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Reflexiones: tendencias en transformación digital – IA Generativa

No cabe ni la más mínima duda de que el gran bombazo del año en cuanto a tendencias digitales se refiere, es la explosión social de las herramientas de inteligencia artificial generativa.

La inteligencia artificial parecía una de esas promesas que esperábamos desde hace tiempo, pero que, a pesar de realidades ya existentes (generalizas en el mundo del marketing, la publicidad, los media o el consumo y puntualmente en la industria y otros sectores), no estábamos seguros de cuándo llegaríamos a manejar de forma masiva, ni en nuestras fábricas ni en nuestras vidas cotidianas.

Pero este año han bastado unos breves parpadeos para que una herramienta de IA, abierta al servicio de la gente, bata todos los récords de crecimiento al alcanzar los 100 millones de usuarios en tan solo dos meses.

Ni Instagram, ni TikTok, ni ninguna nueva red social adolescente… ChatGPT.

De pronto, todo el mundo hablando de inteligencia artificial (aunque con el novedoso apellido de «generativa») y, en cuestión de semanas, hasta la prensa generalista tratando como a viejos conocidos a personajes como ChatGPT, Dall-e, Bard, CoPilot, Midjourney…

Los servicios de noticias, atendiendo el despido y readmisión de un CEO hasta hace unos días desconocido para la mayoría, y acompañándonos, atónitos, con historias que parecen sacadas de una serie de alguna plataforma de contenidos audiovisuales, aflorando conspiraciones, intereses geopolíticos y económicos y juegos de poder.

Y además, enlaces viralizados, curadores de contenidos con nuevas e increíbles aplicaciones de IA generativa en los reels de Instagram, en los shorts de YouTube o hasta en TikTok.

La verdad es que la presentación en sociedad fue impactante. Recuerdo un whatsapp de un amigo con un enlace y una pregunta: «¿Has probado esto? Tienes que probarlo ya… estoy alucinando…» El enlace era a la web de ChatGPT-3 y dos horas más tarde ya estaba yo dejando los ojos como platos de dos personitas de la profesión médica.

La impresionante calidad semántica y sintáctica de la interacción conversacional, no solo en inglés sino también en castellano (enviando irremisiblemente al Pleistoceno al Google Translator), la manera en que se iba enlazando la conversación con ese bot extraordinario, profundizando, sintetizando, puntualizando o generalizando con solo pedirlo, la facilidad con que las respuestas se acomodaban a tonos, formas y estados emocionales en la expresión del lenguaje según gustos o deseos… simplemente resultaban increíbles.

Y siguen resultando increíbles, aunque el ser humano se acostumbra enseguida a todo, ¿no creen?

Desde el punto de vista de la empresa, al mes y medio del lanzamiento de ChatGPT alguien me preguntó (y muy en serio) si dándole los necesarios datos, la IA podía proponernos un plan de gestión. Mi respuesta, entre escéptica y sobre todo divertida… fue que claro que no… pero hoy no daría yo una respuesta tan concluyente, al menos para una buena parte del trabajo a realizar.

El paso de los meses nos ha ido mostrando las limitaciones de este generador de textos, sus imprecisiones (e incluso sus «alucinaciones» cuando no encuentra una respuesta fiable), su naturaleza de sumidero de seguridad, su aparente falta de respeto a información protegida en los procesos de aprendizaje…

También hemos ido descubriendo la cantidad de gente y de dinero que llevaba tiempo dedicada a la IA generativa, de texto… y de imagen, de música, de programación, de vídeo…

En realidad, ya lo sabíamos, pero «saber» y «ser conscientes de la dimensión del asunto»… no son la misma cosa. «Generativa» viene de «que genera», que es capaz de crear «productos» digitales que nunca antes habían existido.

Hacer nuevas melodías y canciones, obras de arte, programas informáticos, narrativas literarias, logos para empresas, textos de reclamaciones legales, presentaciones de diapositivas, discursos, memorias de proyecto, traducciones, anuncios, resúmenes de reuniones y otras tantas nuevas aplicaciones que van apareciendo (a un nivel de calidad muy razonable y sin reproducir lo preexistente), está hoy al alcance de casi cualquiera.

No será en este post en el que aborde los aspectos técnicos o las distinciones clave que anidan tras la IA generativa. Hay ya numerosos artículos sobre ello y alguno resulta bastante clarificador.

Déjenme que termine, sin embargo, comentando algunos factores de preocupación o incertidumbre que, aun siendo conocidos, no dejan de tener interés para la reflexión.

El primero es sobre privacidad… y es para decirles que, si quieren hablar con propiedad de ese término, solo cabe una breve frase: «olvídense de ella». Creo honestamente que ya hay suficiente información sobre personas y empresas en la red y que la densa maraña de interconexiones de datos es ya lo suficientemente capilar e intrincada como para considerar que la privacidad absoluta será imposible. Pero es más, todo el desarrollo de servicios de conocimiento basados en IA generativa, estará cimentado en el acceso a información (aunque sea anonimizada), con lo que los datos relacionados con individuos y organizaciones serán utilizados aunque se respete formal y legalmente la privacidad de los datos de carácter personal. Ir más allá en términos de privacidad implicará adoptar decididamente una posición de aislamiento activo y asumir una vida de ermitaño digital… que solo me parece accesible (y con dudas) para minorías militantes.

Seguro que ya lo saben, pero nunca viene mal recordarlo: cuiden lo que introducen en la pequeña casilla del chat: todo lo que incluyan en sus prompts será utilizado por OpenAI para seguir entrenando al monstruo (y por tanto se convertirá en información disponible para todo el mundo) y en esta ocasión, nadie puede decir que no esté formalmente avisado.

El segundo se refiere a lo que considero que es un derecho fundamental en nuestra era, que es el acceso universal al conocimiento abierto. Ya… ya sé que no está recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero es que no se trata ahora de tener o no información al alcance de la mano, a través de un acceso más o menos fácil a internet, sino que la IA generativa introduce diferencias de varios grados de magnitud en productividad personal, que va más allá del valor que a una persona le aporta el nivel de información al que puede acceder, que ya de por sí era importante. Y lo menciono, sobre todo, porque se está generalizando el que, hablando de IA generativa, convivan versiones gratuitas (que en las empresas se asuman como de uso general) y de pago (para minorías cualificadas): la brecha digital se agrandará, porque no solo afectará al acceso o no a determinado tipo de información (lo que puede estar justificado por razones de puesto o responsabilidad), sino a pura productividad personal, que es un factor absolutamente transversal.

Lo mismo aplica al resto de herramientas de IA generativa… pero por esta razón, me parece especialmente relevante en el caso del texto.

Claro que lo primero que a uno le viene a la cabeza es que, si partimos del postulado de que el carácter del acceso a las herramientas de IA generativa debiera acercarse a lo universal, éste debería ser gratuito, ¿no creen?

Pero claro, llegar al nivel de ChatGPT 3.5 que hoy podemos usar gratis, seguramente habrá implicado inversiones de centenares de millones de dólares… que alguien habrá financiado. Alguien que con seguridad no forma parte de las administraciones públicas y mucho menos de las europeas… y que lo ha hecho en un escenario de riesgo e incertidumbre que debe ser remunerado (y si me permiten, «adecuadamente» remunerado).

Tanto ChatGPT 3.5, como ChatGPT 4 (éste de pago, pero ambos parte del pasado), ChatGPT 5… y los que estén actualmente en desarrollo acelerado con el mismo dinero privado, que vendrán después. Me pueden hablar de los beneficios estratosféricos de las poderosas multinacionales que hay detrás y de turbios manejos económicos y sociales en defensa de egoístas intereses comerciales… pero eso es reproducir la eterna discusión sobre innovación en el sector farmacéutico, sobre la velocidad en el desarrollo de soluciones de interés universal y sobre la ética en la aplicación de los hallazgos.

Lo importante, a mi modo de ver, es si puede haber o no un modelo mejor que el que hay, que sea asumible para nuestras sociedades occidentales, más o menos liberales.

Personalmente creo que habrá un gran negocio alrededor de aplicaciones verticales, especializadas, con acceso de pago a bancos de datos protegidos o de acceso limitado (por ejemplo, para equipos de investigación de universidades, centros tecnológicos o corporaciones), en la línea de los servicios de vigilancia tecnológica. También parece evidente que habrá negocio en el desarrollo e implantación de soluciones cerradas, en el perímetro de cada empresa o grupo empresarial, donde se trabaje con el conocimiento explícito acumulado de esa organización, pero desde la seguridad de que ese conocimiento (soporte muchas veces de competencias esenciales) no saldrá fuera de sus muros.

En este sentido, cabría plantear que el acceso a servicios generalistas, como hoy es ChatGPT (o si me apuran, Wikipedia o el buscador de Google), fuera conceptualmente gratuito, una vez que se estructuren adecuadamente los canales de compensación económica al esfuerzo y al riesgo de desarrollo… y ahí, las regulaciones de las administraciones públicas sí podrían jugar un papel muy relevante. O eso… o por el contrario plantearse la prohibición de que hubiera niveles evolutivos de acceso gratuito (¡toma contradicción!) porque así, al menos se evitaría la discriminación de acceso a estas herramientas de productividad por razones económicas dentro del espacio de cada empresa. ¿Cómo lo ven?

El tercero se refiere a que estamos al borde de un mundo en el que no se podrá distinguir la realidad de la manipulación o la ficción. Si las fake news son ya un problema clamoroso, manipulado por demasiada gente de todo tipo desde el populismo o los intereses más dañinos, el horizonte se dibuja inquietante, multiplicado por infinito: empiezan a verse señales de que la explosión de la IA generativa de este año no ha sido más que un modestísimo anticipo de lo que está por venir a muy corto plazo. Vamos a ver cosas aún más extraordinarias… incluido el que muchas de ellas tal vez no las «veamos».

Las connotaciones económicas, sociales y políticas pueden ser de tal magnitud, que no es de extrañar que muchas grandes cabezas manifiesten de forma pública su preocupación y demanden con alarma el establecimiento de límites urgentes a lo que las organizaciones pueden hacer con la IA.

Europa acaba de aprobar la primera ley al respecto. La primera… que no significa que sea lo que se necesita, porque está llena de prohibiciones que son de puro sentido común y de otras que quizá no lo sean tanto (al optar por prohibir donde no se sabe cómo regular, condenando al terreno de lo prohibido aplicaciones que aportarían un innegable valor) y al estar dedicadas (como todas las prohibiciones) a los que están dispuestos a ser buenos y no a los malos (como bien que sufrimos cada día, de forma masiva, los efectos del afán de creadores y manipuladores de malware).

Sé de alguna empresa cuyo pequeño negocio está basado en la lectura de datos biométricos y emociones de manera legal y controlada, desde hace años, a la que no sé muy bien cómo le van a ir las cosas a partir de ahora. También me parece un ejemplo más de la inconmensurable y creciente capacidad de Europa para regular, solo comparable a la cada vez más comprobable incapacidad para activar investigación e innovación en campos de conocimiento y negocio emergentes… a los que nos vamos acostumbrando a llegar demasiado tarde (semiconductores, celdas, nubes…), sin que seamos capaces de ponerle luego puertas al campo, por la sencilla razón de que sirven para bien poco. En este sentido, hay declaraciones que solo me dan risa

Hay muchos otros aspectos de los que casi nadie habla y que será necesario abordar, porque están necesitados de soluciones que se alineen con los valores y principios que se están asentando firmemente en nuestras sociedades. Nos queda aún mucho asombro detrás de todo esto, mucha incertidumbre por despejar… y mucho trabajo por hacer.

Vibraciones: como si fuera bobo

Las nuevas elecciones están inesperadamente a la vista y la política ha tocado a rebato en todos los canales identificables por los que tratar de influir en potenciales votantes.

Vamos, nada nuevo bajo la capa del cielo, era de esperar…

Sin embargo, en esta ocasión me ha parecido distinguir algunos rasgos menos habituales, o quizá menos descaradamente presentes en ocasiones anteriores, que me han motivado a escribir este post.

Y es que, por ejemplo, me están apareciendo mensajes de llamada al voto entre los anuncios que te tienes que tragar para ganar vidas extra en una app de videojuegos. Vamos, que cada dos por tres me aparece una sonrisa de vicepresidenta que parece escogida por especialistas americanos, pidiendo dinero con una mirada de determinación… que ríanse ustedes de la chica cantante del anuncio del supermercado del Eroski.

Eso sí, como bien imaginarán, con un texto trufado de mensajes profundos, de esos que llevan a la reflexión… 😀

Quién me iba a decir a mí que iba a ser desde ese lado desde el que se concibiera la acción política como un mercado… 😉

Pero aunque me ha sorprendido encontrarme a nuestros políticos entre nivel y nivel del Candy Crash, no es eso lo que más me ha impulsado a escribir, sino el impresionante desembarco de publicidad institucional de las medidas consideradas más «sociales» que desde el actual gobierno se han estado adoptando en los últimos meses.

Publicidad donde de nuevo se entra en esferas propias de la vida privada, un entorno en el que cualquier intervención pública suena a moralina… o a amenaza para los «moralmente malvados» de la sociedad, amenaza irreal pero convincente como consumo populista de la masa. A elegir.

Un ejemplo es la publicidad del Ministerio de Igualdad sobre el servicio de llamada al 021 para denunciar racismo, con un anuncio de «no alquiler» que en sí mismo describe una situación que puede parecerle a cualquiera lamentable, pero seguramente inconducente por vía legal.

Un anuncio que ahonda en mostrar hechos que seguro suceden entre nosotros, pero sin mostrar muchos de los aspectos que a menudo rodean y condicionan esas conversaciones y decisiones entre particulares. Un anuncio donde se cuela un nuevo eslogan con un «sí»…

Es solo un ejemplo entre muchos de los últimos meses, «regañinas» desde los que se nos mira moralmente por encima del hombro para decirnos si somos buenos o malos, para decirnos, en definitiva, que no podemos pensar en ser libres de decidir en lo particular, porque desde la política se nos vigilará en nuestro comportamiento moral, que habrá tratado de penalizar.

Quizá ya nos hayamos acostumbrado, pero al menos yo he vivido estos años entre atónito y estupefacto, ya desde la prepotencia inicial que escondían las gafas del Falcon: lo he sentido como un continuo e indecente mercado de votos por el puro poder, donde se ha trabajado intensamente en la banalización de la mentira como herramienta política (terrible su nivel en esta etapa) y donde además se la dado con demasiada frecuencia una mezcla de estulticia y puerilidad en los posicionamientos políticos y en la toma de decisiones que aún me asombra.

Pero lo que más me molesta… es que encima me cuenten lo que me quieran contar como si fuera bobo, como si el problema es que yo no entendiera bien la bondad de lo que se ha hecho, lo «buenos humanos» que son ellos y lo malos humanos que son los demás, de los que afortunadamente para nosotros, nos han salvado. Y siempre «nosotros» y «ellos», desde el rechazo ético y moral a «los que no son de los nuestros» y no desde el enfoque múltiple que le sería exigible a cualquier político que se considere demócrata.

La demagogia en estado puro ha reinado demasiadas veces para demonizar al contrario y trivializar los excesos, incongruencias e inmoralidades de los compañeros propios de cama. En definitiva, populismo en esencia.

La derecha tuvo su merecida fase de degradación y abierta descomposición, algo de lo que parece estar saliendo, con serias heridas en su extremo pero recomponiendo su cara más centrada. La izquierda está hoy fragmentada, enfrentada y, como ya viene sucediendo desde hace décadas, sin sólidos referentes intelectuales, éticos y morales que miren más al futuro que a los mantras populistas del pasado.

Con la socialdemocracia histórica arrinconada y desposeída de toda capacidad de influencia, con sus señas de identidad perdidas en el fondo de la historia y con la prepotencia mostrada en esta legislatura al debilitar y cercenar estructuras del estado y mecanismos de control para extender el poder (con dudoso respeto no solo a los usos democráticos, sino incluso a la ley), ya ni siquiera resulta extraño que gente respetable, como Amelia Valcárcel o César Antonio Molina, se manifiesten públicamente en apoyo «del otro lado». Algo inaudito para referentes del feminismo o del republicanismo cultural en el pasado reciente de la izquierda, aunque posteriormente todo se modere con mil matices.

Me tocó vivir en plena efervescencia, hace más de 40 años, el cambio político. Fue una etapa extraordinaria, donde el debate se extendía a la sociedad, con riqueza de argumentos, con pasión por cambiar nuestro mundo, abrazando la utopía, pero siempre con la mirada al futuro y desde un notable respeto por el adversario, que salvo execrables, dolorosas y criminales excepciones… no era el enemigo a expulsar, para siempre a poder ser, de la vida pública. O así lo viví yo, a pesar de las dificultades del ejercicio político y de la falta de libertad en según qué lugar.

No sé si me explico bien, es un tema delicado de tocar… pero entonces, la política se dirigía a cada uno de nosotros como adultos conscientes y reflexivos, con el respeto debido a quien debe decidir, colectivamente, por dónde debe avanzar un país.

Hoy… entre muchos de los grandes partidos no veo más que eslóganes para excitar la adscripción ideológica más básica, para azuzar lo más sanguíneo de nosotros, porque eso anula la capacidad crítica y focaliza la acción en combatir al enemigo, en lugar de razonar y juzgar.

Parece mentira que, a estas alturas, mi mayor deseo para estas elecciones sea el que dejen de tratarme como a un niño… o como a un borrego. 😤

Vibraciones: las consecuencias

Parecía que el dieselgate era un asunto particular del mercado del automóvil, un episodio que además escondía (¿digamos que quizá?) oscuros intereses tecnológicos y comerciales entre Estados Unidos y Europa en la batalla por el dominio de uno de los mayores mercados del planeta.

La continua y progresiva presión sobre la reducción de emisiones, mantenida consistentemente desde diversos organismos plurinacionales (pero sobre todo desde la Unión Europea) y la incapacidad de darle una respuesta tecnológica adecuada y a tiempo por parte de la industria, estaba detrás de un escándalo que alcanzó dimensiones cósmicas y que acabó demonizando el diésel, eliminó el 60% de su cuota de mercado en Europa (su gran mercado) en solo 4 años y lo desterró como tecnología de futuro.

El problema es que aún sin recuperar la confianza social tras la crisis financiera (2008), el dieselgate (2015) acabó siendo solo el comienzo de una serie de nuevas crisis de grandes proporciones que directa o indirectamente han supuesto impactos muy serios sobre nuestro mercado europeo: el covid-19 (2020), la escasez de semiconductores (2021), la estratosférica subida de precios de materias primas y energía derivada de la guerra de Ucrania (2022)… y lo que vendrá, en un escenario en el que la oferta de vehículos eléctricos todavía es cara y tiene su red de infraestructuras de recarga aún en mantillas, los hábitos de consumo en nuestro continente están cambiando y dibujan un mercado que no crece, el liderazgo de la tecnología ya no descansa en nosotros sino en China, la inflación se eleva hasta límites desconocidos en décadas, los populismos (de izquierdas o de derechas) se imponen en demasiados sitios como forma de entender la gestión de lo público (con graves consecuencias como el Brexit) y Europa está al borde de dejar de ser un territorio exportador.

En fin… que todo esto no es inocuo, claro…

La confianza en el futuro es clave para el consumo, elemento fundamental para sostener el modelo económico que hemos construido… y el automóvil es quizá la segunda compra más importante que afronte una familia, tras la vivienda.

La siguiente gráfica representa la evolución de la edad media del parque automovilístico español desde 2006 hasta 2020. Por decirlo de una forma que se entienda con facilidad… me parece alucinante.

Otra forma de mirar esta situación es decir que el 44% de los automóviles españoles tiene una edad superior a los 15 años… que es verdad aunque no se lo crean. 😮

Claro que más de uno me podrá decir que España es una excepción, que es el país con el parque de vehículos más envejecido del continente… Pues siendo también esto bastante cierto, les invito a ver qué ha estado pasando en la Europa de los 27 sobre ese mismo indicador, a mi juicio una muestra inequívoca de donde ha estado y está actualmente nuestra confianza económica a corto plazo.

No sé si alguien habrá evaluado el impacto que «una evolución de los acontecimientos» como ésta que les muestro, esté teniendo o vaya a tener en el maltrecho mercado europeo… pero de lo que no cabe duda alguna es de que tantas crisis juntas, de todo tipo… tienen consecuencias.

Vibraciones: distopía estival

Imaginen que…

  • Su gobierno decide que todos los ciudadanos del país, de 40 millones de habitantes, no salgan de su casa durante dos meses. Decreta el cierre de comercios, teatros, restaurantes y bares, solo les permite salir de casa un par de horas para comprar medicinas y alimentos y les obliga a obtener un permiso firmado y por escrito para poder ir a trabajar, que controlará la policía en las carreteras y en las calles.
  • Nadie se opone porque la razón es que un virus ha llegado a la Tierra. A pesar de lo anterior, solo en su país el virus infecta a casi 15 millones de ciudadanos, mata a más de 120.000 personas, colapsa los hospitales hasta el punto de que se tienen que suspender decenas de miles de operaciones quirúrgicas de gente con enfermedades graves y solo se medio controla después de vacunar tres veces a toda la población.
  • Su casa está en un tercer piso de un edificio de la Plaza de la Marina de la ciudad de Málaga. Una vivienda luminosa, con vistas al puerto, para su familia con dos hijos ya universitarios, cómodamente amueblada. Está así… o estaba, hasta que un misil procedente de Marruecos entró por la ventana del salón hace dos meses, como entró por centenares de otras ventanas de sus vecinos, destruyendo media ciudad, además de las de Almería, Cartagena, Alicante, Valencia y otras 100 poblaciones que han visto pasar carros de combate por sus calles, encerrando a su habitantes en sótanos o haciéndoles huir o incluso exiliarse para evitar la muerte que les ha llegado a quienes no lo han hecho. Bueno, obviamente esto es un ejercicio de ciencia ficción… pero imaginen que es una analogía de lo que ha pasado de verdad en otro país en Europa, solo imaginen…
  • Muchas de las empresas en que trabajan sufren desabastecimiento de componentes y materias primas. Algunos materiales básicos tienen precios un 100 o 200% superiores a los de 12 meses atrás. También los fletes marítimos… y en solo unos meses se cuestiona el sacrosanto modelo de globalización, a nivel de producción industrial, que se ha ido construyendo en el mundo desde el siglo pasado.
  • La inflación ya alcanza en su país valores del 11% y hay quien piensa que no es descabellado que sea aún mayor, como la que conocimos algunos (de niños) del orden del 15%. El precio del gas se ha cuadruplicado en solo un año. La electricidad ha subido 4 veces más que los sueldos y 6 más que las pensiones, su precio ha llegado a ser un 400% superior al de un año antes y es un 60% mayor que el de los últimos 12 años. El precio la gasolina ha subido un 80% en un año y el del gasóleo se ha duplicado… sin que haya ninguna huelga general y salvaje de transporte.
  • Para ahorrar, el gobierno ha decidido prohibir que se regule el aire acondicionado por debajo de los 27º en transportes públicos, comercios, centros comerciales o establecimientos hosteleros y ha instado a empresas, oficinas y negocios a hacer lo mismo, dejando solo al margen los hogares… en una primera fase. Trabajar en verano a menos de 27º se convierte en una actitud insolidaria.

En realidad, todo esto no ha pasado, porque estamos en agosto de 2019 y esas cosas no son más que distopías, ¿verdad? Hoy estamos empezando nuestras vacaciones de verano, para muchos de nosotros es el primer día y ya tenemos plan hecho: día de playa, paseo por el puerto, cena de picoteo en una terraza y cerrar con unos mojitos o unos gin-tonics en algún local con buena música.

En la cabeza solo nos caben los chiringuitos, el mar, la playa, las excursiones familiares, las terracitas, las paellas con los amigos, un par de conciertos y mil maneras de disfrutar de la naturaleza y la buena compañía durante las siguientes semanas.

La verdad es que, si ocurriera alguna de las tonterías de antes (algo, claro, extraordinariamente improbable), habría toda una revolución. No creo que lo interiorizáramos según sucediera y lo digiriéramos como parte de la normalidad (de una nueva normalidad) para irnos de veranito a disfrutar del buen tiempo. Vamos, imposible.

Aunque ahora que lo pienso… ese escenario, combinado con este veranito de verdad, sí que es una auténtica distopía… 😉

Vibraciones: mal periodismo, política simplista… y así nos va

Hoy toca ponerse otra vez la piel de cascarrabias…

La imagen anterior corresponde a la de un artículo publicado en El Correo la semana pasada, referido a la presencia del coche en la capital vizcaína, en estos precisos momentos, tras el impacto de la evolución de la propia ciudad y de la cultura ciudadana hacia el uso del coche, de las estrategias municipales al respecto desde hace ya muchos años, o de la omnipresente pandemia que ha afectado a todo… y entre otros aspectos de la vida a nuestros hábitos de movilidad.

Viviendo en Bilbao, el título y el subtítulo llamaron mi atención porque no sentí que se compadecieran bien con la sensación que yo tenía de cada día, así que decidí entrar a leer, para encontrar ese punto de conexión que me faltaba, por lo visto, con la realidad.

No va este post del asunto de la movilidad urbana ni de mis opiniones al respecto, lo aviso… sino del hecho de que, mientras iba leyendo, mi conversación privada empezó a llenarse de juicios críticos sobre la forma en que tanto el periodista como el político implicados en el artículo, iban desgranando su descripción de la realidad y sus propios razonamientos sobre ella.

Digo juicios críticos… pero quizá fuera más exacto hablar de una creciente (aunque leve) irritación por volver a encontrarme con narrativas de la realidad trufadas de tópicos, de manipulaciones populistas o de frases de recetario que esconden, fundamentalmente, una enorme falta de rigor en el análisis de las cosas. Algo que debería formar parte, en un mundo ideal, de las profesiones de la política y el periodismo, ¿no creen?

Si siguen leyendo, quizá acaben pensando que soy un exagerado… pero les recuerdo lo de cascarrabias, ¿vale?… 😉 y tengo para mí que lo que paso a relatar está en el fondo de uno de los problemas principales por los que nos resulta difícil avanzar mejor como sociedad.

Les dejo las analogías e isomorfismos con otras situaciones a ustedes, queridos lectores (que no es difícil)… y me meto con el asunto en cuestión, que iré desgranando en varios puntos.

«El coche vuelve a reinar en Bilbao»

En realidad, el periodista matiza nada más empezar que debería decirse que «el coche sigue reinando en Bilbao porque, en realidad, nunca ha dejado de hacerlo».

Pues va a ser que no. Y basta ver los datos que el propio periodista aporta para ese periodo de datos, al parecer tan preocupantes, que va del 1 al 19 de septiembre:

  • 1’52 millones de vehículos, dicen (?), que han entrado en la ciudad.
  • 998.128 viajeros exactos en Bilbobus.
  • No especifica los viajeros en metro… pero sí dice que se han situado al 80% de los viajeros prepandemia. Si recordamos que en 2019 el metro movió 97 millones de viajeros, podemos calcular, como aproximación grosera, el 80% de la parte proporcional a los 19 días considerados, lo que nos da una estimación (grosera, insisto) de unos 4 millones de viajeros.
  • Se mencionan los desplazamientos en bicicleta (el servicio BilbaoBizi), pero no se cuantifican… lo que creo no impactará mucho en el cálculo global, porque en esos 19 días seguramente no habrán sido más que 100 o 200.000…
  • … cosa que no ocurre con los desplazamientos a pie: con solo suponer, por hacer otra aproximación grosera, que 1 de cada 4 bilbaínos haga un único desplazamiento a pie al día por la ciudad, se agregarían más de 1’6 millones adicionales al cómputo del periodo considerado.

En resumen, que podemos simplificar diciendo que, en esos 19 días de septiembre, se habrán registrado unos 8’5 millones de desplazamientos en la ciudad, de los que solo 1’5 (el 18%) habrán sido en coche.

Como «licencia poética», decir que el coche reina puede quedar muy «guay», pero como información, que debería estar basada en datos veraces y contrastados… ¿el coche es el rey? 😮 ❓

«Parecen hacerse realidad los peores temores. Desde el primer momento se sospechaba que el vuelco del transporte público al privado podría terminar consolidándose. […] Pues eso es lo que está ocurriendo»

Pues tampoco. O no me parece que pueda afirmarse de tal manera.

¿Cómo se puede hablar de «consolidación», de una «nueva» situación de movilidad o de una «nueva» cualquier cosa ligada al comportamiento humano, sin haber salido aún de la pandemia?

Es un puro ejercicio de alarmismo, detrás del cual, tanto en el periodista como en el político, no hay sino intereses espurios. En el periodista, de impactar con la lectura mediante brochazos livianos de sensacionalismo en lugar de rigor. En el político, de aprovechar la labor del periodista para apalancar su protagonismo y su visión al respecto, alentando mensajes populistas que crean opinión a su favor: por una vez (y me temo que sin que sirva de precedente), recorrer los propios comentarios al artículo merece la pena para encontrar varios que, más allá de alusiones personales, desnudan el inexistente pensamiento múltiple del protagonista, de cuyo juicio escapan muchas realidades que parece obviar.

A ver… dejen que fundamente mi opinión para que nos entendamos sin que consideren que me he venido muy arriba…

Ante la cuestión de que el miedo a los contagios haya retraído a los ciudadanos del uso del transporte público, la respuesta del político es «Tenemos certificaciones que demuestran que subir en Bilbobus es seguro». ¿¿¿Certificaciones??? 😮 ¿De qué certificaciones habla, cuando ni científicamente aún se puede demostrar qué es seguro y qué no, o hasta cuánto de seguro es nada?

Y esa frase… Después de que durante el largo año y medio de pandemia, nos hayamos hartado de ver a las autoridades intentándonos meter en la cabeza (y menos mal) que teníamos que cambiar nuestros comportamientos y huir de estar en aglomeraciones y sitios cerrados, o no tocar objetos que otras personas tocan… ¿cómo se entiende lo de «certificar» ahora que docenas de personas metidas dentro de una lata, a 80 cm. de distancia una de otra, sea «seguro»?

¿No será que la situación actual cuestiona su manera de ver el mundo, hiere el prurito personal de querer dejar huella «implantando lo que pienso», o introduce un fondo de pérdidas adicionales a un servicio público ya deficitario? ¿No será que necesita por ello empezar ya a combatir dicho cuestionamiento (ahora que vamos estando vacunados y que las consecuencias de un contagio no parecen ser tan graves), asumiendo la pérdida de una prevención que hasta ahora era una tragedia, en plan «pelillos a la mar»?

Hmmm… no está bien pensar mal, creo… ¿o sí?

El coche, «el gran enemigo de las ciudades del siglo XXI tanto desde un punto de vista ambiental como de movilidad»

Probablemente hoy nadie cuestione este postulado… pero déjenme decirles que es igualmente cuestionable.

Una vez más, hemos puesto el foco en el coche, algo que todos podemos ver y tocar, para convertirlo progresivamente en lo que algunos pretenden (el enemigo número 1 de la ciudad), porque hay gente a la que le va la vida en movilizar a los demás (en lo que sea)… o en una mirada más oscura, en impulsar subrepticiamente intereses económicos o políticos distantes de los dominantes.

Sin embargo, me van a permitir el atrevimiento de defender su necesidad en la sociedad actual… e incluso el que sea la forma más sostenible de movilidad urbana para el futuro, aunque eso sí, evolucionando el actual modelo de uso del vehículo.

Para empezar, hemos construido una sociedad móvil, donde ya no es posible repensar los asentamientos humanos en términos de ubicar a las personas al lado de su lugar de trabajo. Por múltiples razones: de flexibilidad, de interactividad, económicas, de vertebración del territorio (evitar «el país vaciado»)… Cada desplazamiento, si no es por ocio, no puede ocupar nada menos que 2 horas para entrar y salir de una ciudad. Muchos de los comentarios en el propio artículo de El Correo inciden sobre ello… y es difícil pensar que una inmensa mayoría del millón y medio de vehículos que entraron en la ciudad no sea por razones laborales, comerciales o administrativas. Hacer que esos tiempos se dividan por 4 de forma generalizada, implicaría unos niveles de inversión en infraestructuras y unas afecciones al propio territorio que pocas sociedades están en condiciones de asumir.

Para seguir, una digresión: si conseguimos simplemente estabilizar el número de desplazamientos en automóvil en una ciudad, o sea, si NO conseguimos que descienda, pero sí que no aumente, ¿sería bueno o malo que se redujera el uso del transporte público para la calidad de vida de la ciudad o para la sostenibilidad del planeta? Pues sería bueno que se redujera, ¿no? De hecho, habiendo el mismo número de coches circulando en las calles, sería magnífico que hubiera menos autobuses, menos metros, menos tranvías y hasta menos bicicletas eléctricas circulando, porque eso significaría menos necesidad de inversión pública en infraestructuras, menos impacto ambiental en su construcción y, sobre todo, menos consumo de energía cada minuto del día.

Aunque como derivada, el porcentaje de uso del coche sobre el total aumentara, claro está.

En definitiva, lo que quiero decir es que el problema hay que verlo desde una perspectiva sistémica y no desde un mantra simplista, como es el de que «cuanta mayor proporción de uso del transporte público, mejor». En parte entiendo que se diga así, porque como eslogan eso se le queda en las meninges a cualquiera… pero no puede soltarse con carácter absoluto. ¿Cuánto de sostenible consideran que es un tranvía o un autobús (aunque sea eléctrico) moviendo sus 30 o sus 15 toneladas respectivamente de hierro, cobre, vidrio y aluminio por toda la ciudad, en tantos y tantos viajes en los que al cabo del día van solo 5 o 6 personas dentro? ¿No sería mucho más medioambientalmente sostenible que cada una de esas personas se hubiera movido en un pequeño city car eléctrico? ¿Lo pensamos?

Piensen en un escenario de vehículos puramente urbanos, pequeños, de conducción autónoma y uso compartido, cuyo uso se gestione desde el móvil y que recoja y entregue a cada viajero literalmente punto a punto, sin necesidad en muchas horas del día sin ni siquiera estar aparcado… y con una ocupación por encima del 80% de su tiempo, en vez de esos coches nuestros, mayoritariamente parados casi todo el día.

¿Qué sentido piensan que tendrán en este escenario (que es creíble a medio plazo) buses, metros y tranvías (o sea, cualquier medio de transporte colectivo)? Igual ninguno, ¿no?

Para terminar, me permitirán que postule que el coche no creo que sea, de ninguna manera, «el mayor enemigo de las ciudades del siglo XXI desde el punto de vista ambiental»:

  • Las ciudades son responsables del 67% del consumo energético total, sí… (aunque cuando se dice esto, debería decirse también que en Europa, las ciudades producen el 85% del PIB), pero junto al consumo de energía en el transporte están los consumos en iluminación urbana, en el consumo de agua caliente sanitaria o en el consumo energético de edificaciones y viviendas (climatización, iluminación, consumo de aparatos en el hogar..). El consumo energético de hogares y servicios (comercio y administración, fundamentalmente) es el 31% del total… y casi en su totalidad se da en ciudades. El consumo en industria (24%) se da mayormente fuera de la ciudad, así que en términos energéticos… ¿de verdad es el transporte el mayor enemigo por consumo en la ciudad?
  • Cierto es que el transporte en general y el automóvil en particular son el principal problema en cuanto a calidad del aire que se genera en la ciudad (yo sigo sospechando que existen datos sobre la afección a la salud que no son públicos), pero… el ya incuestionable desembarco del vehículo eléctrico lo irá eliminando más a corto que a largo plazo… y conviene no olvidar que en las ciudades sigue sin estar resuelto el tema de los residuos urbanos, quizá encauzado en cuanto al tratamiento de las aguas residuales (¡aunque a qué coste!), pero aún hoy con casi media tonelada de residuos sólidos urbanos generados por habitante y año, que nos vamos quitando progresivamente de encima mediante políticas limitadas de reciclaje, pero que descansan aún fuertemente en vertederos e incineradoras. Así que… ¿se puede asegurar que el automóvil sea (o al menos que vaya a ser), el mayor problema de la ciudad en cuanto a impacto ambiental?

«El parque móvil de la ciudad sigue creciendo […] Nunca antes había habido tantos coches en la ciudad. Algo que ocurre pese a que la población va a menos»

¿¿¿Y qué???

Inducir en el pensamiento de los lectores una relación directa entre el número de vehículos que conforman el parque de automóviles de la ciudad y el incremento de uso de los mismos en la propia ciudad (introduciendo la idea en el contexto de este artículo), es una falacia argumental para una urbe moderna.

La sociedad ha evolucionado hacia hogares más pequeños, incluso monoparentales o individuales… y las necesidades de disponer de un medio autónomo de desplazamiento están muy ligadas al concepto de número de hogares, más que al de volumen de población.

La cuestión no está en que existan más o menos coches censados en una ciudad (si me apuran, más coches significa más poder adquisitivo medio, o más independencia personal de movimiento, lo que no es precisamente algo malo), sino en que su uso en la ciudad no sea la mejor opción a elegir… no por prohibiciones y penalizaciones sobre su uso, sino porque haya alternativas más satisfactorias en cada desplazamiento que uno se plantee realizar (por distancia, por tiempo, por disponibilidad de aparcamiento, por necesidad de mover cargas, por horarios…).

De hecho, a pesar de ese «enorme» aumento del parque de vehículos, mi experiencia personal es abrumadora en cuanto a moverme en coche por Bilbao: ya casi nunca lo hago (mi uso del coche se ha visto limitado ya casi solo a necesidades que implican salir de la ciudad), pero cuando lo considero necesario, en general me resulta más fácil y ágil moverme hoy por sus calles que hace unos años. O al menos, la experiencia claramente no es peor.


Existe una moda, casi obsesión en algunas personas con ocupación política en lo hoy políticamente correcto, en desterrar el coche de la ciudad, pero la verdad es que las arcas municipales ingresan un buen porrón de millones al año solo por el hecho de que existan esos coches, se muevan o no.

Los vehículos en Bilbao le reportarán al ayuntamiento de la villa, calculo grosso modo (y me da igual equivocarme en un 20% arriba o abajo)… unos 30 millones anuales entre impuestos de circulación, canon de aparcamientos, tasas por estacionamiento y multas. Considerando que los ingresos son de casi 600 millones, pero que de ellos más de 150 se van en costes de personal, 50 en amortizaciones y más de 180 en gasto ordinario… esos 30 millones me da que son muy necesarios para seguir financiando iniciativas como el Arriaga, el funicular, Surbisa, la Alhóndiga o Bilbao Ekintza. O eso creo.

Hay otros aspectos en que se podría fundamentar una visión muy crítica del modelo actual de uso del automóvil (la ruinosa eficiencia de invertir en un sistema de movilidad personal que no se explota ni en el 5% del tiempo disponible, o la servidumbre de suelo que supone la presencia de muchos vehículos en la ciudad, por poner dos ejemplos). En sentido contrario están las enromes aportaciones al empleo o a la generación de riqueza del sector. Pero ni de una cosa ni de otra trata este post

En este mundo de información líquida, cada vez más sesgada o de incierta fiabilidad, echo cada vez más de menos disponer de información confiable, independiente y rigurosa.

Pero en fin… mucho más echo de menos una sociedad que a eso le dé suficiente valor, la verdad… y así nos va, me temo, en el conflicto de cada día…

Vibraciones: análisis del rendimiento en los JJ.OO. de Tokio 2020

Hace solo unos días, cuando faltaban apenas un par de jornadas para la ceremonia de clausura de los JJ.OO. de Tokio, una de las etiquetas de Google llamó mi atención. Decía así: «España no está consiguiendo ‘pocas’ medallas, está consiguiendo exactamente las que paga«.

Entré a leer el artículo que enlazaba, movido por la curiosidad de ver cómo argumentaba semejante afirmación y hasta qué punto los datos que pudiera aportar para sustentarla ofrecían una correlación al menos aparente… y a partir de ahí nació este post… 🙂

Encontrarán a continuación algunas conclusiones que he ido obteniendo de datos que he ido buscando, compilando y cruzando… y creo que no se sorprenderán si anuncio alguna notoria contradicción con los postulados de ese y otros artículos que me he ido encontrando por el camino. 😉

Les adelanto la lista de mis conclusiones, solo para abrir boca:

  1. La inversión en el «Plan ADO» para Tokio ha sido la más eficiente de su historia.
  2. No es verdad que esta vez hayamos mandado deportistas a mansalva y tampoco que su rendimiento haya sido muy bajo.
  3. Las comparativas de medallas entre países no pueden hacerse bajo criterios puramente numéricos.
  4. Una gran población no garantiza un rendimiento proporcional en medallas… o en todo caso hay otro factor.
  5. Un mayor PIB no produce mas medallas… sino en todo caso al contrario.
  6. La proporción de deportistas que envía un país y la proporción de medallas por deportista que consigue se parecen «como un huevo a una castaña».
  7. Hay estrategias de éxito, si el éxito es conseguir muchas medallas.

Si alguna les ha despertado curiosidad, aunque solo sea una… ya saben: sigan leyendo. 🙂

1. LA INVERSIÓN EN EL «PLAN ADO» PARA TOKIO HA SIDO LA MÁS EFICIENTE DE SU HISTORIA

El Programa ADO fue una magnífica iniciativa nacida para preparar los JJ.OO. de Barcelona-92, consistente en activar, mediante colaboración público-privada, los fondos necesarios para romper la sequía de medallas tradicional en el deporte español hasta ese momento, becando deportistas de alto rendimiento y asumiendo los costes de grandes preparadores o materiales especiales, con asignaciones presupuestarias realizadas por periodo olímpico.

Su éxito fue incuestionable en Barcelona… y ha seguido siéndolo olimpiada tras olimpiada si atendemos su objetivo y comparamos los logros de antes y después de su existencia.

Pero la pregunta que muchos artículos de estos días se han estado haciendo es: ¿ha sido rentable la inversión ADO para Tokio? ¿Está perdiendo el modelo efectividad?

Para responder a esto, me he limitado a tomar unos pocos datos y armarlos en la tabla que sigue a continuación:

Es verdad que las asignaciones presupuestarias al Plan ADO han ido rediciéndose progresivamente en los últimos 20 años, desde que se fijara su dimensión para Pekín (más del doble que la de Tokio), pero eso no significa, como verán, que el rendimiento de dicha inversión haya descendido en proporción, como mostraré a continuación. Más bien todo lo contrario.

Como verán (y esto es especialmente claro en la tabla y el gráfico que les muestro inmediatamente después de este comentario), nunca habían resultado tan baratas las medallas (1’8 M€/medalla) o los diplomas olímpicos conseguidos (0’5 M€/diploma) como en Tokio. Y eso sin considerar que el efecto de la inflación no se ha tenido en cuenta en estos 20 años, lo que es un factor MUY significativo (aproximadamente un 35% en ese periodo) que en ningún lugar se contempla.

Me sirve esta última gráfica para hablar de los «oros». Y es para decir que de ello no hablaré mucho más, porque requeriría, en todo caso, un análisis aparte, porque a la vista está la enorme variabilidad del preciado metal frente a la cosecha de medallas en general… y porque me da que, aunque solo sea por masa y cultura (de esto hablaremos más adelante), difícilmente saldrá en este país uno de esos deportistas reyes del Olimpo, uno de esos que son capaces de levantarse 3, 5 o 7 medallas de oro en unos únicos juegos olímpicos. Solo para este tipo de súper humanos el oro es muy diferente al resto de las medallas a la hora de definir expectativas.

2. NO ES VERDAD QUE ESTA VEZ HAYAMOS LLEVADO DEPORTISTAS A MANSALVA Y TAMPOCO QUE SU RENDIMIENTO HAYA SIDO MUY BAJO

Bueno… o al menos los datos no son alarmantes en comparación con las citas precedentes.

Las mismas tablas anteriores son una demostración palpable: es verdad que ha ido casi la mayor cantidad de deportistas (321) tras Barcelona (430), pero solo han sido 1 más que la media de las 8 citas bajo el Plan ADO (320), o incluso solo 17 más que la «media-sin-contar-Barcelona» (304). No sé a ustedes qué les parece, pero a mí me da que veinte arriba, veinte abajo… es más o menos lo de siempre.

Además, es importante recordar que la selección de deportistas no se rige por criterios arbitrarios o por amiguismos. Seguro que alguno me saca a relucir algún manejo turbio, pero les aseguro que será una excepción: por lo general, son las federaciones internacionales las que marcan la marca mínima que un deportista debe alcanzar (y en qué momento o periodo) para poder inscribirse en los Juegos o, como en el caso de las competiciones por equipos, las que regulan y ponen en marcha una competición previa clasificatoria.

El ejemplo de la IAAF (atletismo) es suficientemente significativo de la dureza de los retos impuestos: va el que se lo gana… y si le dejan: las federaciones nacionales pueden establecer, a partir de los anteriores, criterios más limitantes si así lo desean.

En realidad, el que a una Olimpiada acudan más deportistas de un país que en ocasiones precedentes, lo que habla es bien de la evolución del deporte de élite en ese país. 🙂

Respecto del rendimiento, la gráfica siguiente permite visualizar cómo los ratios de medallas o diplomas por deportista no difieren sustancialmente de otras ediciones, con líneas de evolución que, salvo excepciones en positivo como los diplomas en Atenas o en negativo como las medallas en Sidney, muestran una estabilidad muy notable.

3. LAS COMPARATIVAS DE MEDALLAS ENTRE PAÍSES NO PUEDEN HACERSE BAJO CRITERIOS PURAMENTE NUMÉRICOS

A partir de este punto, trataré de exprimir algunos datos básicos que caracterizan a los 25 países que ocuparon la cabeza del medallero definitivo de Tokio 2020, por ver si cruzando algunos de ellos podemos extraer alguna curiosa conclusión.

Pero mucho ojo, porque las conclusiones precipitadas en este tipo de análisis (sin asomo de rigor científico) no son más que un divertimento (como este mismo artículo)… y en lo que se lee por cualquier lado, prensa a veces incluida, con demasiada frecuencia se toman como demostradores incontestables de postulados que en realidad tienen los pies de barro.

Y es que es muy frecuente encontrar comparativas entre países sobre distintos ratios de medallas conseguidas, por ejemplo, fijándose en la población relativa, o en el número de atletas que se envían por cada uno, o en el poderío económico de cada país, o en la inversión realizada… y estas comparativas carecen totalmente de sentido, por una razón tan simple como la que muestra las siguientes tablas:

Como ven, España envía el 58% de sus deportistas dentro de deportes de equipo, frente al 24% del total de inscritos en los juegos.

¿Y cuánto de relevante es esto? Pues su impacto es enorme, como demuestra la segunda tabla, de donde extraemos el dato de que solo el 6% de las medallas se entregan en deportes de equipo: España envía casi dos tercios de sus representantes a deportes donde solo se reparte el 6% del metal.

¿Cómo se van a conseguir ratios homologables de «medallas/deportista» en esas condiciones?

Imposible, ¿no?

Pues eso… Recuérdenlo cuando vuelvan a ver comparaciones de ese estilo, que las hay y las habrá, olimpiada tras olimpiada… 😀 😀

4. UNA GRAN POBLACIÓN NO GARANTIZA UN RENDIMIENTO PROPORCIONAL EN MEDALLAS… O EN TODO CASO HAY OTRO FACTOR

Cruzando los datos de población, deportistas enviados, producto interior bruto (PIB) per capita o medallas conseguidas de esos 25 primeros países triunfadores, se observan algunas cosas bastante curiosas, sin embargo.

Vean por ejemplo los siguientes gráficos: en países que cuidan su movimiento olímpico (como en mayor o menor medida ocurre en la práctica totalidad de este top-25), cabría esperar que una gran población facilitara el que fuera más fácil encontrar entre ella grandes campeones por una simple cuestión de «masa crítica». Bien, quizá con la excepción de Brasil o Australia, la primera gráfica parece mostrar de alguna forma esta relación… pero conviene detenerse un momento en la segunda…

¿No les llama la atención el que haya países, precisamente los que son más bien pequeños, que consiguen índices de medallas por habitante en una proporción mucho mayor que la que se desprendería de comparar los tamaños de población?

Parecería indicar… si me lo permiten… que hay algún factor que hace que en estos países, el esfuerzo olímpico, fuera el que fuera, da mejores resultados, ¿no es así? Porque si habláramos de países con 2 o 3 medallas, tal vez pudiera justificarse con la diosa fortuna, con haber encontrado un rara avis que sea número 1 del mundo y que distorsione las estadísticas, pero 9 medallas de una Jamaica con menos de 3 millones de habitantes deberían tener otra explicación.

Y las hay, las hay… Una importante es que en varios de los países a la cola de población de este top-25, hay un reconocimiento del deportista de élite muy importante a nivel social; otra, una alta concentración de los esfuerzos en materia de deporte de élite en una disciplina concreta; en todos ellos, una estrategia orientada al logro y focalizada en aquello que se mide, es decir, en el número de medallas a conseguir.

5. UN MAYOR PIB NO PRODUCE MÁS MEDALLAS… SINO EN TODO CASO AL CONTRARIO

Vean los siguientes datos y díganme si no son curiosos… cuando menos.

TODOS los países (6) que están por debajo de los 10.000 € de PIB/persona son TODOS (6) los que tienen ratios de medallas por habitante diferencialmente superiores. ¿Alguien me explica por qué de ese TODOS en base a criterios estadísticos o racionales?

Porque las variaciones entre los 19 países restantes, a pesar de las variaciones de PIB per capita que van de los 76.000 a los 14.000, no son precisamente llamativas comparadas con las anteriores…

Creo que puede haber un factor cultural que haga que, en naciones pobres, el reto de un deportista de élite vaya más allá que el mero logro deportivo. Yo no me atrevo a postular teorías, claro, es solo una intuición… pero da para pensar sobre ello, ¿no creen? ¿Alguna teoría por su parte medianamente fundamentada?

6. LA PROPORCIÓN DE DEPORTISTAS QUE ENVÍA UN PAÍS Y LA PROPORCIÓN DE MEDALLAS POR DEPORTISTA QUE CONSIGUE SE PARECEN «COMO UN HUEVO A UNA CASTAÑA»

O sea, que no tienen nada que ver, que no correlacionan absolutamente. Podría parecer, intuitivamente, que si un país es especialmente estricto con la selección de participantes, endureciendo los criterios de acceso a la olimpiada, por ejemplo, para sus propios atletas, ello significaría un mayor logro en términos de medallas por deportista conseguidas… pero la siguiente gráfica parece demoledora al respecto, ¿no les parece?

Menudo caos, ¿verdad?

Casos como el de USA o el de China parecerían justificar el criterio de que a mayor población, más fácil es encontrar grandes deportistas y por tanto tener una selección más productiva en términos de medallas, rebatiendo el postulado nº 4 anterior… pero ahí están también los casos de Jamaica, Noruega, Suiza, Nueva Zelanda o Dinamarca para refrendarlo.

Así que parece que las claves están en otro lugar, ¿no creen?

7. HAY ESTRATEGIAS DE ÉXITO, SI EL ÉXITO ES CONSEGUIR MUCHAS MEDALLAS

En efecto, parece haber estrategias de éxito en algunos países, centradas en algunos factores que ya apuntábamos también en ese postulado nº 4.

Holanda, al parecer, apuesta por la utilización moderna y profunda de la tecnología, combinada con la contratación de los mejores técnicos a nivel mundial, para facilitar la progresión de atletas a los que cuida en todas las facetas de su crecimiento como persona.

Italia, por su parte, opta por el deporte individual y ofrece a sus deportistas no solo un enorme apoyo financiero en su desarrollo como atletas, sino un futuro profesional ligado al ejército o la policía, que resuelve (si el deportista lo desea) un abismo al que se enfrenta en cualquier otro país cuando se termina, siempre muy tempranamente, su vida deportiva.

Otros, como ya vimos, dicen que «la clave está en la pasta«, lo que desde luego no pretendo cuestionar. Me hubiera gustado tener datos sobre la inversión dedicada por cada uno de esos top-25 países, pero no lo he conseguido.

Aun así, me parece muy claro que el dinero tiene que ser un factor muy importante, pero… lo que igualmente está claro… es que con la estrategia de España de fomentar la asistencia a través de deportes de equipo (lo que implica una muy pobre implicación en el deporte individual) la gran cosecha de medallas no se conseguirá. Ni con dinero.

Y en una cultura deportiva como la de la sociedad española… ¿cómo poner acentos en el deporte individual y especialmente en el minoritario?

Porque yo sí soy de los que cree que un país debe poner parte de sus recursos, independientemente de las necesidades sociales a las que tenga que atender, en apoyar el deporte de élite, más cuando el esfuerzo que se requiere es insignificante en relación al presupuesto de cualquier país (me repugnan cada vez más los argumentos populistas, fáciles y baratos), democrático e igualitario en base a que los apoyos financieros se entregan a quienes lo merecen, independientemente de su posición social (y son numerosísimos los ejemplos que demuestran que no se circunscriben precisamente a clases acomodadas) y consistente con quienes están dispuestos a ser cobayas en la exploración de los límites del ser humano, mientras, para ello, se movilizan infinidad de recursos de apoyo, que a su vez generan también tejido social.

Ahora bien… ¿no será éste un país que, en el «mientras tanto» que va de unos juegos a otros, el gasto en el deporte minoritario e individual sería más un riesgo de crítica o en cualquier caso un invisible pozo sin fondo, frente al ganar o no perder votos mediante acciones de propaganda populista? ¿No, verdad?

Complicado va a ser…

Vibraciones: de mentiras y política

Aunque a veces no lo parezca mucho en este «mundo covid» en el que estamos metidos, en mi entorno acaba de arrancar una campaña electoral, lo que unido a la actividad política más reciente, me ha dado estos días numerosas ocasiones para sorprenderme (aún), irritarme (¡aún!) o incluso divertirme (el estadio final) por el uso de la mentira en el mundo de la política.

Así que dada la enorme diversidad, intensidad e impacto de las señales que me han llegado, he pensado, queridos lectores, que bien podía establecerse una especie de baremo moral de la mentira en la política, porque como en todo en la vida… hay grados. 😉

¿Vamos con ello?

Quede por delante que no pretendo categorizar de manera académica el asunto ni convencer de nada a nadie, ni por supuesto necesito que se comparta el punto de vista, que no va más allá de ser una liviana reflexión sobre la marcha de las emociones.

A ver qué les parece…

1 – La falsedad de los programas electorales

Bueeeeno… esta es casi ya una mentira infantil, parte del paisaje. Quizá, puestos a ser dogmáticos, sea el principio de todo, la base moral que permite todo lo demás, pero no sé… llegados al punto al que hemos llegado, casi me parece algo tolerable por comprensible.

Sé que un programa podría leerse como une especie de contrato establecido con la ciudadanía, que a cambio de su voto a un partido determinado podría habilitarla para exigir su cumplimiento, pero en realidad… ¿quién es la ciudadanía? ¿Quién ha firmado nada? ¿Quién hubiera firmado el 100% del programa de un partido político, sea el que sea, tras un esfuerzo honesto de análisis crítico del mismo?

Y aunque hubiera alguien… la vida política raramente da capacidad absoluta de maniobra a nadie, por ausencia de mayorías, por los equilibrios que deben guardarse con los restantes poderes y mecanismos de control del estado, por las normativas legales que regulan los cambios y la forma en que uno está autorizado para activarlos, por la necesidad de pactar con otros (que siempre implica renuncias a ambos lados que no es posible saber por dónde se concretarán) o sencillamente porque no hay dinero para todo.

Además… se supone que parte de la ética política consiste en que, alcanzadas las responsabilidades de gobierno, éstas deben ejercerse desde la visión propia de las cosas (para eso le han votado a uno), pero sin desatender los legítimos intereses de toda la ciudadanía y no solo de los votantes acólitos. Hacer lo contrario suele ser un ejercicio de sectarismo que en mi modesta opinión no conduce a sociedades estables y prósperas.

Así que dicho esto, las campañas electorales son como un reality show de televisión: no se trata de mostrar lo que piensas o lo que eres, sino de que lo que haces o manifiestas sea atractivo para la audiencia (sea o no real). Es un concurso, a ver quién gana… y la verdad solo sirve en cuanto sirva a la táctica de combate.

Ya sé, ya sé… tienen ventaja quienes saben que no van a ganar, porque para crecer pueden prometer kilos de oro para todos, sin que nadie les llegue a pedir nunca cuentas… pero es lo que hay.

Aprendí en su día la frase de que «mentir es decir lo contrario de lo que se piensa con voluntad de engañar»… y en realidad, con los programas electorales ya nadie trata en el fondo de engañar a nadie: sencillamente, y quizá con la excepción de cada hornada adolescente recién llegada al cuerpo electoral, todo el mundo sabe que no se van a cumplir.

2 – La mentira dialéctica

Pónganse en el último debate electoral que recuerdan, o en el último debate parlamentario del que guarden alguna referencia.

Es casi seguro que hayan advertido que en el debate, alguno de los contendientes  utilizara datos o informaciones que, por decirlo de algún modo, no se compadecían fielmente con la realidad. De hecho, el análisis de las falsedades vertidas en un debate ha acabado por convertirse en un clásico de la prensa del día después.

Quiero disculpar (en muchas ocasiones) esta práctica. Por una parte, salvo contadas excepciones es imposible tener todos los datos relevantes de cualquier tema dentro de una sola cabeza. Y por otra, en un debate siempre hay un intento por fundamentar las opiniones con datos y en ocasiones se argumenta con valores aproximados que tienden a la exageración, porque en caso de duda… la lucha dialéctica y la rotundidad del mensaje transmitido prevalecen. 😉

Incluso la presentación de datos en una forma diseñada para que mejor defienda una posición de debate (no datos falsos, pero incluso sí seleccionados) me parece un recurso lícito, de la misma forma en que lo es en un debate de posicionamiento en una empresa o en una comunidad de vecinos, porque se trata de usarlos para reforzar lo importante, que es una posición de debate o un diagnóstico de situación, que como concepto va más allá de la exactitud precisa de los datos de soporte… siempre que no se falseen justo para demostrar lo contrario de la realidad, claro está.

No me malinterpreten, no digo que esté bien: en demasiadas ocasiones, las medias verdades o la falsedad de los datos llegan muy cerca del borde de lo tolerable desde criterios de fair play

Solo digo que lo entiendo desde el terreno de la dialéctica… y que si no se desbordan los límites de la falsificación intencionada, con eso estoy dispuesto a convivir. Lo consideraré parte del juego. 🙂

3 – El populismo como práctica política

Podríamos focalizar el ejercicio del populismo también en una época de campaña electoral, pero déjenme decirles que este asunto la desborda y puede afectar directamente a la acción política prolongada en todo un periodo de estancia en la oposición… e incluso en todo un periodo de acción de gobierno.

Y por extensión, a un modo general de estar en política.

Combinado con la primera categoría, responde a la cara refinada de la estrategia electoral (muchas veces permanente) de los partidos y dirigentes políticos, pero el uso de la mentira en esta dirección tiene ya un perfil perverso

No me refiero al pensamiento sectario. Cada persona tiene perfecto derecho a pensar como le parezca más oportuno y considerar que todos los demás están equivocados, e incluso a pretender que su pensamiento se imponga como pensamiento único en caso de alcanzar responsabilidades de gobierno… aunque como ya he mencionado antes, a mí me parezca eso un cáncer para la sociedad.

Me refiero a utilizar conscientemente medias verdades (información sesgada) o diseminar directamente falsos hechos (fake news), con el propósito de activar los resortes emocionales más sanguíneos del ser humano, de generar un clima social favorable a intereses partidistas ofreciendo a muchas personas solo lo que alimenta su visceralidad (lo que lleva a identificar enemigos y establecer muros infranqueables) y de adormecer así su visión crítica o su capacidad de análisis independiente de los hechos, pasando de ciudadano común a irreflexivo militante.

El uso de la mentira se convierte aquí en algo mucho más grave, porque nace no del deseo circunstancial de movilizar el voto de las personas ideológicamente más o menos afines en unas elecciones, sino de la voluntad de manipular la libertad de pensamiento de grandes masas de la sociedad, desde el uso fraudulento, interesado y consciente de la verdad.

El populismo no siempre se ocupa de mentir, sino que a veces le basta seleccionar la realidad que transmite, ocultar la que no interesa, no contar la que genera contradicción o duda razonable… y apelar a los estados emocionales más básicos para unirlos frente al enemigo común y al lado de esa «media docena de recetas» que parece terminarán con todos los problemas. Y dejar que eso se instale en el imaginario colectivo (o provocarlo)… es una forma de mentir.

Esta acción política se diseña en las estructuras de dirección de los partidos y se gestiona y despliega conscientemente, a través de redes sociales, medios de comunicación e incluso  «organizaciones ciudadanas» satélite, como herramientas de manipulación (más allá de la lícita exposición de la opinión política), lo que a mí me repugna particularmente porque, en mi opinión, parte de asumir que los ciudadanos son en general bobos y dependientes… pero sobre todo porque socava poco a poco, pero consistentemente, la confianza económica y social de la ciudadanía, imprescindible para el crecimiento y desarrollo armónico, sostenido y solidario de una sociedad.

Quizá se estén situando mentalmente en cualquiera de los extremos del abanico político. A veces es lo más visible… pero tengan cuidado, porque no hablo de ideología sino de la forma que que ésta trata de ser impuesta desde la acción política. Y aunque concluyan que el populismo es la forma natural de ser que hoy se observa en alguna opción concreta, su raíz penetra con facilidad en el corazón de todos…

4 – El fraude en la negociación

Esta es una «mentira de familia», una mentira entre políticos: todo queda en casa.

Los acuerdos entre partidos son una de las grandes claves de la praxis política en los parlamentos. La elección de los órganos de gobierno de los poderes del estado, la selección de los miembros de los mecanismos de control, la aprobación de mociones, leyes y reglamentos, la aprobación de los presupuestos anuales, la configuración de mayorías parlamentarias o la investidura de gobiernos se deciden casi siempre en base a negociación entre las fuerzas políticas, forzada por la necesidad de alcanzar mayorías simples o cualificadas según el caso, o conducida por un simple intercambio de intereses.

La negociación política, por su propia naturaleza de búsqueda de ventaja frente al adversario, tiende a ser en sí misma una inmenso campo de cultivo para la mentira: por la información que se oculta a la ciudadanía y al resto del arco político de la letra pequeña y secreta de un acuerdo, por la forma en que se «visten» o «traducen» las cesiones, por el «cambio de chaqueta» frente al discurso público hasta entonces sostenido, que se explica justificando lo injustificable a cambio de prebendas innombrables…

En la mezcla entre el «decido hacerlo» y el «que no se sepa» está la clave que lo estropea todo.

El problema se agrava cuando, en el proceso de negociación, alguna de las partes cierra acuerdos con la decidida vocación de no cumplirlos.

Dado que es una «mentira de familia», el asunto no debería tener mayor trascendencia, pero sí la tiene, porque deteriora la confianza para el futuro: impide la continuidad de las dinámicas de acuerdo, establece el recelo como pauta de comportamiento y radicaliza las posiciones políticas, contaminadas por la desconfianza incluso a nivel personal, hasta extremos difíciles de corregir salvo por la desaparición de sus protagonistas del escenario político.

Y ese no es el mejor escenario para el progreso de la cosa pública, ¿no creen?

5 – La mentira como defensa personal

Cuando uno se embarca en un puesto de responsabilidad, a cualquier nivel, es inevitable equivocarse. Más allá de eso están las actuaciones irresponsables, imprudentes, temerarias o incluso delictivas en que uno pueda incurrir, por acción o por omisión.

Pero en uno u otro caso, lo que en cualquier trabajo de responsabilidad tiene unas consecuencias más o menos homogéneas y reconocibles para cualquier sector, en la política cuenta con un factor adicional de enorme trascendencia, que complica aún más todo: la opinión pública.

Y es que las consecuencias de un error o de una imprudencia se pagan aquí también con el control y la petición de cuentas de los adversarios políticos, de forma pública y manifiesta… lo que puede costar votos, la «vaca sagrada» de la política… y en derivada el puesto, porque desde arriba siempre se ve una línea roja a partir de la cual te van a dejar caer para protegerse a sí mismos.

¿La primera reacción? Mentir como bellacos… 😀

El «no estaba allí», «yo no intervine», «fueron criterios técnicos», «es competencia de otros» o «yo no sabía nada» son diversas fórmulas de «quitarse un muerto de encima» aún a costa de que el que pringue sea otro, normalmente de un escalafón inferior, mientras pueda aguantarse.

Se llega hasta borrar rastros (correos, mensajes), corregir registros o hasta manipular declaraciones y voluntades (incluso delante de un juez) para retorcer la verdad y librarse de toda consecuencia personal, casi siempre, cuando sucede, bordeando los límites del delito.

La mentira defensiva se produce incluso cuando no hay nada ilegal o directamente imputable al sujeto en cuestión, créanme: basta que haya algo censurable en un familiar o un amigo, algo que desafíe lo que en cada momento sea «socialmente correcto», para que el aludido intente zafarse pública e improvisadamente del tema a través de la negación y la mentira. ¡Qué torpeza! La dimisión, entonces, resulta paradójicamente más fácil que llegue, no por haber hecho nada malo, sino por haber mentido públicamente para defenderse de algo de lo que, en realidad, no se tenía por qué defender, ¿verdad?

Le será sencillo a cada uno de ustedes recordar numerosos ejemplos en cualquier dirección, en función de su pensamiento político, pero convendrán conmigo, ahora que estamos cada uno a solas con nuestras reflexiones, que ejemplos se pueden encontrar en todo el espectro, porque corresponde a la mezcla de la naturaleza de la política y de la propia condición humana.

En cualquier caso, la mayoría de las veces es una mentira gremial… así que no le dedicaré más espacio.

6 – La mentira como tapadera de corrupción

En realidad, toda corrupción comienza por una mentira (una decisión injusta a sabiendas de serlo que necesariamente debe ser comunicada como si no lo fuera), pero termina por ser solo el inicio de una cadena de mentiras que engorda indefinidamente… y que se acelera en la medida en que algún cabo suelto dé ocasión para que la prensa o algún juzgado tiren del mismo.

Entramos en el capítulo de las cosas serias, porque cuando hablamos de corrupción hablamos de delitos.

Soy de los que cree que, una vez entrado en el círculo de la corrupción, nadie puede dejar las cosas circunscritas a un hecho aislado: quienes se implicaron en ello no tardarán en hacer que solo sea un primer paso, con lo que el tamaño del engaño, aunque en silencio, solo crecerá.

Pero cuando ese cabo suelto se descubre y se va tirando de él, de lo que ya no me cabe ninguna duda es de que se multiplica y diversifica: se miente al partido, a los compañeros, a la sociedad, a la familia, a los amigos, al Parlamento, a la prensa, a la policía, al juez… e incluso al abogado que te tiene que defender. Si hace falta, se construye una mentira sobre la anterior. Se miente… y si hace falta se fuerzan mentiras ajenas y se hace todo lo posible para que no se descubra la verdad.

En buena medida, tiene mucho que ver con la visibilidad pública de la política: también la mentira responde aquí a un comportamiento muy humano.

Pero sobre este caso… no es posible ninguna compasión.

Y no parece necesario añadir mucho más…

7 – La mentira como arma de destrucción del adversario político

Entramos en la última categoría, pero a la vez la que personalmente me resulta más repugnante de todas las que se me ocurren.

Y existe.

Se trata de diseñar una operación de desprestigio y destrucción de algún adversario, a nivel personal, con el único fin de obtener un rédito político. Todos hemos conocido o intuido ejemplos, creo que coincidirán conmigo en ello.

La mentira se profesionaliza, se diseña cuidadosa y sistemáticamente, se despliega de forma sostenida en connivencia con las «cloacas» del estado, de la administración, de los poderes paralelos o de las organizaciones de agitación de la opinión pública, según el caso. Se utilizan torticeramente medios de comunicación e instituciones como la justicia, filtrando informaciones parciales, no verificadas o abiertamente falsas, manipulando supuestas pruebas o inventando conscientemente hechos inexistentes con el frecuente propósito de desprestigiar una institución, pero usando, como medio para ello, la destrucción de la carrera política y la vida en general de una persona.

El ejercicio del poder ciega… y el lado oscuro de la política existe, es activable y ejerce una atracción poderosa para quien sabe que lo tiene a su alcance.

A veces, ese entramado conspiranoide se construye sobre una verdad indeseable intuida, pero no demostrada, a modo de proceso justiciero. Pero para mí no hay diferencia, porque el método es tan profundamente inmoral, el objetivo de destrucción de la persona es tan nauseabundo, que debiera ser penado judicialmente al nivel del delito de tortura.

Tal vez piensen que me he pasado tres pueblos… pero si creen en el in dubio pro reo, vuelvan a pensarlo y díganme si no tengo razón…

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¿Se les ocurre algo más?

Sin llegar a los últimos extremos, ¿habían pensado en esa cierta «naturalidad» de la relación entre mentira y política que, si se desea evitar, exige una implicación personal permanente y consciente?

Por eso es tan importante, como ya a veces he defendido en esta modesta bitácora, proteger la independencia de los mecanismos de control (formales e informales) en una democracia. Para que, al menos, si alguien trata de sacar ventaja en la política desde el ejercicio de la mentira, sólo los muy listos o con mucha suerte lo consigan. 😉

Y mientras tanto… pues así estamos.

Cuando la ideología política se sitúa por encima de la vocación de servicio, pasan estas cosas. Con el efecto añadido de que un panorama así… desincentiva a muchas personas valiosas a dar un paso hacia el gobierno de lo público.

Y es una pena, porque el efecto es difícil de disolver. 😦

Hay generaciones que tienen la suerte de convivir con dirigentes políticos cuya acción, más allá de ideologías o intereses espurios, está guiada sobre todo por la vocación de dejar un gran legado para las generaciones venideras.

Quizá nosotros tengamos que esperar a la próxima. 😉

Vibraciones: oda liberal

La fotografía de cabecera está tomada hace algo más de un mes, en el tablón de anuncios de la Sociedad Bilbaina, tras una celebración familiar a la que fui invitado.

Hoy he decidido recuperarla para el blog al toparme con ella mientras clasificaba mis últimas fotos. Como verán, se trata de una serie de actos organizados para celebrar el 180 aniversario de la entidad. Pero fíjense, fíjense bien en a quiénes habían decidido invitar para ello solo en este mes de febrero pasado:

  • Ramón Tamames, licenciado en Económicas y Derecho por la UAM, con especializaciones en el Instituto de Estudios Políticos y la London School of Economics, catedrático de Estructura Económica y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. A sus 86 años y aunque con una clara evolución hacia el conservadurismo en lo económico, siempre fue un brillante intelectual de la izquierda política.
  • Juan José Padilla, torero singular, Premio Nacional de Tauromaquia, retirado definitivamente a los 46 años tras 25 de pisar los ruedos, con 1.400 corridas en su cuenta y 39 cornadas con serias secuelas. Leyenda viva y a veces polémica de un arte, fiesta, espectáculo o cultura cada vez más políticamente incorrecta en nuestro mundo de hoy.
  • Pedro Luis Uriarte, economista de Deusto, ya jubilado con 77 años, ha sido entre otras cosas consejero delegado y vicepresidente del Consejo de Administración del BBV, consejero de Economía y Hacienda del Gobierno Vasco y primer Presidente de Innobasque. Nacionalista y uno de los más firmes y brillantes defensores el Concierto Económico vasco, tarea a la que presta gran dedicación.
  • Mario Vargas Llosa, escritor, político y periodista peruano, Premio Nobel de Literatura en 2010, a sus 84 años ha recibido los más prestigiosos reconocimientos literarios y es doctor honoris causa por numerosas universidades en todo el mundo. A pesar de sus simpatías por el comunismo en su juventud, hace ya 50 años derivó decididamente hacia la militancia en el liberalismo social, político y económico, llegando a ser candidato a la presidencia de Perú por el partido conservador. Antinacionalista, es activo combatiente contra todo signo de dictadura.
  • Javier Bardají, licenciado en Ciencias de la Información y Doctor en Comunicación Audiovisual por la UN, suma además numerosos másteres por ESADE e IESE. A sus 54 años y tras haber pasado por puestos directivos en Punto Radio, Vocento, Telecinco-Mediaset o El Mundo, es en la actualidad el director general de Atresmedia Televisión (Antena 3, La Sexta, Neox, Nova, Mega, Atreseries y Atresplayer).

Como ven (y salvo en cuestiones de género, lo que no es menor en este caso) de todos puede decirse que son profesionales de éxito, pero desde una gran diversidad, ¿no creen?: de edad (varias generaciones), de pensamiento político (izquierdas y derechas), de pensamiento identitario (nacionalistas y no nacionalistas), de alineamiento social (del anatema al mito), e incluso del tipo de éxito que representan (de lo popular a lo económico, pasando por lo académico).

Desde la razón, aunque a veces también desde la ignorancia y con frecuencia y en paralelo desde la simple envidia, a la Sociedad Bilbaina se la ha criticado con frecuencia sobre asuntos como su clasismo (como detalle tópico, aún es obligado llevar chaqueta, y salvo en verano corbata, cualquier día ordinario) o su machismo (hasta no hace demasiados años solo podían ser socios los hombres, teniendo incluso las mujeres restricciones de acceso).

Pero viendo esta fotografía en positivo, me ha apetecido hacer un canto a ese espíritu liberal que también ha sido una de sus señas de identidad. Muchos de los socios hacen y han hecho siempre gala de libertad de pensamiento, de capacidad de escucha y atención a las ideas bien argumentadas (independientemente de que sean o no coincidentes con las propias), de afán por conocer, por leer, por conversar, por debatir, por entender, desde el juicio crítico pero desde el respeto, el mundo visto por ojos ajenos.

Seguro que no es ese un perfil universal dentro de la Sociedad (como creación humana, entre sus miembros habrá de todo, ya lo sé), pero orgánicamente, como entidad… qué gozada ese disfrute intelectual y respetuosamente libre, ¿no creen?

Y cuánto lamento observar cómo lo vamos perdiendo como sociedad, habiendo estado tan cerca de ello…

A lo mejor… este post tampoco es políticamente correcto. 😉

Vibraciones: a la cola del verano, en Castro

Esa edificación que se come un tramo del borde superior de la playa de la fotografía de cabecera, en el medio de la misma, es el antiguo hotel Miramar… y la playa, la de Brazomar, en Castro Urdiales.

A estas alturas, les supongo a casi todos conocedores de que no es posible construir ahí (a partir de la aprobación de la Ley de Costas de 1988 e incluso considerando la relajación de límites de la reforma de 2013) salvo que la edificación tenga consideración de interés público (como los puertos) y obtenga por ello una autorización expresa.

El edificio que luego albergó el hotel Miramar fue construido en 1941 por el Ayuntamiento, mucho antes por tanto de la aparición de la ley y además con una función de utilidad pública a la que en principio quedaba vinculado, la de balneario. Sin embargo, algún tiempo después y con algunas idas y venidas, fue transformado en hotel, supongo que por la inviabilidad económica de su sostenimiento, y finalmente traspasado a manos privadas, en régimen de concesión, por un periodo de 50 años.

Mi memoria del Miramar, además de ser parte de la estampa histórica porque para mí siempre estuvo ahí, está ligada al refugio al que correr en un chaparrón breve e inesperado, a la cafetería con vistas y sobre todo a las paellas de encargo (para recoger y llevar a casa), que fueron la comida de muchos domingos.

No sé si alguien pidió nunca su demolición (yo no lo recuerdo)… pero entiendo que la ley es la ley: al acabar los 50 años de concesión, su conversión definitiva a hotel (el negocio de balneario se había vuelto inviable hasta en paralelo) le encasillaba en el apartado de lucrativos negocios, donde no cabe encontrar función social.

Sin embargo, yo creo que, además de negocio, el Miramar sí cumplía una función social. O varias. Vuelvan a leer en qué consistía mi memoria, solo un par de párrafos más arriba… y díganme si no les parece eso una función social… 😉

Y no solo esas: cuando se intentó desde la administración local, desde algunos arquitectos proteccionistas o desde iniciativas vecinales detener la decisión de demolición (dándole al edificio alguna nueva función social, por ejemplo), se aportaron otras ventajas ligadas a la conservación de la actividad. Por ejemplo, la vida del hotel evitaba problemas de seguridad pública, botellones ruidosos y fiesteros en las noches playeras… elementos que los vecinos cercanos valoraban muy bien.

Cuidado, que no se puede negar tampoco que existan consecuencias negativas. Las mareas vivas son fuertes en el Cantábrico y la playa de Brazomar prácticamente desaparece con ellas. No es posible considerar que, en marea alta y con mareas vivas, la existencia del Miramar tenga un impacto despreciable en términos de espacio disponible… aunque para los vecinos, que saben que las mareas más vivas arrancan en septiembre y ya no es momento para baños, lo consideraran más bien una barrera de protección. 😉

Me disperso… 🙄

El caso es que la pelea por evitar un fin inevitable para el edificio o por que suceda en términos justos ha sido larga, enrevesada… y a veces ciertamente incomprensible. Demolición o no, Costas-Ministerio y el Ayuntamiento con criterios diferentes o cambiantes, el propietario a los tribunales por la acción de las administraciones y su impacto en el valor de expropiación…

No quiero entrar en el relato de los hechos porque no es el objeto del artículo de hoy, pero daría para una película o al menos un buen documental, se lo aseguro, tanto la gestión del final como algunos manejos que no parecen descartables del pasado… Además, tengo otra buena razón: yo soy casi un recién llegado a Castro (veraneo en la localidad desde que me casé) y seguro que cometo, si no he cometido ya en lo que llevo escrito, numerosas imprecisiones y hasta errores de bulto. Eso sí, solo por si tienen curiosidad, les enlazo algunas informaciones de interés:

A lo que importa…

Llevamos ya mucho tiempo conviviendo con un mamotreto que se deteriora a ojos vista, varias veces tapiado tras casos de vandalismo, con protecciones para viandantes y bañistas cambiantes y a veces estrambóticas…: éste y no otro es el motivo de este post. Porque las responsabilidades sobre el derribo están ya hace tiempo SOLO en manos de lo público y, por lo tanto, me considero en el derecho de pedir… y hasta exigir responsabilidad.

Las siguientes imágenes están tomadas hace unos días. Éste es el mismísimo centro de la mejor playa (sobre su paseo marítimo) de una población que vive en gran medida del turismo y del consumo de los veraneantes:

Quizá no les parezca tan exagerado, quizá piensen que no es tan extraordinario para un edificio que está a la espera de demolición… pero igual matizan su opinión si añaden a su juicio que lleva así, por lo menos… ¡¡¡4 años!!!

¿Se imaginan cómo actuarían las administraciones públicas (aka «la autoridad»)… si esta guarrada de cuatro añazos en el corazón de uno de los huevos de oro de la oferta turística fuera responsabilidad de un particular?

Pues no tengo mucho más que decir.

Solo termino con dos imágenes de contraste y un reto. Las imágenes corresponden a dos fotografías del Miramar, en su entorno, una en los años 60 y otra 50 años más tarde. El reto es que alguno me explique, racionalmente y a pesar de todo lo dicho, por qué, hoy en día… el edificio que sobra es precisamente el del Miramar. 😉 😀 😀 😀

Vibraciones: democracia es esto… o no, la tercera parte que falta y las cooperativas

Es muy probable que en las horas previas a las elecciones, algún conocido, en alguno de sus grupos de Whatsapp, haya publicado un enlace a un vídeo titulado #WHYDEMOCRACY, con el comentario añadido de «No veas este vídeo si vas a votar hoy».

Es incluso probable que lo hayan visto… y que hayan descubierto que para hacerse una idea completa de lo que los autores han tratado de decir, es necesario llegar al final y descubrir que hay una segunda parte, que es otro vídeo igualmente imprescindible de ver para entender.

Pero no se preocupen si no ha sido así, porque con ellos empezaré este post, centrado finalmente en lo que ninguno de los dos vídeos cuenta, que a mi modo de ver debería ser una tercera parte que redondeara una reflexión que los propios autores apuntan.

1. NO VEAS ESTE VÍDEO SI VAS A VOTAR HOY: #WHYDEMOCRACY

El primero de los vídeos (en realidad ambos son del año 2016) es el viralizado por Whatsapp estos días.

Los autores son Bruno Teixidor (realizador y director creativo) y Sergio de Pazos (desarrollador de software y diseñador). Ellos mismos exponen todo muy bien en su portal #WHYMAPS, nacido con el objetivo explicar en vídeos de unos diez minutos realidades complejas, usando mapas y representaciones visuales de datos, sobre temas generalmente de ciencias sociales y humanidades.

Tras una primera entrega centrada en Siria, donde los mapas como tales son geográficos y constituyen el canal por el que se conduce el relato, se lanzan con un nuevo producto, sobre democracia, en cierto modo descolocante porque en lo que se apoya es en mapas conceptuales.

Esta primera entrega recorre así la evolución de las formas de gobierno desde Grecia, explica la razón del nacimiento moderno de los partidos políticos (y el mecanismo por el que tienden a convertirse en una élite mediocre que ejerce el poder de forma similar a la de la burguesía en el pasado)… pero sobre todo, establece una distinción entre Democracias y Repúblicas de Gobierno Representativo, para concluir que el régimen político con que universalmente se gobiernan los países en todo el mundo, en contra de lo que pensamos, no es «la Democracia»… sino en algunos de sus términos, incluso algo opuesto.

Aunque no sepamos aún qué demonios es eso de «democracia»…

2. QUÉ ES REALMENTE LA DEMOCRACIA: #WHYDEMOCRACY

El segundo vídeo trata de justificar la conclusión del anterior, explicando qué es lo que deberíamos entender realmente por la palabra «democracia» como forma de gobierno, definiendo el concepto por su significado histórico y no por el que hemos ido adoptando paulatina y popularmente… y a lo mejor orwelianamente, según el vídeo anterior. 😉

Les recomiendo verlo y escucharlo con atención… y reflexionar sobre lo que dice, que no por simple deja de ser MUY interesante.

Pero háganlo desde la visión crítica que ellos mismos utilizan para elaborar sus postulados, a ver si les sugiere igualmente algunas cosas que no dicen y que considero cruciales para establecer una toma de posición.

Y si fuera ese el caso… tal vez nos encontremos en algún lugar de esa inexplorada parte 3… 😉

3. LA TERCERA PARTE… QUE FALTA, A MI MODESTO MODO DE VER

Al acabar de ver los dos vídeos, me reconocí descolocado en algunos esquemas mentales, habiendo disfrutado como un niño con la narrativa inteligente y con las distinciones precisas que los autores introducen con ella.

Pero en mi mente estaba instalada una cierta incomodidad que no sabía explicar muy bien. Algo me faltaba por encajar del todo.

¿Sienten algo así? ¿Qué es lo que falla?

Les dejo dos rutas:

  • La dialéctica, retórica.
  • La condición humana.

Alrededor de estos dos puntos está lo que creo que falta para completar una reflexión en condiciones, antes de concluir. El discurso se lleva de forma muy inteligente, utilizando recursos narrativos con el tempo preciso y separando muy bien los tres niveles en que se desarrolla.

Pero esa delicia rítmica se deja por el camino algunas «cosillas» que debilitarían la lógica de las conclusiones. Por ejemplo, que en la actualidad sí existen mecanismos de control… creados precisamente desde la desconfianza en que el poder sin control se ejerza siempre en modo honesto o en coherencia con los deseos de la ciudadanía.

Es decir, no es verdad (o no del todo) que en lo que hoy llamamos democracia, la entrega de la confianza implique una cesión absoluta del ejercicio del poder a nuestros representantes. El poder judicial, todo él, está precisamente para poner coto a potenciales desmanes… no solo de los gobiernos sobre sus actos sino incluso de los parlamentos sobre su capacidad de legislar al margen de los protocolos y las normas establecidos, esencia del funcionamiento democrático.

Cuando alguien no entiende que el respeto a las formas es esencial en democracia, no está entendiendo que es en sí mismo un formidable mecanismo de control sobre el poder que detentan las élites políticas.

Pero es que, además, el mecanismo de periodificación de las citas electorales, cada pocos años, aunque es verdad que no impide que un gobierno o un parlamento aprueben una ley que la ciudadanía no quiera, permite echarles simplemente porque el malestar que ello genere sea muy grande.

Y luego quedan los agentes sociales, el ejercicio de la oposición política, las organizaciones civiles, las comisiones reguladoras (de mercados, competencia…)… y la prensa, el denominado cuarto poder que puede polarizar o condicionar una opinión pública que, cada vez más, condiciona en sí misma al poder.

Visto esto, a uno le queda la sospecha de que la dialéctica y la retórica están en estos dos vídeos bordeando con demasiada frecuencia el filo que las separa… 😉

El segundo punto de incomodidad viene de la mano de una vieja compañera de esta casa, la condición humana.

Porque tan humana es la virtud como la vileza, el compromiso como el desinterés, el altruismo como el egoísmo… y la humilde escucha como la soberbia.

Y dado que ambas caras de la moneda se van a dar inevitablemente en cualquier colectivo humano, o sea en cualquier cosa que podamos llamar ciudadanía… ¿quiénes, de entre 50.000 ciudadanos griegos, llenarían habitualmente la asamblea, aunque fuera una asamblea de 5.000? Porque todos… es imposible que se juntaran y mucho menos que decidieran algo en común, si es que pudieran juntarse.

¿Creen que al menos irían asistiendo casi todos, más o menos por igual? ¿O al final la controlarían habitualmente grupos organizados o amalgamados por afinidad de intereses (económicos, por ejemplo, que pudieran permitirse esas dedicaciones), que constituirían los auténticos poderes de gobierno frente a una masa silenciosa… o sea en el fondo casi como como ahora? ¿Quién decidiría los temas a tratar y los temas a no tratar? Porque decidirlo, se decidía…

Y dado que se utilizaba el azar para seleccionar a miles de asistentes, simplemente porque pasaban por allí… ¿creen que ese mecanismo libraba a la ciudadanía de la condena a la mediocridad?

Creo que intuyen mis respuestas… 🙂

Y si a alguien le cabe alguna duda, que revise qué ha pasado con un movimiento que nació transversal, el 15M, y que analice si mantiene esa transversalidad o si ha acabado controlado e instrumentalizado por grupos organizados ideológica y políticamente… (por cierto, algo que era de esperar y que generó alguna discusión en su momento más caliente con muy estimados compañeros de red).

En realidad, los propios autores reconocen buena parte de esto en una explicación que incluyen en su misma web.

Les recomiendo que la lean (es muy breve) porque coincido plenamente con sus contenidos… y con el hecho de desnudar las palabras, como hacen en los vídeos, para construir un punto cero desde el que reflexionar.

4. Y YA QUE ESTAMOS…

Me ha dado por pensar que esto de la democracia-como-Dios-manda, o sea la griega ésta… en realidad se parece mucho a algunas construcciones de gobierno que hoy existen.

¿No adivinan a cuáles?

Piensen en una comunidad de vecinos:

  • No hay representantes, sino cargos (presidente, secretario…).
  • Los cargos se eligen rotatoriamente o por sorteo (no hay que prometer nada ni defender programas).
  • El poder está en la asamblea (la junta de vecinos).
  • Participa todo el mundo que quiere en las decisiones (en ocasiones se exige hasta unanimidad).
  • Se reúne con frecuencia y por cualquier tema que afecte a la comunidad.
  • La mediocridad se evita mediante contratación de profesionales, que sin embargo no tienen poder de decisión.

Jo… pues se parece mucho, ¿no creen? 😀

Y ya que estamos y aunque un poco «cogida con pinzas»… piensen formalmente en una cooperativa (operativamente haría que incorporar muchos matices):

  • También se eligen cargos (presidente, vicepresidente, de consejo social o rector…).
  • Los cargos se proponen de una lista extraída de entre todos los socios (no hay que prometer nada ni defender programas para ser elegible).
  • El poder de elegir y decidir (en los asuntos de mayor calado) está en la Asamblea (que así se llama).
  • La Asamblea está formada por todos los socios y entre todos se aprueban o rechazan las grandes decisiones (en ocasiones se exige hasta unanimidad).
  • En convocatoria extraordinaria (la ordinaria es anual), la Asamblea se puede reunir en cualquier momento para decidir sobre cualquier asunto que requiera de su aprobación.

Notarán que, frente a las comunidades de vecinos, en la lista de puntos de las cooperativas no hay mención a cómo se evita estructuralmente la mediocridad en la toma de decisiones. Eso es porque no hay un mecanismo estructural para ello. Descansa fuertemente en la confianza de los órganos de gobierno en el Consejo de Dirección, que es quien asume el «encargo» y el compromiso de ejecución desde una perspectiva profesional. Bajo su control, pero es verdad que en forma de «representantes» (los rectores), al margen de los cuales solo se habilita un juicio global sobre la actividad.

Pues en esta reflexión final, les invito a que profundicen en un par de asuntos que dejo sueltos…

  • ¿Consideran que, por regla general, el gobierno de las comunidades de vecinos funciona bien? ¿Creen que se toman las decisiones más adecuadas? ¿Creen que son eficientes? ¿Que lo hacen en el tiempo debido? ¿Creen que están lejos de la mediocridad en su capacidad de análisis de problemas y en el liderazgo de los mismos? ¿Creen que mayoritariamente su gestión genera satisfacción entre sus miembros?
  • ¿De verdad consideran que el que una cooperativa celebre muchas asambleas extraordinarias (6, 8 o 10 al año) es un síntoma de que funcione bien? ¿Creen que unos consejos rectores intervencionistas en la gestión operativa mejoran el funcionamiento de la sociedad? ¿Consideran que en nuestras cooperativas hemos sido capaces de elevarnos muy por encima de la mediocridad en el análisis de riesgos y oportunidades y en general en la toma de decisiones organizacionales? ¿Creen que los socios tienen en la Asamblea la percepción de que el poder sobre cada decisión está en ellos? ¿Creen que debería ser así?

¿Cuál es su posición en todo esto? Ya saben que agradezco mucho sus comentarios… 😉

A estas alturas, creo que no tendrán duda de que la mía es… apostar por esto que podríamos llamar «democracia representativa». La que hoy llamamos así en todo el mundo y singularmente en Occidente.

Y que la gran clave para que funcione está… en la independencia de los mecanismos de control, aunque bueno… no deja ésta de ser otra obsesión recurrente en esta casa… 🙄 😉

Los tiempos cambian y cada época otorga significados diferentes para las palabras. Y está bien.

Pero esta reflexión procede y mucho, porque es necesario profundizar en la mejora de la praxis, de ideas y términos que disfrazan conceptos que es pertinente, refrescante y muy sano aprender a distinguir.

Y por supuesto, es imprescindible la rebelión contra las visiones orwelianas del mundo. 😀 😀 😀