
No sé si el significado de “curación de contenidos” que hoy identificamos con facilidad con la labor de “encontrar, organizar, filtrar y dotar de valor, relevancia, significatividad, en definitiva, de utilidad el contenido de un tema específico que procede de diversas fuentes” estará así reconocido por la RAE, que creo que solo se aproxima con una de las acepciones de “curador”, que es la de «persona encargada de la conservación y supervisión de bienes artísticos o culturales, especialmente para su eventual exhibición”, definición que se aproxima… pero que no parece ser exactamente lo mismo.
En cualquier caso, es una labor que miles de personas realizan sobre la ingente cantidad de información disponible en la red, que crece exponencialmente cada día, y que resulta especialmente útil y necesaria en procesos como los de vigilancia tecnológica y competitiva, investigación científica, revisión bibliográfica, marketing digital o preparación de materiales educativos.
Claro es que la liviandad o la exigencia técnica de la tarea o las fuentes de información nativas a utilizar son de muy diferente naturaleza y acceso… pero en lo básico, el proceso de curación sigue los mismos pasos.
Estén tranquilos, que no voy a redactar un artículo teorizando sobre la historia o el proceso de la curación de contenidos… 😅
Sobre eso hay miles de artículos y páginas en la red, hasta el punto de que no vendría mal encontrar un buen curador para seleccionar la información más precisa sobre el tema… 😂
Verán, modestamente, en mis “vibraciones sonoras” realizo en realidad una labor que no es otra cosa que curación de contenidos. Musicales, en este caso.
El trabajo que realizo semana a semana sigue los cánones de todo buen proceso de curación:
- Buscar: es clave identificar las fuentes de las que nutrirse, sin lugar a dudas. En mi caso, actualmente son algunas playlists de Spotify especializadas en novedades semanales de música en castellano, que conectan total, parcial o localmente con mis gustos. Hoy son básicamente 3, pero han sido más… y menos. Me voy adaptando.
- Filtrar: al menos un par de días de la semana realizo una escucha rápida de las canciones de esas playlists actualizadas, para identificar las que estén alineadas con lo que hoy por hoy disfruto oír, o con una voz, un sonido o una producción que «me dice algo»… aunque sea bastante ecléctico en estilos y gustos. Aquí paso de unas 120-150 canciones nuevas que reviso cada semana, a una preselección de 8-12, normalmente.
- Analizar: las noches, pero sobre todo el coche, en los viajes de ida y vuelta del trabajo, son los momentos elegidos para escuchar varias veces y con más calma, esa lista previa. Cuando escuchas varias veces una canción a lo largo de una semana, a veces ocurre que te gusta cada vez más y a veces llegas a un punto en el que sabes a ciencia cierta que te va a cansar oírla más, que te va a saturar y que no debe formar parte de las elegidas. A estas últimas las voy «matando» hasta formar el paquete de las 2-6 semanales que pasan a la playlist del año.
- Elaborar: de la lista preliminar han pasado a la lista definitiva, sí, pero… no siempre las añadidas encajan bien con el «hilo» de lo que ya estaba. A veces plantean armonías disfóricas en la continuidad de un tema a otro, a veces configuran un grupo con demasiados minutos de desgarramiento y oscuridad, o de poppy que empalaga… Es el momento en que se trata de refinar no la parte sino el todo.
- Difundir: quizá la fase menos reconocible en mi actividad. Al margen de las veces que trato de meterla entre los gustos de la familia 😉 , mi única labor de difusión es en realidad el post que en esta bitácora escribo una vez al año, en el capítulo de «vibraciones sonoras«. Este blog no va mayoritariamente de eso, por una parte… y no puedo pretender que mis gustos musicales conecten masivamente con mi audiencia habitual, por otra. Desde luego que no. Así que discreción.
El caso es que me he puesto a pensar… y mi principal tarea de curación de contenidos no ha sido ésta, la verdad, a lo largo de mi recorrido en la red. Mi principal esfuerzo, prolongado durante muchos e intensos años, ha sido en Twitter.
Durante una larga etapa, prácticamente no había un día en el que no invirtiera cerca de una hora en leer mi servicio de feeds (el añorado Google Reader), a revisar exhaustivamente el timeline de mi Twitter… y a divulgar los contenidos que creía que resultarían profesionalmente excitantes o al menos interesantes para mi comunidad, en el propio Twitter.
Fue una etapa en la que «el barrio» era reconocible, el núcleo del Personal Learning Environment (PLE) que había ido configurando con el exclusivo propósito de aprender, de absorber insights, conocimientos, experiencias, miradas… De contrastar y en definitiva de conversar.
Pero todo eso… murió. En mi caso, al menos: casi solo uso Twitter ya precisamente para dar difusión a mis posts mensuales, aunque en realidad tampoco es que eso me reporte demasiada utilidad, porque las lecturas de los mismos están ahora casi masivamente ligadas a LinkedIn y el flujo que llega de Twitter es casi anecdótico.
No voy a hacer de plañidera del funeral de mi propia cuenta de Twitter, no… pero me genera una reflexión: hay excepciones, nodos de mi vieja red que aún están ahí (muy pocos) y que se mantienen vivos, inasequibles al desaliento… pero mi desconexión de Twitter como herramienta de aprendizaje se produjo de forma bastante acelerada, de la misma manera que fue bastante acelerada la despoblación de «mi barrio».
O sea, que buena parte de la amplia comunidad en la que nos comunicábamos se apartó de la misma en un periodo que no llegó a los dos años. Todos al mismo tiempo.
Alguna vez he escrito sobre ello con un juicio de cierta pérdida de interés en los contenidos, de justificar mi retirada en el sentir de que empezaba a recibir demasiado porcentaje de información que tenía un carácter repetitivo, que ya no me aportaba demasiado valor.
Y probablemente así fuera, porque todos aprendemos y evolucionamos, todos buscamos nuevas cosas que colmen nuestro hambre de descubrimiento, de asombro, de entender más allá. No se trata de que haya culpables, claro… Mantener ese nivel en mi PLE, probablemente, habría exigido cambiarse de ciudad, volver a construir «un barrio nuevo», empezar de cero. O sea, en el proceso anterior, volver a la fase de «Buscar».
Y eso… cuesta. Cuesta mucho.
Implica mucho trabajo el identificar nuevas fuentes generosas, honestas y ricas en reflexión y ambición, que renueven el valor que te llega a través de su labor de curación. Implica abrir relaciones nuevas y entregar a cambio también tu pequeña aportación. Y todo eso no implica solo un esfuerzo al que hay que estar dispuesto, sino que tampoco hay garantía de que, puestos a ello, se pueda obtener una satisfacción renovada, porque curadores potentes que ofrezcan perspectivas muy diferentes a quienes ya estaban en la avanzadilla de estado del arte de las cosas, no es tarea precisamente sencilla, si es que es posible.
Con la perspectiva de los años, además, lo veo con matices que me parecen relevantes: hoy creo, sinceramente, que esos contenidos «repetitivos» que ya percibía como de menor aportación de valor… seguían siendo muy buenos contenidos.
O sea, que todo estaba en mí.
Que era yo el que había perdido interés por seguir en ese contenido, en ese lugar. Que era yo el que ya no encontraba igual de excitante comentar un blog, conversar en Twitter o distribuir algo que, siendo muy bueno, ya no me generaba el asombro inicial, o ya no conectaba con abrirme nuevas posibilidades de acción.
Quizá podamos concluir, queridos lectores, que eso es más o menos lo mismo que lo que le pudo pasar a una parte importante de mi comunidad… y a partir de ahí, el efecto es de bola de nieve.
Mi reflexión en este artículo va por ahí, por entender que la curación en un campo de contenidos, en una comunidad, llega siempre a un punto de saturación en el que ya no se aprecia el valor, aunque objetivamente siga existiendo.
Dicho de otra manera, que es necesaria una continua curación de curadores como proceso paralelo, si se quiere mantener los niveles de valor percibido… 😅
Así que, una vez llegados a este punto, la cuestión que me planteo ahora es: ¿qué significa eso en los procesos de vigilancia tecnológica y competitiva o en la selección de contenidos de marketing digital en una empresa?
¿Qué deberíamos hacer para que estos procesos mantengan su aportación sostenida y renovada en el tiempo y no decaigan en las organizaciones como siempre hacen? ¿Basta con renovar las fuentes? ¿Renovamos los equipos? ¿Arriesgamos el perder capacidades analíticas o conocimiento técnico y de negocio a cambio de atracción renovada?