Vibraciones

Vibraciones: el relevo

Como no puede ser de otra manera, a lo largo de mi vida profesional he asistido a infinidad de procesos de relevo de personas que estaban asumiendo una determinada responsabilidad.

A veces por una reorientación estratégica, a veces por un deseo personal de cambio, otras veces por valorarse un rendimiento insuficiente, o por cambio de empresa, jubilación, reorganización de estructuras, fusión empresarial, reducción de costes, incompatibilidad personal, desalineamiento estratégico, promoción interna…

Las razones pueden ser numerosas y diversas, pero siempre dibujan un escenario en el que alguien se va y alguien nuevo llega… y con frecuencia no se hace del todo bien. Bueno… como casi todo lo humano, que en general solo alcanzamos a hacer, como mucho, «medio bien».

Verán, les pongo algunos casos que he vivido u observado personalmente:

  • Una decisión de reubicación urgente de un directivo de alto nivel deja un vacío que no se cubre durante más de un año. Sus antiguos colaboradores despachan directamente durante ese tiempo con la gerencia… hasta que, cansados de intentar sacar adelante iniciativas sin recibir la dirección y la protección que necesitan en sus funciones de gestión transversal (entre otras cosas porque pocos gerentes podrán asumir eso de manera sostenida) y viendo como aumenta exponencialmente la tensión interpersonal y la ineficiencia, piden que «por favor»… «les pongan un jefe». 😀
  • Una persona (en un puesto relevante) abandona la organización y el responsable correspondiente decide que es necesario introducir un perfil muy diferente, que ayude a generar elementos nuevos en la cultura de la organización. Lo hace… pero deja a la nueva incorporación que se enfrente él solo a los liderazgos naturales que se oponen a cualquier cambio adaptativo, sin proteger al entrante lo suficiente, sin mostrar visiblemente, en cada rincón de la empresa, que él siempre está «detrás del nuevo». La persona incorporada está un tiempo, pelea por los retos que le han marcado, incluso consigue que la organización apruebe y respalde cambios relevantes… pero en ese momento se marcha, porque no está dispuesto a que su actividad laboral consista en seguir peleando con nadie. 🙄
  • Una persona se jubila… y no es sustituido por nadie. No es que sus funciones, ejercidas durante una larga etapa profesional, se redistribuyan o se reubiquen en otros ámbitos, sino que buena parte de ellas simplemente se dejan sin cubrir cara al futuro. Este es un caso más común de lo que puedan pensar. De hecho, a mí me ha tocado observar varios, por diferentes motivos: en uno, el trabajo pasó a subcontratarse en mínimos indispensables; en otro, simplemente se decidió que una iniciativa que costó estructurar y estandarizar se abandonara, sin más… aunque muy pocos años después se tuvo que retomar desde cero, porque pasó de convicción o visión empresarial (perdida), a obligación legal; en un tercero, porque los nuevos responsables no encontraron valor en lo que la persona había venido haciendo… aunque años más tarde tuvieron que lamentar que eso acabara generando una pérdida de conocimiento y de información en la organización, que en ese momento necesitaba. Pero es que además, lo que suele ocurrir como añadido a estos casos (que ni siquiera se percibe) es que, alrededor de la persona cuyo trabajo «se diluye», otras personas con responsabilidades asimilables «entienden muy bien» el valor que la organización ha otorgado a ese determinado ámbito de trabajo… y su rendimiento, su satisfacción y su compromiso se reducen. Y eso nunca se valora ni se considera. 😦
  • Al responsable de un área corporativa que agrupa diversas responsabilidades, por lo general no operacionales, se le cambia de función y se toma la decisión de no sustituirle en su cargo, disolviendo el área que deja y repartiendo los distintos ámbitos de su antigua responsabilidad entre diferentes departamentos. Consecuencia: la mayor parte de los impulsos innovadores o diferenciales que se habían ido construyendo en la organización se pierden totalmente en un plazo que no supera por lo general los dos años, entre otras razones porque para la mayoría de los receptores, el ámbito heredado carece de la relevancia que tiene su función «core», sus responsables no tienen construida una visión de futuro sobre la que dar continuidad al esfuerzo realizado y sus prioridades se sitúan, si no desde el minuto 0 sí desde el instante posterior, en donde ya estaban. En muchos casos, años más tarde la organización se hace de nuevo consciente de la necesidad de abordar aquellos asuntos… pero ya lo ha perdido todo y toca reestructurar de nuevo y volver a empezar. Todo un desperdicio… 😥
  • Se nombra un sustituto interno para una persona que aborda su jubilación… y se identifica con rapidez, además, por quién va a ser a su vez sustituido, lo que provoca muchas veces que el nuevo responsable se acerca cuanto antes a su nueva responsabilidad y desatiende su relevo en la antigua. ¿Les suena familiar? Pues también he visto lo contrario: que se tarde mucho en encontrar un sustituto para el sustituto y, como consecuencia, pasen dos cosas poco gratificantes: se va adoptando una inevitable actitud «de salida» mientras pasan los meses sin que se encuentre su propio relevo y con la cada vez cada día más lejos del pasado, por lo que muchas iniciativas de largo aliento no se acometen o se hibernan hasta que el siguiente decida… y se pierde buena parte de la ilusión por la nueva responsabilidad, donde su actual ocupante sufre un efecto similar al de su sucesor. 😐
  • De nuevo es alguien que afronta su jubilación, pero en este caso no se sabe si su puesto va a ser amortizado, si el área va a ser desmembrada, si se abordará una sustitución de continuidad o si se pretenderá dar un cambio de rumbo a su dirección. Los meses van pasando, la organización percibe que algo pasa y se deteriora la autoridad, se percibe esta situación incluso como un cuestionamiento desde la línea jerárquica y, como mucho, las cosas se sostienen, pero se pierde tensión sobre los elementos más contraculturales o adaptativos de su porfolio de iniciativas. 😕

En general, las situaciones se agravan cuando el mercado de trabajo del que captar sustitutos está complicado (y los plazos o la adecuación del candidato empiezan a ser, a partir de un momento dado, una incógnita) o aún más cuando quien las activa es un poder superior que también llega «de nuevo» pero entra en la casa «como elefante en cacharrería», desde una forma de percibir el mundo inevitablemente sesgada o incompleta, pero sin conciencia de que así sea. O sea, «con ideas claras» que muchas veces son más «fijas» que «claras».

La lista podría alargarse bastante, seguro que lo saben… incluido algún caso más personal que me toca en este mismo momento, en el que me permitirán no extenderme… 😆 😆

Sé que hay empresas donde estos procesos están muy bien estructurados (quizá porque «pueden» hacerlo), pero tengo para mí que son auténticas excepciones y que los demás, como mucho, aspiramos a ese hacer las cosas «medio bien», lo que significa, en más ocasiones de las que debiera, que habrá conocimiento que se acabe perdiendo… a lo que quizá se sume la sensación de escaso respeto a todo un recorrido profesional y una visión impulsada desde el compromiso, que quien se marcha se lleve consigo.

Venga, que no sea por no pedirlo una vez más…

¿Conocen algún caso de empresa en que el relevo sea un proceso excelente? ¿Les apetece, por el contrario, compartir algún caso en el que todo fue un problema? Pues ya saben que es abajo, en los comentarios… 😎

Vibraciones: Árbol de Navidad

Es diciembre y la tradición de esta casa marca el que haya un post navideño a lo largo del mes, por puro gusto y porque a mí me parece que está bien.

Creo que este año va a quedar cómodamente instalado alrededor de una canción que acaba de publicar Alberto Montero, a quien no tenía el gusto de conocer hasta que apareció hace pocos días en una de mis playlists de referencia en Spotify.

Su canción (que al parecer había escrito hace un año pero que publica ahora) se titula así, «Árbol de Navidad«, y tiene una de las letras más cortas que podrán encontrar en la música actual, pero quizá por ello razón de ser de este artículo, porque no solo es corta, sino poderosa: transmite, con humildad y elegancia, esa conciencia de lo extraño que resulta que cada año nos regalemos una especie de permiso emocional (en nuestras ciudades y en nuestro interior), pero «como entre paréntesis», algo que resultaría incomprensible si se pudiera analizar desde un observador exterior, aunque solo fuera por la paradoja de que algo que es bueno quede encajonado dentro de un paréntesis condenado a desaparecer al pasar página en el calendario.

Esa breve reserva que abrimos y cerramos conscientemente, dejando que las olas del mar cotidiano la vuelvan a tapar, es el árbol de Navidad alrededor del cuál Alberto nos transmite un único y sencillo mensaje: si, aunque sea por una vez, dejas que esa emoción se asome al exterior… «aprovecha el calor, la llama de tu interior«.

Espero que si estos días se encuentran a sí mismos mirando al Belén o reunidos en torno a un árbol de Navidad, mientras en sus casas suenan villancicos tradicionales o contemporáneos o mientras preparan con cariño algún encuentro familiar, recuerden que esa sensación de cariño y esas emociones básicas pero singulares en que se encuentren, se suelen diluir a la vuelta del calendario…

Y para que no suceda, les animo simplemente a que, como propósito de Año Nuevo, abracen con determinación el compromiso de recordar ese momento en torno al árbol, para instalarse de nuevo en esa emoción, con la mayor frecuencia que puedan.

Si quieren acercarse a conocer algo más a Alberto Montero, a mí me ha parecido que aquí hay una buena entrevista. Su canción no es un villancico y ni siquiera es un tema comercial, pero denle margen…

Feliz Navidad. Consciente Navidad.

Vibraciones: de vacaciones

Piscina, buffet, playa, chiringuito, sandalias, terraza, sangría, verbena, helado, granizado, bañador, sombrilla, pueblo, hotel, descanso, chancletas, calor, bronceado, sombrero, recuerdo, mercadillo, fiesta, bikini, sandalias, brisa, mar…

Las palabras también tienen temporadas, como los tomates, el bonito, los melocotones o las naranjas… aunque se puedan consumir ahora durante todo el año.

Mmmmm… el verano…

Tal vez, estimados lectores, sean de los que añaden también palabras como libro, monumento, sombra o concierto a ésta época del año… pero da igual: es el momento de hacer cosas que no son habituales en el resto de nuestra actividad ordinaria.

Como cierre de telón, me he hecho una lista actualizada de los «to do» más importantes o urgentes, para antes del regreso de agosto. Tal vez caigan muchos, tal vez algunos, tal vez ninguno… ya se verá.

He llegado muy justito a este julio caluroso que estamos dejando atrás y no tengo demasiadas ganas de escribir nada sesudo, reflexivo, divertido o polémico, así que este mes se va a quedar así.

Disfruten de sus vacaciones, quienes puedan hacerlo… y nos leemos a la vuelta. 🙂

Vibraciones: como si fuera bobo

Las nuevas elecciones están inesperadamente a la vista y la política ha tocado a rebato en todos los canales identificables por los que tratar de influir en potenciales votantes.

Vamos, nada nuevo bajo la capa del cielo, era de esperar…

Sin embargo, en esta ocasión me ha parecido distinguir algunos rasgos menos habituales, o quizá menos descaradamente presentes en ocasiones anteriores, que me han motivado a escribir este post.

Y es que, por ejemplo, me están apareciendo mensajes de llamada al voto entre los anuncios que te tienes que tragar para ganar vidas extra en una app de videojuegos. Vamos, que cada dos por tres me aparece una sonrisa de vicepresidenta que parece escogida por especialistas americanos, pidiendo dinero con una mirada de determinación… que ríanse ustedes de la chica cantante del anuncio del supermercado del Eroski.

Eso sí, como bien imaginarán, con un texto trufado de mensajes profundos, de esos que llevan a la reflexión… 😀

Quién me iba a decir a mí que iba a ser desde ese lado desde el que se concibiera la acción política como un mercado… 😉

Pero aunque me ha sorprendido encontrarme a nuestros políticos entre nivel y nivel del Candy Crash, no es eso lo que más me ha impulsado a escribir, sino el impresionante desembarco de publicidad institucional de las medidas consideradas más «sociales» que desde el actual gobierno se han estado adoptando en los últimos meses.

Publicidad donde de nuevo se entra en esferas propias de la vida privada, un entorno en el que cualquier intervención pública suena a moralina… o a amenaza para los «moralmente malvados» de la sociedad, amenaza irreal pero convincente como consumo populista de la masa. A elegir.

Un ejemplo es la publicidad del Ministerio de Igualdad sobre el servicio de llamada al 021 para denunciar racismo, con un anuncio de «no alquiler» que en sí mismo describe una situación que puede parecerle a cualquiera lamentable, pero seguramente inconducente por vía legal.

Un anuncio que ahonda en mostrar hechos que seguro suceden entre nosotros, pero sin mostrar muchos de los aspectos que a menudo rodean y condicionan esas conversaciones y decisiones entre particulares. Un anuncio donde se cuela un nuevo eslogan con un «sí»…

Es solo un ejemplo entre muchos de los últimos meses, «regañinas» desde los que se nos mira moralmente por encima del hombro para decirnos si somos buenos o malos, para decirnos, en definitiva, que no podemos pensar en ser libres de decidir en lo particular, porque desde la política se nos vigilará en nuestro comportamiento moral, que habrá tratado de penalizar.

Quizá ya nos hayamos acostumbrado, pero al menos yo he vivido estos años entre atónito y estupefacto, ya desde la prepotencia inicial que escondían las gafas del Falcon: lo he sentido como un continuo e indecente mercado de votos por el puro poder, donde se ha trabajado intensamente en la banalización de la mentira como herramienta política (terrible su nivel en esta etapa) y donde además se la dado con demasiada frecuencia una mezcla de estulticia y puerilidad en los posicionamientos políticos y en la toma de decisiones que aún me asombra.

Pero lo que más me molesta… es que encima me cuenten lo que me quieran contar como si fuera bobo, como si el problema es que yo no entendiera bien la bondad de lo que se ha hecho, lo «buenos humanos» que son ellos y lo malos humanos que son los demás, de los que afortunadamente para nosotros, nos han salvado. Y siempre «nosotros» y «ellos», desde el rechazo ético y moral a «los que no son de los nuestros» y no desde el enfoque múltiple que le sería exigible a cualquier político que se considere demócrata.

La demagogia en estado puro ha reinado demasiadas veces para demonizar al contrario y trivializar los excesos, incongruencias e inmoralidades de los compañeros propios de cama. En definitiva, populismo en esencia.

La derecha tuvo su merecida fase de degradación y abierta descomposición, algo de lo que parece estar saliendo, con serias heridas en su extremo pero recomponiendo su cara más centrada. La izquierda está hoy fragmentada, enfrentada y, como ya viene sucediendo desde hace décadas, sin sólidos referentes intelectuales, éticos y morales que miren más al futuro que a los mantras populistas del pasado.

Con la socialdemocracia histórica arrinconada y desposeída de toda capacidad de influencia, con sus señas de identidad perdidas en el fondo de la historia y con la prepotencia mostrada en esta legislatura al debilitar y cercenar estructuras del estado y mecanismos de control para extender el poder (con dudoso respeto no solo a los usos democráticos, sino incluso a la ley), ya ni siquiera resulta extraño que gente respetable, como Amelia Valcárcel o César Antonio Molina, se manifiesten públicamente en apoyo «del otro lado». Algo inaudito para referentes del feminismo o del republicanismo cultural en el pasado reciente de la izquierda, aunque posteriormente todo se modere con mil matices.

Me tocó vivir en plena efervescencia, hace más de 40 años, el cambio político. Fue una etapa extraordinaria, donde el debate se extendía a la sociedad, con riqueza de argumentos, con pasión por cambiar nuestro mundo, abrazando la utopía, pero siempre con la mirada al futuro y desde un notable respeto por el adversario, que salvo execrables, dolorosas y criminales excepciones… no era el enemigo a expulsar, para siempre a poder ser, de la vida pública. O así lo viví yo, a pesar de las dificultades del ejercicio político y de la falta de libertad en según qué lugar.

No sé si me explico bien, es un tema delicado de tocar… pero entonces, la política se dirigía a cada uno de nosotros como adultos conscientes y reflexivos, con el respeto debido a quien debe decidir, colectivamente, por dónde debe avanzar un país.

Hoy… entre muchos de los grandes partidos no veo más que eslóganes para excitar la adscripción ideológica más básica, para azuzar lo más sanguíneo de nosotros, porque eso anula la capacidad crítica y focaliza la acción en combatir al enemigo, en lugar de razonar y juzgar.

Parece mentira que, a estas alturas, mi mayor deseo para estas elecciones sea el que dejen de tratarme como a un niño… o como a un borrego. 😤

Vibraciones: la dignidad del trabajo

¿Qué significa «tener un trabajo digno»?

Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), un trabajo es digno si genera un ingreso justo, ofrece seguridad al trabajador en el lugar de trabajo, asegura protección social a las familias, posibilita que las personas puedan expresar libremente sus opiniones y garantiza la igualdad de trato para hombres y mujeres, así como igualdad de oportunidades para ambos géneros.

O sea, lo es, si les permite vivir decentemente con su familia y si respeta los derechos humanos en las relaciones laborales, más o menos…

Pero permitan que me cuestione: trabajo digno, sí, pero… ¿digno de qué?

Pues digno de los seres humanos. Mi respuesta, por tanto, tiene mucho más que ver con la del trabajo como herramienta de desarrollo personal y de transformación social, o sea, con el reconocimiento de estar al servicio de la dignidad de «ser un humano«. Y eso queda muy lejos de lo anterior, porque se refiere a permitir que las capacidades que más diferencian a los humanos, intrínsecas a su naturaleza y que difícilmente podrán ser sustituidas totalmente por máquinas (la creatividad, la innovación, la coordinación, la gestión de la incertidumbre, la intuición, el aprendizaje de segundo grado, la construcción de un legado…), tengan campo abonado para su desarrollo a través del desempeño laboral.

Puede que consideren que este es uno más de los «particularismos» del pensamiento cooperativo, pero no es así: desborda abiertamente ese hecho y forma parte de las aspiraciones de cualquier persona de las que nos rodean cada día, ¿no creen? Y aún con más intensidad en las nuevas generaciones, con independencia de nivel o tipo de trabajo que ejerzan.

Trabajar en una fundición es una labor dura, lo que los británicos llaman un «rough game». Dura, al menos, en lo que hoy en día cabe dentro de esa denominación, porque las condiciones de muchos «trabajos duros» de hace solo 50 o 60 años (y singularmente de los relacionados con la transformación de metales), nada tienen que ver con los actuales, hasta el punto de que muchas de sus prácticas profesionales hoy se verían como auténticas burradas y estarían con seguridad legalmente prohibidas, por prevención de riesgos y por salud laboral.

La fundición de hierro es una tecnología con miles de años de antigüedad, actualmente en recesión en Europa precisamente por su reducción en el mercado del automóvil, su mayor consumidor en el último siglo acompañado por las aplicaciones en la construcción de maquinaria e infraestructuras.

El País Vasco es territorio de fundiciones, la mayoría de ellas con mucha historia detrás e implantadas en edificios construidos hace muchos años, con oscuros recovecos, sótanos y un entorno de trabajo que su entorno reconoce como duro y sucio. Ya no tiene por qué ser literalmente así en las instalaciones más modernizadas, pero esa sigue siendo la imagen que ha quedado impregnada en la sociedad: trabajar en ellas no es, digámoslo así, el trabajo más cool que las nuevas generaciones parecieran anhelar… aunque imprima carácter. 😉

Hoy quiero compartir aquí un vídeo publicado en LinkedIn por Beatriz González Ciordia, directora general de Betsaide SAL. Casi ni nos conocemos, pero a Beatriz la he venido siguiendo desde hace mucho, desde el hecho de haber escogido la especialidad de Mecánica en sus estudios de ingeniería industrial, hasta su paso por Tecnalia, incluidos momentos complicados en alguna sociedad relacionada con la ingeniería medioambiental, su salto a Gestamp o su reciente desembarco al frente de Betsaide (al parecer, lleva 2 años), que es todo un desafío.

Betsaide es una empresa ubicada en Elorrio, creada hace 35 años tras la quiebra de Fundiciones Bellerín, convertida finalmente en una SAL. No conozco a Betsaide, ni sé si se trabaja bien, mal o regular en esa casa, aunque doy por descontado que su camino ha tenido bastante de tortuoso a lo largo de los años y no sé cómo será la vida en su interior…

Lo que quiero destacar aquí no tiene que ver con eso, sino con el vídeo que Beatriz publicaba. No he sido capaz de encontrarlo en las clásicas plataformas de vídeo, probablemente porque no es un vídeo corporativo hecho por la empresa, sino que ha sido elaborado por un equipo de mejora que ha trabajado en la sección de machería. Tendrán que verlo, por lo tanto, en la publicación original en LinkedIn de la propia Beatriz, a la que podrán acceder pinchando sobre la siguiente imagen. Véanlo, porque merece la pena:

Ya, ya… que igual no, que igual no se han visto demasiado impactados por estas imágenes…

Pues yo veo en ellas personas que controlan su proceso, que verifican los parámetros de los que depende la calidad de su producto o que planifican la secuenciación de la producción… pero también veo personas implicadas en mejorar su entorno laboral y hacerlo más agradable para todos, esfuerzos por limitar la dureza del trabajo a base de ingrávidos o robots colaborativos, coordinación, cuidado por el producto y por el proceso, implicación, autonomía…

Y veo también un premio (¿se han fijado?), veo orgullo en una mirada de quien se sabe partícipe de un gran trabajo colectivo y ganas de mostrarlo por parte de todo un equipo. Veo, en definitiva, satisfacción por algo que, seguramente, les ha hecho mejores.

Insisto en que no tengo ninguna referencia personal de Betsaide, pero eso es, desde mi perspectiva, una forma clara de aportar dignidad al trabajo.

Algo que creo tenemos derecho a exigir.

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Como curiosidad, les dejo debajo el vídeo corporativo de Betsaide de hace un año: a partir del minuto 3, podrán hacerse una idea de lo que es un proceso de fundición…

Vibraciones: Vueling, la otra cara del éxito

Empezaré por reconocer que Vueling ha despertado siempre en mí un nivel de atención, cuando no de simpatía, que es claramente mayor que el que me despiertan otras aerolíneas, por razones que se me escapan, que no acabo de entender.

Quizá sea debido a cómo desembarcó en el mercado, como una línea independiente, fresca y joven, desde la forma en que se dirigía a sus clientes (les guste o no… el «tú» en lugar del «usted»), el branding corporativo (en el juego con la imagen de marca o en la relación con los usuarios de sus servicios), o, en definitiva, la obsesión por diferenciarse de los demás.

Nacida en 2004, creo que empezó a captar aún más mi atención 5 años más tarde, cuando Alfons Cornella nos introdujo la colaboración entre Vueling e Infonomia para acercar nuevas rutas en materia de innovación a sus clientes, una de las propuestas que la compañía impulsó en aquel entonces en ese afán diferenciador que les mencionaba y que siempre me pareció lo esencial de su propuesta de valor.

Al mismo tiempo que eso ocurría, la fusión con ClickAir en 2009 significó la entrada de Iberia como principal accionista, lo que no impidió que el dinamismo fresco de su gestión del negocio se mantuviera durante varios años, al menos durante esa etapa en la que al frente estuvo el recientemente fallecido Josep Piqué, quien dimitió tras la OPA de IAG, que supuso la toma de control por este grupo del capital de la compañía.

¿Quizá fue este el punto de inflexión, en el año 2013?

Aunque siempre tuvo vocación low-cost, desde el usuario no se percibían grandes diferencias en la operativa de vuelo con las empresas tradicionales: sin especiales conflictos con el equipaje de cabina, con vuelos de conexión… Uno disponía de todas las prestaciones realmente importantes de lo que siempre había sido volar, pero con el añadido de frescura, imaginación, tecnología y dinamismo que la línea del amarillo y el gris aportaba… y sin los aspectos más desagradables que en general otras compañías low-cost abrazaban para la reducción de costes.

No sé si se puede llamar startup a una empresa que nace dedicada a la aviación civil, con 2 aviones (por mucho que uno se llame Barceloning) y 100 empleados… pero sí tenía esa vocación por cambiar el que quería que fuera su mundo y además, de hacerlo desde la tecnología.

Siempre presente (Vueling apostó desde el principio por los canales digitales y la aplicación móvil y fue la primera aerolínea en permitir el check-in online vía smart watch o la primera en Europa en apostar por el pago a través de wallet), la tecnología se contemplaba como una herramienta de innovación en la experiencia del cliente.

Pues bien… desde la lejanía que da ser simplemente uno de esos clientes, solo uno más de los millones de usuarios de sus servicios, sin ninguna otra relación… mi percepción, me atrevo a decir, es que todo esto ha cambiado.

En los últimos 5 o 6 años, especialmente, me parecen muy visibles los cambios en una compañía que, si bien puede mostrarse hoy como un ejemplo de éxito empresarial, está perdiendo definitivamente varias de esas señas de identidad que les venía describiendo.

La empresa crece y acaba de inaugurar su flamante nueva sede, pero a medida que Vueling ha ido progresando en su integración en IAG hasta convertirse en uno de los dos pilares fundamentales de la actual rentabilidad del grupo y del retorno a cifras de negocio pre-pandemia, su gestión se ha ido volcando, en todos los ámbitos, más hacia los parámetros propios de una gestión tradicional de empresa que hacia los que la hacían diferente.

Siguiendo con el uso de la tecnología, hace un par de meses leía un artículo de CIO España relacionado con Vueling Transform, un programa estratégico de innovación que presentaba su CIO Javier Álvarez, formado por 19 iniciativas que «tienen el objetivo de impulsar la transformación de la empresa para alcanzar una mayor agilidad y competitividad en aquellos retos que se planteen dentro de la industria del transporte aéreo”.

A pesar del título de ese artículo y extraído de él, de esas 19 iniciativas, por lo visto solo 4 son principalmente digitales y consisten en lo siguiente:

  • Digital Commercial Platform, que dirige a los clientes hacia canales digitales directos, maximizando el valor de su ciclo de vida y creando una experiencia digital líder a través de la relevancia y la personalización.
  • Digital Customer Journey, proyecto que supone una mejora de la experiencia del cliente digital, ofreciendo un viaje personalizado y centrado en el cliente.
  • Digital Maintenance, que consiste en la reducción sostenible de los costes mediante el desarrollo de un ecosistema basado en Inteligencia Artificial líder en el sector para transformar la planificación de los trabajos de mantenimiento.
  • Airline 4.0, que supone el desarrollo de un ecosistema basado en IA líder del sector para transformar la planificación integrada.

Si se fijan bien, solo la segunda está orientada a la mejora de la experiencia de cliente (la primera lo puede parecer, pero en realidad su foco es eliminar la intermediación). O sea, de un total de 19 iniciativas estratégicas tecnológicas, solo una piensa en primer lugar en el cliente… y asumo que el resto se ocupa, en último término, fundamentalmente del coste.

Poca diferenciación, ¿no creen?

También los problemas han ido pareciéndose a los de los demás:

Como corresponde al segmento de «Vibraciones» de esta bitácora, también el presente artículo responde a un elemento desencadenante, que quizá alguno de los atentos lectores ya echaba de menos, porque de ello aún no hemos hablado… 😉

Pues vamos a ello.

Concretamente, se trata en esta ocasión de dos recientes experiencias de vuelo con Vueling, la semana pasada. No es que sucediera nada especialmente grave como mi experiencia ya narrada con Norwegian de hace unos años, pero sí acumulé en poco tiempo un conjunto de pequeños incidentes que en su conjunto hicieron del viaje una experiencia insatisfactoria y creo que demostrativa de la tesis que acabo de exponer.

Empezamos ya con el check-in online a través de la app. Nada más realizarlo, aparecen notas por todas partes avisando de que solo se permite un único equipaje de mano, que deberá ser colocado bajo el asiento de adelante, especificando además que no debe sobrepasar las medidas de 40x30x20 (de verdad que si encuentran algo así entre sus maletas, les doy un premio).

Ya es lo primero que me incomoda, porque la abrumadora visualización de estos anuncios me parece amenazante.

Suelo viajar con un único maletín de viaje con dos ruedas, claramente de menor dimensión que las tradicionales maletas de cabina para evitar ningún tipo de conflicto al embarcar sin necesidad de facturación (de hecho, no he tenido ni un solo problema en centenares de vuelos hasta ahora), pero sus dimensiones son 41x37x26…. y con ese despliegue abrumador de notas sobre el equipaje, me asusto, asumo que hay un cambio de política y decido que, en esta ocasión, tengo que facturarlo.

Segunda molestia.

Me acerco al mostrador de facturación en el aeropuerto de Bilbao y le comento el tema a la mujer que me atiende, que me confirma que sí, que hay un cambio de política respecto del equipaje de cabina, así que decido extraer el portátil para guardarlo en una cartera de mano (hay allí dentro media vida laboral y no quiero arriesgarme a que se extravíe) y facturar el resto, pero en ese momento la mujer del mostrador me pregunta si en el maletín queda algún otro equipo informático. Cuando le digo que sí, que allí queda aún una tablet… me pide que la saque también, que la compañía «no quiere» que en el equipaje facturado vayan equipos informáticos.

Bueno, la saco… y la guardo también en la cartera de mano, que ya está que explota… y que adquiere un peso considerable para irla llevando por el aeropuerto agarrada de la mano, la verdad.

Tercera molestia, que además dura un buen rato y que es creciente, porque cualquier cosa que pesa, cada vez parece pesar más.

Embarcamos… y veo a todo el mundo cargado con las tradicionales maletas de cabina, grandes bolsos de mano, mochilas y bolsas diversas. O sea, todo el mundo como siempre y yo con cara de tonto.

Esa es la cuarta molestia. Si cambias tus políticas o el énfasis en que las comunicas a tus clientes… es para aplicarlas, ¿no?

Eso al margen de mi reflexión: ¿de verdad quiere Vueling clientes de negocios, si les obliga a que el equipaje de cabina no pase de 40x30x20 y al mismo tiempo les impide facturar los equipos informáticos? ¿De verdad?

¿Qué listo ha pensado esto?

Aterrizados en Barcelona, llega el momento de recoger en cinta el maletín facturado… y aparece francamente sucio. Quizá la acumulación de polvo o de suciedad en una maleta no sea algo demasiado relevante, pero el maletín es algo que me tiene que acompañar habitualmente en las reuniones previstas, es de color negro y no queda otra que dedicar un tiempo a su limpieza, aunque sea a un adecentamiento básico.

Como ven, ya vamos por la quinta molestia.

Al día siguiente, toca un nuevo Vueling, esta vez con salida desde el aeropuerto de Barcelona. Lo primero que sucede es que, aprendida la experiencia del día anterior y para evitar cualquier lío en un aeropuerto en que cada vez te tratan más como si fueras parte de un rebaño de borregos, voy directamente a facturar el maletín ya sin portátil ni tablet. Leo cuáles son los números de los mostradores de facturación de mi vuelo en los paneles del aeropuerto y me dirijo a ellos… para ver que todos los indicados son puestos de facturación autónoma, habilitados mediante quioscos y cintas de auto facturación (que, por cierto, es una de las medidas incluidas en ese Digital Customer Journey, la única de las 19 iniciativas tecnológicas netamente orientadas a la experiencia del cliente).

Pues bien, el primer quiosco de facturación al que acudí no funcionaba (no leía adecuadamente el código QR de la pantalla del móvil). Dado que yo no había utilizado nunca este tipo de soluciones de facturación, empecé a tener dudas de si el problema era que yo no lo supiera usar bien… pero finalmente me desplacé a otro que quedó libre y entonces todo funcionó fluidamente y obtuve esa etiqueta larga de papel, en forma de tira, que luego debe colocarse en el equipaje facturado. Había al menos una persona para resolver dudas a quienes estábamos intentando facturar, pero estaba atendiendo a otros y a mí no se me acercó.

El siguiente paso era ir con el maletín hasta las cintas de los antiguos mostradores de facturación, donde había que colocar la tira larga de papel (sin tapar el código de barras, claro) y una pistola para leer dicho código y por tanto aceptar el equipaje e introducirlo al sistema de distribución del aeropuerto. Ahí no había nadie que estuviera para ayudar, así que puse la tira de papel alrededor del asa de mi maletín como mejor supe, para darme cuenta, mientras lo veía ya alejándose hacia las cavernas aeroportuarias, que no me había quedado con el resguardo.

Ya ven: miré hacia atrás y me pareció que no era el único con «problemillas» de uso del sistema, así que busqué a la persona que estaba para ayudar en los quioscos para decirle que me parecía que tenía que haber más gente de ayuda, ante lo que me dijo que también había mostradores de facturación «normales», de los de siempre, atendidos por personas, un poco más allá.

En efecto, así era… ¡pero no estaban indicados en los paneles del aeropuerto, que te conducían directamente a la opción de autofacturación!

Conclusión: le digo a la persona de ayuda que me parece todo en conjunto una práctica vergonzosa por parte de la compañía en cuanto a servicio a cliente (de lo que obviamente él no tenía la culpa)… y me voy con la sexta molestia a cuestas.

Si a eso le añadimos la cada vez más escasa distancia entre asientos para las piernas (algo en lo que Vueling se está convirtiendo en un experto), o que como en el resto de las low-cost, ya no hay atenciones a bordo (ni tentempiés, ni revistas, ni nada), que la conexión wifi solo se habilita para intereses comerciales y que su oferta de artículos a bordo es cada vez más escuchimizada, no puedo sino calificar mi experiencia de cliente como mediocre.

Entiéndanme… no es que volar con Vueling sea peor que volar con otras low cost, no…

Pero sí que cada vez se parece más al resto.

Les dejo con un vídeo que la compañía divulgó en redes en 2019, con motivo de su 15º aniversario. Destacan ese valor esencial de querer ser diferentes. A lo mejor… era un broche de oro a lo que fueron y ya han dejado de ser… 😦

¿Acabarán así todas las empresas nacidas desde la innovación?

Vibraciones: días de tradición

Nápoles fue el destino que elegimos para pasar los días del puente de principios de diciembre, tratando de reproducir la magnífica experiencia de conocer Venecia que vivimos 5 años atrás en fechas similares.

Como toda gran ciudad (tiene 1 millón de habitantes y 3 si consideramos el área metropolitana), no es posible identificarla con un calificativo concreto (sea éste el que sea) porque tiene infinitos espacios urbanos diferentes, tanto en arquitectura como en habitantes… e incluso en visitantes.

Pero «nuestro Nápoles», un Nápoles de turista típico, fundamentalmente centrado en el centro histórico, los Quartieri Spagnoli y la zona del puerto (apenas rozando la más tranquila Chiaia), sí permite definir a esa ciudad como una mezcla entre lo caótico y lo cutre… que te va atrapando entre el bullicio de sus calles abarrotadas, fachadas desconchadas o restauradas, callejones repletos de trattorias y terrazas, plazas descuidadas… y palacios o iglesias casi en cada manzana.

Cuatro días bastan para empezar a sentir que esa ciudad es tuya, para entender lo que es (o dónde está) Spaccanapoli y para que a partir de ahí, cada callejón tenga un sitio en el mapa mental de la ciudad. Cuatro días bastan para hacerse con las suficientes referencias como para dejar de mirar Google Maps para volver al hotel. Cuatro días bastan, en definitiva… para cruzar las calles como un auténtico napolitano.

Si han estado en Nápoles, seguro que con esto último saben a qué me refiero. 😉

La calle San Gregorio Armeno es en sí misma un gran mercado de figuras de Navidad: en su trazado estrecho y sombreado se acumulan docenas de artesanos que dedican todo el año a fabricar figuras de la Comedia del Arte… y sobre todo figuritas y escenarios para configurar belenes.

Sorprende advertir que prácticamente es universal la desproporción entre figuras y edificios (las primeras deberían ser 4 o 5 veces menores en tamaño para guardar una proporción lógica con los segundos), pero así son los belenes napolitanos: esa es su tradición.

Parece Nápoles una ciudad que valora las tradiciones y que ha hecho de ellas una forma de sentir la ciudad, desde esa mezcla entre lo viejo y lo antiguo (incluso en lo nuevo), hasta la proliferación de librerías clásicas, la esencia fenicia de cualquiera de sus comercios, la gastronomía o hasta la forma de deambular.

Un ejemplo más: me encantó ver cómo había calles en las que las placas incluso conservaban los nombres que tuvieron en el pasado. «Calle Beneditto Croce – Anteriormente calle Trinittá Maggiore – Anteriormente calle Mariano Semmola».

Navidad es época de tradiciones: las luces en las calles, los regalos de Reyes, el belén o el árbol en el salón, los turrones y el champán en las noches de fiesta, las uvas del fin de año… Siempre me ha gustado mantenerlas, porque para lo bueno o para lo malo, forman parte de lo que hemos vivido… y por tanto de la esencia de lo que hemos llegado a ser.

¡Feliz Navidad a todos!

Vibraciones: confidencias a dos años menos un mes

Hace ahora tres años del momento en que laboralmente me hice consciente de iniciar la que probablemente iba a ser mi última etapa profesional. Parece que fue ayer cuando me veo a mí mismo diciendo «me quedan 5 años»… y luego 4, 3…

Según ha ido pasando el tiempo, he ido adquiriendo sensaciones inesperadas. Quizá la más intensa, perdurable y además creciente es la sensación ambivalente de percibir la presión personal de que se vaya acortando el tiempo para alcanzar ciertos logros (la ambición no ha disminuido, sino en todo caso se ha acelerado), al tiempo de convivir, con mayor naturalidad que antes, con inercias culturales y vicios organizativos… que ni ayer, ni hoy, ni mañana lo van a poner fácil.

Supongo que a medida que van creciendo esas canas que a uno le van dando cierta pátina de «señor mayor» (lo que se refuerza al convivir una herencia profesional cada día más rica y jugosa -desde la perspectiva de aprendizaje- con un futuro cada vez más exiguo), estas cosas son inevitables. Pero me parece un excelente ejemplo de lo que Kotter llamaría «crear sentido de urgencia»… aunque probablemente no por las vías que él planteaba… 😉 😀

En los últimos meses he ido viviendo cómo algunos compañeros, con los que he compartido infinitas horas de reunión, han ido pasando a la jubilación. Varios más esperan su turno, a muy corto plazo. Estas jubilaciones están intensificando en mí la convicción en algo que ya sabía: que una vez dejas de tener un trabajo remunerado, es muy posible que nadie se acuerde de ti para realizar cualquier tipo de labor profesional. Del negro al blanco: irse del mundo del trabajo con la tensión propia del mismo… y que nadie, absolutamente nadie se acuerde de ti, para ningún asunto y desde el minuto 0 posterior.

A ver… ya sé que no tiene que ser así, que hay excepciones… Pero quienes yo veo que siguen teniendo cierta actividad de creación de valor en un entorno «profesional», sea o no remunerada o lo sea de formas diversas, son personas que han alcanzado la cima de las organizaciones y acceden a responsabilidades de consejero o mentor, o personas que se han «currado» esa actividad desde tiempo atrás, que la van preparando con los años para cuando llegue el momento, a través de contactos, relaciones y dedicaciones.

Y ahí, estimados lectores, yo al menos tengo un pequeño problema, porque casi nunca he «diseñado» mi siguiente etapa personal o profesional en la vida, sino que, concentrado siempre en cada momento presente, he ido gestionando las oportunidades que me iban surgiendo, valorándolas en tanto en cuando se alineaban con un futuro deseable aunque intangible. No sé si me explico…

Dicho de otra manera, mi próxima etapa «profesional» es «no profesional» y, como siempre he hecho, no estoy «diseñando» nada. Hay muchas cosas que me gustaría hacer en lo personal (cosas que pienso que me gustará recuperar o hacer por primera vez, no me preocupa), pero me gustaría seguir teniendo alguna relación con el mundo del trabajo (también lo pienso)… y no tengo un plan. Ni intención de tenerlo, que es aún peor. 😮

El caso es que, mientras tanto, tengo sobre la mesa retos importantes y complicados de alcanzar, problemas de largo aliento que solucionar y la ambición de impulsar cambios que siempre me ha acompañado.

Mi atención ha ido progresivamente creciendo en perspectiva estratégica y en la observación de la necesidad de impulsar la transformación de las organizaciones, desde la noción de trabajo hasta el modelo de negocio… y eso no ha disminuido, sino que se ha afianzado. La atención a la parte más operacional es inevitable y además muy relevante (más aún en una empresa industrial como la mía), pero cada vez en mayor medida la desarrollo desde la profesionalidad y la responsabilidad, más desde el gusto por lo bien hecho que desde la excitación de afrontar un desafío incierto.

El caso es que en este territorio ha empezado a surgir una nueva sensación, ésta muy reciente: quizá solo sea una temporal neura mía, pero me parece observar que, en algunos temas en los que creo que de forma natural se me habría implicado, comienzo a «no estar». O sea, que siento que ya me han «descontado», o algo así. Y la verdad… si así fuera y a pesar de que racionalmente puedo entender razones en un ámbito estratégico ligadas a que se ocupen personas que puedan traccionarlas a largo plazo… no me gusta precisamente demasiado.

En fin… tengo también en cuenta (no vayan a creer que no) que años de pensamiento para muchos «disruptivo», de mirada atenta a las transformaciones sociales y de mercado que vivimos en los últimos tiempos y de comprensión de su impacto en todos nosotros, unido a la insuficiente comprensión organizativa observada de estos fenómenos en el pasado, pueden hacer de un tipo como yo alguien que genere cierto ruido en ciertos desarrollos estratégicos… pero esto ha sido casi siempre así, así que no creo que sea causa de ello.

Esta semana ha aparecido una sensación nueva. Les decía al principio que he venido hablando de que me quedaban 5 años… o 4, 3, 2… pero precisamente a día de hoy ya se me han quedado largos los dos años, porque teóricamente me quedarían exactamente dos años menos un mes para mi jubilación. Por primera vez, la palabra «mes» me parece tener sentido en el discurso. Y eso me ha traído a la mente la necesidad de pensar en lo que dejaré cuando me vaya, en logros y en enfoques… pero sobre todo en personas. Mi nueva «urgencia» es ocuparme desde ahora en que este tiempo sea especialmente valioso para el futuro de quienes colaboran más estrechamente conmigo hoy…

Curiosa etapa. La seguiré observando… 😉

Vibraciones: distopía estival

Imaginen que…

  • Su gobierno decide que todos los ciudadanos del país, de 40 millones de habitantes, no salgan de su casa durante dos meses. Decreta el cierre de comercios, teatros, restaurantes y bares, solo les permite salir de casa un par de horas para comprar medicinas y alimentos y les obliga a obtener un permiso firmado y por escrito para poder ir a trabajar, que controlará la policía en las carreteras y en las calles.
  • Nadie se opone porque la razón es que un virus ha llegado a la Tierra. A pesar de lo anterior, solo en su país el virus infecta a casi 15 millones de ciudadanos, mata a más de 120.000 personas, colapsa los hospitales hasta el punto de que se tienen que suspender decenas de miles de operaciones quirúrgicas de gente con enfermedades graves y solo se medio controla después de vacunar tres veces a toda la población.
  • Su casa está en un tercer piso de un edificio de la Plaza de la Marina de la ciudad de Málaga. Una vivienda luminosa, con vistas al puerto, para su familia con dos hijos ya universitarios, cómodamente amueblada. Está así… o estaba, hasta que un misil procedente de Marruecos entró por la ventana del salón hace dos meses, como entró por centenares de otras ventanas de sus vecinos, destruyendo media ciudad, además de las de Almería, Cartagena, Alicante, Valencia y otras 100 poblaciones que han visto pasar carros de combate por sus calles, encerrando a su habitantes en sótanos o haciéndoles huir o incluso exiliarse para evitar la muerte que les ha llegado a quienes no lo han hecho. Bueno, obviamente esto es un ejercicio de ciencia ficción… pero imaginen que es una analogía de lo que ha pasado de verdad en otro país en Europa, solo imaginen…
  • Muchas de las empresas en que trabajan sufren desabastecimiento de componentes y materias primas. Algunos materiales básicos tienen precios un 100 o 200% superiores a los de 12 meses atrás. También los fletes marítimos… y en solo unos meses se cuestiona el sacrosanto modelo de globalización, a nivel de producción industrial, que se ha ido construyendo en el mundo desde el siglo pasado.
  • La inflación ya alcanza en su país valores del 11% y hay quien piensa que no es descabellado que sea aún mayor, como la que conocimos algunos (de niños) del orden del 15%. El precio del gas se ha cuadruplicado en solo un año. La electricidad ha subido 4 veces más que los sueldos y 6 más que las pensiones, su precio ha llegado a ser un 400% superior al de un año antes y es un 60% mayor que el de los últimos 12 años. El precio la gasolina ha subido un 80% en un año y el del gasóleo se ha duplicado… sin que haya ninguna huelga general y salvaje de transporte.
  • Para ahorrar, el gobierno ha decidido prohibir que se regule el aire acondicionado por debajo de los 27º en transportes públicos, comercios, centros comerciales o establecimientos hosteleros y ha instado a empresas, oficinas y negocios a hacer lo mismo, dejando solo al margen los hogares… en una primera fase. Trabajar en verano a menos de 27º se convierte en una actitud insolidaria.

En realidad, todo esto no ha pasado, porque estamos en agosto de 2019 y esas cosas no son más que distopías, ¿verdad? Hoy estamos empezando nuestras vacaciones de verano, para muchos de nosotros es el primer día y ya tenemos plan hecho: día de playa, paseo por el puerto, cena de picoteo en una terraza y cerrar con unos mojitos o unos gin-tonics en algún local con buena música.

En la cabeza solo nos caben los chiringuitos, el mar, la playa, las excursiones familiares, las terracitas, las paellas con los amigos, un par de conciertos y mil maneras de disfrutar de la naturaleza y la buena compañía durante las siguientes semanas.

La verdad es que, si ocurriera alguna de las tonterías de antes (algo, claro, extraordinariamente improbable), habría toda una revolución. No creo que lo interiorizáramos según sucediera y lo digiriéramos como parte de la normalidad (de una nueva normalidad) para irnos de veranito a disfrutar del buen tiempo. Vamos, imposible.

Aunque ahora que lo pienso… ese escenario, combinado con este veranito de verdad, sí que es una auténtica distopía… 😉