados oficialmente, mi vida dentro, en definitiva, no será muy fácil.

      Para que se me entienda… Las disfunciones en lo primero (lo de los principios) es un asunto de disciplina; las de lo segundo (lo de los valores), un tema de alineamiento personal… y de felicidad o infelicidad, de entender que ese puede ser o no ser tu sitio.

      No filosofo más, porque a continuación introduces valoraciones sobre «valores» e «individuo» que sí comparto. Sólo quiero dejar dos matizaciones: una, que si principios y valores no tienen un grado de aproximación razonable, si no son mínimamente compatibles, o eres un cínico o sufres esquizofrenia; dos, que la modificación de los principios sólo se produce de la misma lenta manera con que se construyeron, salvo que una crisis de gran magnitud pueda provocar un cambio radical (y en ese caso, dudo de su durabilidad o de su capacidad de contribuir a la felicidad).

      Muy interesante abordar, como alternativa de enfoque a la «gestión del cambio», lo que llamas «gestión de la muerte existencial», que por contraposición, es más difícil de confrontar por el ser humano que la biológica, pues no admitimos su caracter de inevitabilidad.

      Me suena a una conversación reciente… 😉

      La sensación de vacío que te inunda cuando tu presencia en un escenario de cambio pierde todo sentido es tremenda…

      Sí, quizá gestionar cómo las personas se enfrentan a ese escenario de muerte existencial merezca una reflexión pausada, pausada…

      Un abrazo.

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      1. Hola Jesús

        Creo que no me he explicado bien.

        Por supuesto que cada uno necesita unos valores para dar sentido a todo lo que uno hace (o quiere hacer). No lo niego en absoluto.
        Algunos son conscientes de cuales son sus valores, mientas que otros simplemente tiene una sensación incómoda o cómoda ante un comportamiento sin saber la razón.
        De ahí, que comparto contigo frecuentemente la dilema entre Deber-Querer (lo que haces o tienes que hacer vs los valores personales).

        Lo que defiendo es la «inutilidad» de hablar del tema a nivel empresarial. Es una invitación a pensar en «café para todos» y de «limitar a ser diferente». ¿Por qué no reconocer abiertamente TODAS los valores posibles con sus colores y formas, que cada uno quiere dar? ¿Por qué no dejar libertad de ello? ¿Importa tanto declarar los valores deseados-reconocibles? Yo creo que no.

        Un saludo.

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        1. Hola, Yuri.

          De nuevo ese dilema entre el deber y el querer… Vamos primero a ello. Hablo en una respuesta anterior de disciplina, de disciplina personal. Cuando el deber y el querer entran en conflicto, lo hacen en realidad la disciplina y la coherencia.

          Si es la disciplina para con un compromiso previo la que pesa más, entonces… al deber, de cabeza. Si la carga personal que supone disciplinarse es tan grande en términos de coherencia interna que se hace insoportable, entonces… al querer. No es difícil visto así, ¿no? Aunque con eso no descubro nada.

          Pero hay una variante, que por desgracia para encontrar recetas, entra en el terreno del juicio moral. Es cuando el querer responde al instinto primario, a los impulsos y los deseos, mientras que el deber responde a los convencionalismos sociales o morales. Entonces… la batalla es personal y no creo que puedan establecerse reglas que ayuden a nadie a encontrar una respuesta sobre el punto de equilibrio. Supongo que ese es el terreno donde los valores (que responden básicamente al querer) y principios (que son el deber autoimpuesto, aunque en parte se basen en los anteriores) juegan su incierta y particular batalla, que en cada uno de nosotros se resuelve en plazos y sentidos distintos.

          Mmmm….. me da que necesitaría poner ejemplos concretos para explicarme bien… y no es cuestión.

          Sólo un último comentario sobre su aplicación a las organizaciones: si yo creo que es aceptable hasta el soborno para conseguir un contrato y tú piensas que eso es, además de la muerte a largo plazo del negocio, algo moralmente inaceptable, difícilmente podremos construir juntos una política comercial. Si muchas disfunciones notables se generalizan en los comportamientos visibles de una organización, el desalineamiento está servido y se producirán sin remedio problemas internos graves.

          Por eso creo que debe haber principios que todos nos comprometamos a respetar en una empresa, que de otra manera podríamos llamar políticas básicas en muchas organizaciones.

          Y por eso, como creo en la riqueza de la diversidad… también defiendo que los valores deseados son personales, intocables y enriquecedores para el conjunto, pero exclusivos de cada uno.

          Eso sí, desde el entendimiento de eso (y si no, no), sí creo que desde la responsabilidad de orientar la actividad de una empresa, debería haber algunos (deseados) que deberían ser “gestionados” (reconocidos, declarados, promovidos).

          Lo dejo, que me repito…

          En fin… que muchas gracias por seguir la conversación.

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  3. Pues yo creo que tanto los valores como los principios son pura conveniencia. Nos convienen los valores con los que elegimos operar. Idem para los principios. Sean personales, empresariales, nacionales o de lo que sea.

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    1. Mi querida Deiane… ¡cuánto tiempo!

      ¿Conveniencia? Me sorprendes… y me provocas (once more).

      Veamos… Si le preguntas a personas de… digamos… más de 40 años… «¿qué quieres ser de mayor?» (yo lo he hecho varias veces recientemente), o sea, cómo les gustaría verse y sentirse haciendo un balance de vida con 90 años, te encuentras con respuestas que van desde «muy querido» hasta «ver que tu vida ha dejado un rastro reconocible» o «sentir que tus hijos han encontrado su lugar en la vida», pasando por variantes múltiples y dispersas. Eso responde a aspectos que tienen distinto valor para distintas personas, en definitiva a valores personales.

      Déjame llevar las cosas al extremo: hay personas que arriesgan conscientemente la vida por ideales o por otras personas, que matan o que mueren por el valor o la falta de valor que le dan a la vida propia o ajena… o a un simple propósito.

      ¿Es eso pura conveniencia? ¿Nos conviene elegir eso? Hay gente que decide arriesgar conscientemente su vida por la de otro, un día cualquiera que desayunó las galletas de siempre por la mañana y se dirigió al trabajo escuchando la radio en el coche, porque simplemente pasa algo que no esperaba y que le empuja a actuar. Otros se esconden, se paralizan, huyen, buscan ayuda…

      Claro, si por conveniencia interpretas convenio, todo lo que hacemos lo es. Todos nuestros actos construyen nuestra identidad pública. Los valores son un convenio de signos, distinciones con las que queremos explicar que hay cosas que nos importan. ¿Sabemos entendernos de otra manera?

      La verdad es que la conversación de los comentarios me ha llevado de nuevo al terreno de las organizaciones, pero en el post quería hablar realmente de personas, de individuos. Me espanta la gente que actúa sin principios sólidos mínimos en espacios donte tiene poder. Y no hablo sólo de principios morales… sino de principios técnicos, económicos, políticos…

      Si no crees en lo que haces, si no has sido capaz de capturar las esencias que te permiten entender el comportamiento complejo y normalmente no descriptible de un sistema… sólo te queda tirar de receta. Y entonces es cuando los demás advierten que no entiendes nada.

      Y nada hay más peligroso que un incompetente que cree que no lo es, que tiene poder para decidir… y que se cree en la necesidad de hacerlo.

      De verdad que espero no caer nunca en esta categoría… y espero no haberlo hecho aún.

      Gracias por pasarte. Un fuerte abrazo.

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  4. Hola a todos,

    Tengo quizás una opinión diferente de la vuestra, yo también siento la importancia de los valores y principios, pero sin embargo creo que en general a las organizaciones les cuesta mostrarlos y no le dan el peso que tiene.
    Coincido con Yuri que son necesarios para que una organización avance de una forma cohesionada deberíamos tener » principios muy claritos», lo de aceptados y compartidos ya es de otro nivel.

    Comparto también con vosotros el hecho de que todos los tenemos de una forma más consciente o no porque al fin y al cabo todos tenemos sentimientos. El peligro está en creer que eso que tu sientes, cómo ves la vida, en lo que tu crees es lo que todo el mundo ve, lo que todo el mundo siente y por lo tanto no hace falta ni declararlo ni compartirlo se da por sentado que es así.

    Al contrario de lo que menciona Yuri, creo que se dedica poco tiempo o nada en una organización y de una manera compartida a expresarnos de una forma muy básica «simplemente decir cómo nos sentimos». Sin embargo lo considero fundamental porque ello te situa a tí dentro de la organización y te ayuda a comprender a tu compañero y a ver otra realidad diferente a tu mundo interior.

    Gracias por el post, como dice Jesus en tiempos de cambios la sensación de vacío puede ser grande y particularmente necesito irme a mi interior para mantenerme a flote.

    Saludos a todos
    Eva

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    1. Hola, Eva.

      El interior es un lugar acogedor si has preparado bien el refugio. Un lugar, desde luego, donde las recetas no valen nada.

      Saber que puedo encontrar un espacio en el que abrir (cuando lo necesito) lo que me inquieta y lo que siento, desde el respeto, genera confianza y como derivada valor.

      Gracias por este comentario.

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