trabajo

Vibraciones: el relevo

Como no puede ser de otra manera, a lo largo de mi vida profesional he asistido a infinidad de procesos de relevo de personas que estaban asumiendo una determinada responsabilidad.

A veces por una reorientación estratégica, a veces por un deseo personal de cambio, otras veces por valorarse un rendimiento insuficiente, o por cambio de empresa, jubilación, reorganización de estructuras, fusión empresarial, reducción de costes, incompatibilidad personal, desalineamiento estratégico, promoción interna…

Las razones pueden ser numerosas y diversas, pero siempre dibujan un escenario en el que alguien se va y alguien nuevo llega… y con frecuencia no se hace del todo bien. Bueno… como casi todo lo humano, que en general solo alcanzamos a hacer, como mucho, «medio bien».

Verán, les pongo algunos casos que he vivido u observado personalmente:

  • Una decisión de reubicación urgente de un directivo de alto nivel deja un vacío que no se cubre durante más de un año. Sus antiguos colaboradores despachan directamente durante ese tiempo con la gerencia… hasta que, cansados de intentar sacar adelante iniciativas sin recibir la dirección y la protección que necesitan en sus funciones de gestión transversal (entre otras cosas porque pocos gerentes podrán asumir eso de manera sostenida) y viendo como aumenta exponencialmente la tensión interpersonal y la ineficiencia, piden que «por favor»… «les pongan un jefe». 😀
  • Una persona (en un puesto relevante) abandona la organización y el responsable correspondiente decide que es necesario introducir un perfil muy diferente, que ayude a generar elementos nuevos en la cultura de la organización. Lo hace… pero deja a la nueva incorporación que se enfrente él solo a los liderazgos naturales que se oponen a cualquier cambio adaptativo, sin proteger al entrante lo suficiente, sin mostrar visiblemente, en cada rincón de la empresa, que él siempre está «detrás del nuevo». La persona incorporada está un tiempo, pelea por los retos que le han marcado, incluso consigue que la organización apruebe y respalde cambios relevantes… pero en ese momento se marcha, porque no está dispuesto a que su actividad laboral consista en seguir peleando con nadie. 🙄
  • Una persona se jubila… y no es sustituido por nadie. No es que sus funciones, ejercidas durante una larga etapa profesional, se redistribuyan o se reubiquen en otros ámbitos, sino que buena parte de ellas simplemente se dejan sin cubrir cara al futuro. Este es un caso más común de lo que puedan pensar. De hecho, a mí me ha tocado observar varios, por diferentes motivos: en uno, el trabajo pasó a subcontratarse en mínimos indispensables; en otro, simplemente se decidió que una iniciativa que costó estructurar y estandarizar se abandonara, sin más… aunque muy pocos años después se tuvo que retomar desde cero, porque pasó de convicción o visión empresarial (perdida), a obligación legal; en un tercero, porque los nuevos responsables no encontraron valor en lo que la persona había venido haciendo… aunque años más tarde tuvieron que lamentar que eso acabara generando una pérdida de conocimiento y de información en la organización, que en ese momento necesitaba. Pero es que además, lo que suele ocurrir como añadido a estos casos (que ni siquiera se percibe) es que, alrededor de la persona cuyo trabajo «se diluye», otras personas con responsabilidades asimilables «entienden muy bien» el valor que la organización ha otorgado a ese determinado ámbito de trabajo… y su rendimiento, su satisfacción y su compromiso se reducen. Y eso nunca se valora ni se considera. 😦
  • Al responsable de un área corporativa que agrupa diversas responsabilidades, por lo general no operacionales, se le cambia de función y se toma la decisión de no sustituirle en su cargo, disolviendo el área que deja y repartiendo los distintos ámbitos de su antigua responsabilidad entre diferentes departamentos. Consecuencia: la mayor parte de los impulsos innovadores o diferenciales que se habían ido construyendo en la organización se pierden totalmente en un plazo que no supera por lo general los dos años, entre otras razones porque para la mayoría de los receptores, el ámbito heredado carece de la relevancia que tiene su función «core», sus responsables no tienen construida una visión de futuro sobre la que dar continuidad al esfuerzo realizado y sus prioridades se sitúan, si no desde el minuto 0 sí desde el instante posterior, en donde ya estaban. En muchos casos, años más tarde la organización se hace de nuevo consciente de la necesidad de abordar aquellos asuntos… pero ya lo ha perdido todo y toca reestructurar de nuevo y volver a empezar. Todo un desperdicio… 😥
  • Se nombra un sustituto interno para una persona que aborda su jubilación… y se identifica con rapidez, además, por quién va a ser a su vez sustituido, lo que provoca muchas veces que el nuevo responsable se acerca cuanto antes a su nueva responsabilidad y desatiende su relevo en la antigua. ¿Les suena familiar? Pues también he visto lo contrario: que se tarde mucho en encontrar un sustituto para el sustituto y, como consecuencia, pasen dos cosas poco gratificantes: se va adoptando una inevitable actitud «de salida» mientras pasan los meses sin que se encuentre su propio relevo y con la cada vez cada día más lejos del pasado, por lo que muchas iniciativas de largo aliento no se acometen o se hibernan hasta que el siguiente decida… y se pierde buena parte de la ilusión por la nueva responsabilidad, donde su actual ocupante sufre un efecto similar al de su sucesor. 😐
  • De nuevo es alguien que afronta su jubilación, pero en este caso no se sabe si su puesto va a ser amortizado, si el área va a ser desmembrada, si se abordará una sustitución de continuidad o si se pretenderá dar un cambio de rumbo a su dirección. Los meses van pasando, la organización percibe que algo pasa y se deteriora la autoridad, se percibe esta situación incluso como un cuestionamiento desde la línea jerárquica y, como mucho, las cosas se sostienen, pero se pierde tensión sobre los elementos más contraculturales o adaptativos de su porfolio de iniciativas. 😕

En general, las situaciones se agravan cuando el mercado de trabajo del que captar sustitutos está complicado (y los plazos o la adecuación del candidato empiezan a ser, a partir de un momento dado, una incógnita) o aún más cuando quien las activa es un poder superior que también llega «de nuevo» pero entra en la casa «como elefante en cacharrería», desde una forma de percibir el mundo inevitablemente sesgada o incompleta, pero sin conciencia de que así sea. O sea, «con ideas claras» que muchas veces son más «fijas» que «claras».

La lista podría alargarse bastante, seguro que lo saben… incluido algún caso más personal que me toca en este mismo momento, en el que me permitirán no extenderme… 😆 😆

Sé que hay empresas donde estos procesos están muy bien estructurados (quizá porque «pueden» hacerlo), pero tengo para mí que son auténticas excepciones y que los demás, como mucho, aspiramos a ese hacer las cosas «medio bien», lo que significa, en más ocasiones de las que debiera, que habrá conocimiento que se acabe perdiendo… a lo que quizá se sume la sensación de escaso respeto a todo un recorrido profesional y una visión impulsada desde el compromiso, que quien se marcha se lleve consigo.

Venga, que no sea por no pedirlo una vez más…

¿Conocen algún caso de empresa en que el relevo sea un proceso excelente? ¿Les apetece, por el contrario, compartir algún caso en el que todo fue un problema? Pues ya saben que es abajo, en los comentarios… 😎

Reflexiones: tendencias en transformación digital – IA Generativa

No cabe ni la más mínima duda de que el gran bombazo del año en cuanto a tendencias digitales se refiere, es la explosión social de las herramientas de inteligencia artificial generativa.

La inteligencia artificial parecía una de esas promesas que esperábamos desde hace tiempo, pero que, a pesar de realidades ya existentes (generalizas en el mundo del marketing, la publicidad, los media o el consumo y puntualmente en la industria y otros sectores), no estábamos seguros de cuándo llegaríamos a manejar de forma masiva, ni en nuestras fábricas ni en nuestras vidas cotidianas.

Pero este año han bastado unos breves parpadeos para que una herramienta de IA, abierta al servicio de la gente, bata todos los récords de crecimiento al alcanzar los 100 millones de usuarios en tan solo dos meses.

Ni Instagram, ni TikTok, ni ninguna nueva red social adolescente… ChatGPT.

De pronto, todo el mundo hablando de inteligencia artificial (aunque con el novedoso apellido de «generativa») y, en cuestión de semanas, hasta la prensa generalista tratando como a viejos conocidos a personajes como ChatGPT, Dall-e, Bard, CoPilot, Midjourney…

Los servicios de noticias, atendiendo el despido y readmisión de un CEO hasta hace unos días desconocido para la mayoría, y acompañándonos, atónitos, con historias que parecen sacadas de una serie de alguna plataforma de contenidos audiovisuales, aflorando conspiraciones, intereses geopolíticos y económicos y juegos de poder.

Y además, enlaces viralizados, curadores de contenidos con nuevas e increíbles aplicaciones de IA generativa en los reels de Instagram, en los shorts de YouTube o hasta en TikTok.

La verdad es que la presentación en sociedad fue impactante. Recuerdo un whatsapp de un amigo con un enlace y una pregunta: «¿Has probado esto? Tienes que probarlo ya… estoy alucinando…» El enlace era a la web de ChatGPT-3 y dos horas más tarde ya estaba yo dejando los ojos como platos de dos personitas de la profesión médica.

La impresionante calidad semántica y sintáctica de la interacción conversacional, no solo en inglés sino también en castellano (enviando irremisiblemente al Pleistoceno al Google Translator), la manera en que se iba enlazando la conversación con ese bot extraordinario, profundizando, sintetizando, puntualizando o generalizando con solo pedirlo, la facilidad con que las respuestas se acomodaban a tonos, formas y estados emocionales en la expresión del lenguaje según gustos o deseos… simplemente resultaban increíbles.

Y siguen resultando increíbles, aunque el ser humano se acostumbra enseguida a todo, ¿no creen?

Desde el punto de vista de la empresa, al mes y medio del lanzamiento de ChatGPT alguien me preguntó (y muy en serio) si dándole los necesarios datos, la IA podía proponernos un plan de gestión. Mi respuesta, entre escéptica y sobre todo divertida… fue que claro que no… pero hoy no daría yo una respuesta tan concluyente, al menos para una buena parte del trabajo a realizar.

El paso de los meses nos ha ido mostrando las limitaciones de este generador de textos, sus imprecisiones (e incluso sus «alucinaciones» cuando no encuentra una respuesta fiable), su naturaleza de sumidero de seguridad, su aparente falta de respeto a información protegida en los procesos de aprendizaje…

También hemos ido descubriendo la cantidad de gente y de dinero que llevaba tiempo dedicada a la IA generativa, de texto… y de imagen, de música, de programación, de vídeo…

En realidad, ya lo sabíamos, pero «saber» y «ser conscientes de la dimensión del asunto»… no son la misma cosa. «Generativa» viene de «que genera», que es capaz de crear «productos» digitales que nunca antes habían existido.

Hacer nuevas melodías y canciones, obras de arte, programas informáticos, narrativas literarias, logos para empresas, textos de reclamaciones legales, presentaciones de diapositivas, discursos, memorias de proyecto, traducciones, anuncios, resúmenes de reuniones y otras tantas nuevas aplicaciones que van apareciendo (a un nivel de calidad muy razonable y sin reproducir lo preexistente), está hoy al alcance de casi cualquiera.

No será en este post en el que aborde los aspectos técnicos o las distinciones clave que anidan tras la IA generativa. Hay ya numerosos artículos sobre ello y alguno resulta bastante clarificador.

Déjenme que termine, sin embargo, comentando algunos factores de preocupación o incertidumbre que, aun siendo conocidos, no dejan de tener interés para la reflexión.

El primero es sobre privacidad… y es para decirles que, si quieren hablar con propiedad de ese término, solo cabe una breve frase: «olvídense de ella». Creo honestamente que ya hay suficiente información sobre personas y empresas en la red y que la densa maraña de interconexiones de datos es ya lo suficientemente capilar e intrincada como para considerar que la privacidad absoluta será imposible. Pero es más, todo el desarrollo de servicios de conocimiento basados en IA generativa, estará cimentado en el acceso a información (aunque sea anonimizada), con lo que los datos relacionados con individuos y organizaciones serán utilizados aunque se respete formal y legalmente la privacidad de los datos de carácter personal. Ir más allá en términos de privacidad implicará adoptar decididamente una posición de aislamiento activo y asumir una vida de ermitaño digital… que solo me parece accesible (y con dudas) para minorías militantes.

Seguro que ya lo saben, pero nunca viene mal recordarlo: cuiden lo que introducen en la pequeña casilla del chat: todo lo que incluyan en sus prompts será utilizado por OpenAI para seguir entrenando al monstruo (y por tanto se convertirá en información disponible para todo el mundo) y en esta ocasión, nadie puede decir que no esté formalmente avisado.

El segundo se refiere a lo que considero que es un derecho fundamental en nuestra era, que es el acceso universal al conocimiento abierto. Ya… ya sé que no está recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero es que no se trata ahora de tener o no información al alcance de la mano, a través de un acceso más o menos fácil a internet, sino que la IA generativa introduce diferencias de varios grados de magnitud en productividad personal, que va más allá del valor que a una persona le aporta el nivel de información al que puede acceder, que ya de por sí era importante. Y lo menciono, sobre todo, porque se está generalizando el que, hablando de IA generativa, convivan versiones gratuitas (que en las empresas se asuman como de uso general) y de pago (para minorías cualificadas): la brecha digital se agrandará, porque no solo afectará al acceso o no a determinado tipo de información (lo que puede estar justificado por razones de puesto o responsabilidad), sino a pura productividad personal, que es un factor absolutamente transversal.

Lo mismo aplica al resto de herramientas de IA generativa… pero por esta razón, me parece especialmente relevante en el caso del texto.

Claro que lo primero que a uno le viene a la cabeza es que, si partimos del postulado de que el carácter del acceso a las herramientas de IA generativa debiera acercarse a lo universal, éste debería ser gratuito, ¿no creen?

Pero claro, llegar al nivel de ChatGPT 3.5 que hoy podemos usar gratis, seguramente habrá implicado inversiones de centenares de millones de dólares… que alguien habrá financiado. Alguien que con seguridad no forma parte de las administraciones públicas y mucho menos de las europeas… y que lo ha hecho en un escenario de riesgo e incertidumbre que debe ser remunerado (y si me permiten, «adecuadamente» remunerado).

Tanto ChatGPT 3.5, como ChatGPT 4 (éste de pago, pero ambos parte del pasado), ChatGPT 5… y los que estén actualmente en desarrollo acelerado con el mismo dinero privado, que vendrán después. Me pueden hablar de los beneficios estratosféricos de las poderosas multinacionales que hay detrás y de turbios manejos económicos y sociales en defensa de egoístas intereses comerciales… pero eso es reproducir la eterna discusión sobre innovación en el sector farmacéutico, sobre la velocidad en el desarrollo de soluciones de interés universal y sobre la ética en la aplicación de los hallazgos.

Lo importante, a mi modo de ver, es si puede haber o no un modelo mejor que el que hay, que sea asumible para nuestras sociedades occidentales, más o menos liberales.

Personalmente creo que habrá un gran negocio alrededor de aplicaciones verticales, especializadas, con acceso de pago a bancos de datos protegidos o de acceso limitado (por ejemplo, para equipos de investigación de universidades, centros tecnológicos o corporaciones), en la línea de los servicios de vigilancia tecnológica. También parece evidente que habrá negocio en el desarrollo e implantación de soluciones cerradas, en el perímetro de cada empresa o grupo empresarial, donde se trabaje con el conocimiento explícito acumulado de esa organización, pero desde la seguridad de que ese conocimiento (soporte muchas veces de competencias esenciales) no saldrá fuera de sus muros.

En este sentido, cabría plantear que el acceso a servicios generalistas, como hoy es ChatGPT (o si me apuran, Wikipedia o el buscador de Google), fuera conceptualmente gratuito, una vez que se estructuren adecuadamente los canales de compensación económica al esfuerzo y al riesgo de desarrollo… y ahí, las regulaciones de las administraciones públicas sí podrían jugar un papel muy relevante. O eso… o por el contrario plantearse la prohibición de que hubiera niveles evolutivos de acceso gratuito (¡toma contradicción!) porque así, al menos se evitaría la discriminación de acceso a estas herramientas de productividad por razones económicas dentro del espacio de cada empresa. ¿Cómo lo ven?

El tercero se refiere a que estamos al borde de un mundo en el que no se podrá distinguir la realidad de la manipulación o la ficción. Si las fake news son ya un problema clamoroso, manipulado por demasiada gente de todo tipo desde el populismo o los intereses más dañinos, el horizonte se dibuja inquietante, multiplicado por infinito: empiezan a verse señales de que la explosión de la IA generativa de este año no ha sido más que un modestísimo anticipo de lo que está por venir a muy corto plazo. Vamos a ver cosas aún más extraordinarias… incluido el que muchas de ellas tal vez no las «veamos».

Las connotaciones económicas, sociales y políticas pueden ser de tal magnitud, que no es de extrañar que muchas grandes cabezas manifiesten de forma pública su preocupación y demanden con alarma el establecimiento de límites urgentes a lo que las organizaciones pueden hacer con la IA.

Europa acaba de aprobar la primera ley al respecto. La primera… que no significa que sea lo que se necesita, porque está llena de prohibiciones que son de puro sentido común y de otras que quizá no lo sean tanto (al optar por prohibir donde no se sabe cómo regular, condenando al terreno de lo prohibido aplicaciones que aportarían un innegable valor) y al estar dedicadas (como todas las prohibiciones) a los que están dispuestos a ser buenos y no a los malos (como bien que sufrimos cada día, de forma masiva, los efectos del afán de creadores y manipuladores de malware).

Sé de alguna empresa cuyo pequeño negocio está basado en la lectura de datos biométricos y emociones de manera legal y controlada, desde hace años, a la que no sé muy bien cómo le van a ir las cosas a partir de ahora. También me parece un ejemplo más de la inconmensurable y creciente capacidad de Europa para regular, solo comparable a la cada vez más comprobable incapacidad para activar investigación e innovación en campos de conocimiento y negocio emergentes… a los que nos vamos acostumbrando a llegar demasiado tarde (semiconductores, celdas, nubes…), sin que seamos capaces de ponerle luego puertas al campo, por la sencilla razón de que sirven para bien poco. En este sentido, hay declaraciones que solo me dan risa

Hay muchos otros aspectos de los que casi nadie habla y que será necesario abordar, porque están necesitados de soluciones que se alineen con los valores y principios que se están asentando firmemente en nuestras sociedades. Nos queda aún mucho asombro detrás de todo esto, mucha incertidumbre por despejar… y mucho trabajo por hacer.

Vibraciones: la dignidad del trabajo

¿Qué significa «tener un trabajo digno»?

Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), un trabajo es digno si genera un ingreso justo, ofrece seguridad al trabajador en el lugar de trabajo, asegura protección social a las familias, posibilita que las personas puedan expresar libremente sus opiniones y garantiza la igualdad de trato para hombres y mujeres, así como igualdad de oportunidades para ambos géneros.

O sea, lo es, si les permite vivir decentemente con su familia y si respeta los derechos humanos en las relaciones laborales, más o menos…

Pero permitan que me cuestione: trabajo digno, sí, pero… ¿digno de qué?

Pues digno de los seres humanos. Mi respuesta, por tanto, tiene mucho más que ver con la del trabajo como herramienta de desarrollo personal y de transformación social, o sea, con el reconocimiento de estar al servicio de la dignidad de «ser un humano«. Y eso queda muy lejos de lo anterior, porque se refiere a permitir que las capacidades que más diferencian a los humanos, intrínsecas a su naturaleza y que difícilmente podrán ser sustituidas totalmente por máquinas (la creatividad, la innovación, la coordinación, la gestión de la incertidumbre, la intuición, el aprendizaje de segundo grado, la construcción de un legado…), tengan campo abonado para su desarrollo a través del desempeño laboral.

Puede que consideren que este es uno más de los «particularismos» del pensamiento cooperativo, pero no es así: desborda abiertamente ese hecho y forma parte de las aspiraciones de cualquier persona de las que nos rodean cada día, ¿no creen? Y aún con más intensidad en las nuevas generaciones, con independencia de nivel o tipo de trabajo que ejerzan.

Trabajar en una fundición es una labor dura, lo que los británicos llaman un «rough game». Dura, al menos, en lo que hoy en día cabe dentro de esa denominación, porque las condiciones de muchos «trabajos duros» de hace solo 50 o 60 años (y singularmente de los relacionados con la transformación de metales), nada tienen que ver con los actuales, hasta el punto de que muchas de sus prácticas profesionales hoy se verían como auténticas burradas y estarían con seguridad legalmente prohibidas, por prevención de riesgos y por salud laboral.

La fundición de hierro es una tecnología con miles de años de antigüedad, actualmente en recesión en Europa precisamente por su reducción en el mercado del automóvil, su mayor consumidor en el último siglo acompañado por las aplicaciones en la construcción de maquinaria e infraestructuras.

El País Vasco es territorio de fundiciones, la mayoría de ellas con mucha historia detrás e implantadas en edificios construidos hace muchos años, con oscuros recovecos, sótanos y un entorno de trabajo que su entorno reconoce como duro y sucio. Ya no tiene por qué ser literalmente así en las instalaciones más modernizadas, pero esa sigue siendo la imagen que ha quedado impregnada en la sociedad: trabajar en ellas no es, digámoslo así, el trabajo más cool que las nuevas generaciones parecieran anhelar… aunque imprima carácter. 😉

Hoy quiero compartir aquí un vídeo publicado en LinkedIn por Beatriz González Ciordia, directora general de Betsaide SAL. Casi ni nos conocemos, pero a Beatriz la he venido siguiendo desde hace mucho, desde el hecho de haber escogido la especialidad de Mecánica en sus estudios de ingeniería industrial, hasta su paso por Tecnalia, incluidos momentos complicados en alguna sociedad relacionada con la ingeniería medioambiental, su salto a Gestamp o su reciente desembarco al frente de Betsaide (al parecer, lleva 2 años), que es todo un desafío.

Betsaide es una empresa ubicada en Elorrio, creada hace 35 años tras la quiebra de Fundiciones Bellerín, convertida finalmente en una SAL. No conozco a Betsaide, ni sé si se trabaja bien, mal o regular en esa casa, aunque doy por descontado que su camino ha tenido bastante de tortuoso a lo largo de los años y no sé cómo será la vida en su interior…

Lo que quiero destacar aquí no tiene que ver con eso, sino con el vídeo que Beatriz publicaba. No he sido capaz de encontrarlo en las clásicas plataformas de vídeo, probablemente porque no es un vídeo corporativo hecho por la empresa, sino que ha sido elaborado por un equipo de mejora que ha trabajado en la sección de machería. Tendrán que verlo, por lo tanto, en la publicación original en LinkedIn de la propia Beatriz, a la que podrán acceder pinchando sobre la siguiente imagen. Véanlo, porque merece la pena:

Ya, ya… que igual no, que igual no se han visto demasiado impactados por estas imágenes…

Pues yo veo en ellas personas que controlan su proceso, que verifican los parámetros de los que depende la calidad de su producto o que planifican la secuenciación de la producción… pero también veo personas implicadas en mejorar su entorno laboral y hacerlo más agradable para todos, esfuerzos por limitar la dureza del trabajo a base de ingrávidos o robots colaborativos, coordinación, cuidado por el producto y por el proceso, implicación, autonomía…

Y veo también un premio (¿se han fijado?), veo orgullo en una mirada de quien se sabe partícipe de un gran trabajo colectivo y ganas de mostrarlo por parte de todo un equipo. Veo, en definitiva, satisfacción por algo que, seguramente, les ha hecho mejores.

Insisto en que no tengo ninguna referencia personal de Betsaide, pero eso es, desde mi perspectiva, una forma clara de aportar dignidad al trabajo.

Algo que creo tenemos derecho a exigir.

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Como curiosidad, les dejo debajo el vídeo corporativo de Betsaide de hace un año: a partir del minuto 3, podrán hacerse una idea de lo que es un proceso de fundición…

Vibraciones: confidencias a dos años menos un mes

Hace ahora tres años del momento en que laboralmente me hice consciente de iniciar la que probablemente iba a ser mi última etapa profesional. Parece que fue ayer cuando me veo a mí mismo diciendo «me quedan 5 años»… y luego 4, 3…

Según ha ido pasando el tiempo, he ido adquiriendo sensaciones inesperadas. Quizá la más intensa, perdurable y además creciente es la sensación ambivalente de percibir la presión personal de que se vaya acortando el tiempo para alcanzar ciertos logros (la ambición no ha disminuido, sino en todo caso se ha acelerado), al tiempo de convivir, con mayor naturalidad que antes, con inercias culturales y vicios organizativos… que ni ayer, ni hoy, ni mañana lo van a poner fácil.

Supongo que a medida que van creciendo esas canas que a uno le van dando cierta pátina de «señor mayor» (lo que se refuerza al convivir una herencia profesional cada día más rica y jugosa -desde la perspectiva de aprendizaje- con un futuro cada vez más exiguo), estas cosas son inevitables. Pero me parece un excelente ejemplo de lo que Kotter llamaría «crear sentido de urgencia»… aunque probablemente no por las vías que él planteaba… 😉 😀

En los últimos meses he ido viviendo cómo algunos compañeros, con los que he compartido infinitas horas de reunión, han ido pasando a la jubilación. Varios más esperan su turno, a muy corto plazo. Estas jubilaciones están intensificando en mí la convicción en algo que ya sabía: que una vez dejas de tener un trabajo remunerado, es muy posible que nadie se acuerde de ti para realizar cualquier tipo de labor profesional. Del negro al blanco: irse del mundo del trabajo con la tensión propia del mismo… y que nadie, absolutamente nadie se acuerde de ti, para ningún asunto y desde el minuto 0 posterior.

A ver… ya sé que no tiene que ser así, que hay excepciones… Pero quienes yo veo que siguen teniendo cierta actividad de creación de valor en un entorno «profesional», sea o no remunerada o lo sea de formas diversas, son personas que han alcanzado la cima de las organizaciones y acceden a responsabilidades de consejero o mentor, o personas que se han «currado» esa actividad desde tiempo atrás, que la van preparando con los años para cuando llegue el momento, a través de contactos, relaciones y dedicaciones.

Y ahí, estimados lectores, yo al menos tengo un pequeño problema, porque casi nunca he «diseñado» mi siguiente etapa personal o profesional en la vida, sino que, concentrado siempre en cada momento presente, he ido gestionando las oportunidades que me iban surgiendo, valorándolas en tanto en cuando se alineaban con un futuro deseable aunque intangible. No sé si me explico…

Dicho de otra manera, mi próxima etapa «profesional» es «no profesional» y, como siempre he hecho, no estoy «diseñando» nada. Hay muchas cosas que me gustaría hacer en lo personal (cosas que pienso que me gustará recuperar o hacer por primera vez, no me preocupa), pero me gustaría seguir teniendo alguna relación con el mundo del trabajo (también lo pienso)… y no tengo un plan. Ni intención de tenerlo, que es aún peor. 😮

El caso es que, mientras tanto, tengo sobre la mesa retos importantes y complicados de alcanzar, problemas de largo aliento que solucionar y la ambición de impulsar cambios que siempre me ha acompañado.

Mi atención ha ido progresivamente creciendo en perspectiva estratégica y en la observación de la necesidad de impulsar la transformación de las organizaciones, desde la noción de trabajo hasta el modelo de negocio… y eso no ha disminuido, sino que se ha afianzado. La atención a la parte más operacional es inevitable y además muy relevante (más aún en una empresa industrial como la mía), pero cada vez en mayor medida la desarrollo desde la profesionalidad y la responsabilidad, más desde el gusto por lo bien hecho que desde la excitación de afrontar un desafío incierto.

El caso es que en este territorio ha empezado a surgir una nueva sensación, ésta muy reciente: quizá solo sea una temporal neura mía, pero me parece observar que, en algunos temas en los que creo que de forma natural se me habría implicado, comienzo a «no estar». O sea, que siento que ya me han «descontado», o algo así. Y la verdad… si así fuera y a pesar de que racionalmente puedo entender razones en un ámbito estratégico ligadas a que se ocupen personas que puedan traccionarlas a largo plazo… no me gusta precisamente demasiado.

En fin… tengo también en cuenta (no vayan a creer que no) que años de pensamiento para muchos «disruptivo», de mirada atenta a las transformaciones sociales y de mercado que vivimos en los últimos tiempos y de comprensión de su impacto en todos nosotros, unido a la insuficiente comprensión organizativa observada de estos fenómenos en el pasado, pueden hacer de un tipo como yo alguien que genere cierto ruido en ciertos desarrollos estratégicos… pero esto ha sido casi siempre así, así que no creo que sea causa de ello.

Esta semana ha aparecido una sensación nueva. Les decía al principio que he venido hablando de que me quedaban 5 años… o 4, 3, 2… pero precisamente a día de hoy ya se me han quedado largos los dos años, porque teóricamente me quedarían exactamente dos años menos un mes para mi jubilación. Por primera vez, la palabra «mes» me parece tener sentido en el discurso. Y eso me ha traído a la mente la necesidad de pensar en lo que dejaré cuando me vaya, en logros y en enfoques… pero sobre todo en personas. Mi nueva «urgencia» es ocuparme desde ahora en que este tiempo sea especialmente valioso para el futuro de quienes colaboran más estrechamente conmigo hoy…

Curiosa etapa. La seguiré observando… 😉

Vibraciones: cada vez más escasez

Hace ya media docena de años que avisaba en esta bitácora de que el grave problema demográfico que se nos venía encima lo notaríamos dramáticamente en el plano laboral… y hoy ya resulta evidente que lo tenemos sobre la mesa.

En estos últimos días de este mismo mes de junio que ahora se nos termina hemos podido leer que la construcción sufre “serios problemas” por la escasez de arquitectos técnicos, con ofertas de trabajo que no se cubren como muestra de una realidad que «pone en serio peligro» el relevo generacional del sector.

En estos últimos días de este mismo mes de junio que ahora se nos termina hemos podido leer que hay escasez de talento en Transporte y Almacenamiento (entiéndase Logística), rama de actividad donde hay casi un 20% de puestos de trabajo que se quedan por cubrir en procesos de selección.

En estos últimos días de este mismo mes de junio que ahora se nos termina hemos podido leer que hay escasez de profesionales cualificados en el sector de la ayuda a domicilio (enfermeras, auxiliares y técnicos en atención a la dependencia), tanto en el sector público como en el privado, con una demanda continuamente creciente.

En estos últimos días de este mismo mes de junio que ahora se nos termina hemos podido leer que agrónomos y forestales no cubren la creciente demanda de las empresas, con un sector primario que urge múltiples perfiles técnicos de especialidades en las que no hay ni alumnos.

En estos últimos días de este mismo mes de junio que ahora se nos termina hemos podido leer que hay escasez de profesionales sanitarios, hasta el punto de que las regiones se pelean entre sí por ofrecer las mejores condiciones a médicos y enfermeros (a pesar de no estar permitido). Sobre todo, en medicina de familia, pediatría y enfermería… pero también en medicina del trabajo, urgencias o psiquiatría, calculándose que el déficit de médicos alcanzará en el país la cifra de 9.000 en el año 2027.

En estos últimos días de este mismo mes de junio que ahora se nos termina hemos podido leer que el país tiene un déficit de más de 120.000 profesionales TIC, en especialidades que tampoco llenan las aulas. De esas vacantes que quedan sin cubrir, unas 7.000 son de titulados universitarios, lo que por otra parte parece concluir mayores necesidades en el ámbito de las competencias básicas que en las nuevas tecnologías más cool, que parecen estar mejor cubiertas (aunque sea a un coste creciente, tanto económico como de condiciones).

En estos últimos días de este mismo mes de junio que ahora se nos termina hemos podido leer que la falta de ingenieros enciende la rivalidad de las empresas, que compiten de manera muy agresiva en los reclutamientos, sumando al esfuerzo económico beneficios emocionales y sociales.

Y suma y sigue.

Me van a permitir que en esta ocasión obvie los argumentos centrados en cambios de valores en las nuevas generaciones y ponga foco exclusivamente en una simple escasez de profesionales, que hace que el mercado laboral se torne en un mercado de oferta donde, en muchos ámbitos de competencia, los candidatos tienen la posibilidad de elegir. Así, cuestiones como el proyecto ofrecido, la flexibilidad horaria, las políticas de conciliación, la zona geográfica, el desarrollo profesional y la formación a alto nivel ya han pasado a ser factores que forman parte en estos momentos de la pelea por captar el talento necesario.

El problema es que aún no se nota demasiado… porque la pandemia ha venido a lastrar la aceleración que era previsible de crecimiento y ha reducido en cierto modo la tensión que se había comenzado a sentir a finales de 2019 en el mercado de trabajo en muchas especialidades. Pero lo que vivimos hoy, ya en indiscutible y plena recuperación de esa tensión, no va a ser nada comparado con lo que vamos a vivir a corto plazo.

Porque lo importante es entender bien el fenómeno que mostraba la última gráfica que incluía en el artículo de 2016 con que comenzaba este post de hoy. La reproduzco de nuevo a continuación y transcribo la explicación, porque es importante:

Elaborada ese año de 2016 por Mondragon Unibertsitatea, «representa dos diagramas de barras cruzados: uno de ellos formado por las personas que cada año, en la Comunidad Autónoma del País Vasco (CAPV), alcanzan la edad de 65 años (la referencia de jubilación) y otro formado por las personas que cada año alcanzan la edad de 24 (la teórica de incorporación al trabajo de titulados universitarios).

Frente a una historia pasada en la que cada año se jubilaban menos personas que las que se incorporaban en esa edad de 24 al mercado laboral… desde hace ya 6 años está sucediendo lo contrario. Y las perspectivas demográficas nos dicen que además, en los próximos 20 años este hecho se seguirá produciendo a un ritmo espectacular: cada año, se incorporarán entre 8 y 10.000 personas menos que las que se jubilarán.

O sea, que en los próximos 5 años estarán a disposición de las empresas 50.000 personas menos de las que se jubilen, para entendernos mejor. Y en 20 años… 200.000.

Solo en Euskadi

Pues en eso estamos ya… con serias dificultades para incorporar ciertos profesionales que las empresas necesitan para su evolución. Decía entonces que iba a haber tortas para captar talento… y veo ya a las empresas haciendo guantes.

El fenómeno tiene numerosos ingredientes que sería muy largo volver a desmenuzar, pero a poco que dejen de sucederse crisis de orden mundial de estas que llevamos encadenando en los últimos años, va a ser imprescindible ofrecer propuestas de trabajo realmente atractivas a nivel de proyecto y desarrollo profesional y cuestionar elementos culturales, modelos retributivos y condiciones laborales que quizá no deseen cambiar.

Porque ya no será posible cerrar los ojos.

Que tengan suerte…

Vibraciones: ¿también entre nosotros una pequeña «Great Resignation»?

Aunque a muchos les supongo bien enterados, comienzo por aclarar que la «Great Resignation», el «Big Quit» o, en castellano, la «Gran Renuncia», es un fenómeno del que los medios norteamericanos vienen hablando extensivamente desde hace más o menos un año, que consiste básicamente en que cantidades masivas de personas están abandonando su empleo.

Al parecer, la pandemia desatada por el covid-19 ha generado y sigue generando cambios sustanciales en el mercado de trabajo, significando un punto de inflexión en el que muchos ciudadanos, desde la perspectiva que da un confinamiento (que incluye una separación física prolongada del lugar de trabajo y la prueba real de trabajar de otra manera, en teletrabajo), están modificando parámetros que hasta ahora configuraban su comportamiento laboral, al tomar conciencia de cómo éste afectaba a su esquema de prioridades y valores.

En resumen y en palabras simples… que al menos en el mercado norteamericano, al parecer… de golpe, millones de personas por encima de lo habitual están tomando la decisión de «largarse» del trabajo que ocupaban, por un conjunto de razones como:

  • darse cuenta de su insuficiente dedicación al cuidado de los hijos;
  • desear pasar más tiempo en familia;
  • estar harto de pasar horas diarias y gastar un montón de dinero en atascos y desplazamientos de casa al trabajo;
  • cansarse de vivir resignado a una retribución salarial por debajo de lo que uno esperaría de su cualificación;
  • recuperar una ambición profesional perdida con los años, por acomodamiento y creciente temor al cambio;
  • atender mejor a personas dependientes, que cada vez son más;
  • sufrir continuamente dificultades de coordinación de compromisos por la difícil conciliación entre la vida profesional y personal por causa de horarios rígidos...

Ganar más o recuperar las ganas de disfrutar del trabajo, pero sobre todo ser mucho más consecuente con esa conciencia aumentada de los valores personales, está haciendo que muchas personas busquen una forma de ganarse la vida… que haga de sus vidas algo mucho mejor.

No es que toda esa gente haya dejado su empleo para no hacer «nada», claro: el mayor porcentaje afecta a profesionales con licenciaturas, en la etapa intermedia de su carrera profesional (entre 30 y 45 años), que cambian a un proyecto de vida que perciben como mejor, aunque entre la gente de más edad también hay un grupo no desdeñable que opta por anticipar su jubilación o, en general, también hay gente que elige embarcarse en su propia iniciativa de generación de ingresos.

Esta evolución es lo que ya se conoce como el «Great Reshuffle» o la «Gran Reorganización», cuya característica más singular es, en mi opinión, como podrán ver en breve, que se no está produciendo desde las más clásicas condiciones de seguridad protagonistas en los cambios de empleo que hemos conocido siempre.

Ryan Roslansky, actual CEO de LinkedIn, describe la situación actual como diferente a cualquier otra que hayamos visto en la historia del trabajo. Los datos que esa red estaba manejando en abril de 2021 indicaban que, en ese momento, dos tercios de la fuerza laboral habían dejado su trabajo en el periodo de pandemia, o lo estaban considerando.

Hace unos meses, Pavel Ramírez daba unos datos en una publicación en esa misma red social espeluznantes: «La idea de que 11,5 millones de empleados en EEUU (el 7,3% de los 157 millones que conforman la fuerza laboral del país) hayan dejado voluntariamente su puesto de trabajo solamente en el segundo trimestre de 2021 resulta casi surrealista. Implica, entre otras cosas, que el mercado se amoldado a una altísima rotación en sus plantillas por culpa de la crisis sanitaria. Pero también supone un creciente descontento de la clase trabajadora respecto a su situación laboral. Una insatisfacción que en muchos casos ha pasado de la amenaza a la acción; de las quejas en corrillos cerrados o llevar siempre encima la carta de dimisión, a tomar la decisión de dejar un trabajo con una mano delante y otra detrás… incluso sin tener atado el próximo empleo«.

No sé si son plenamente conscientes de lo que eso significa: si extrapoláramos ese dato a un año completo, implicaría que casi el 30% de los trabajadores del país cambiarían de trabajo en solo un año. O dicho de otra forma, véanlo así… que 1 de cada 3 de sus compañeros de trabajo se va a marchar de su empresa en los próximos 12 meses. Tu no, tú no, tú sí; tú no, tú no, tú sí; tú no, tú no, tú sí…

El artículo que les acabo de enlazar es sumamente interesante por los datos que aporta, así que les invito a leerlo, pero como aperitivo les adelanto algunos de ellos (todos recientes) igual de demoledores:

  • Un estudio de Microsoft concluye que el 41% de los trabajadores estaba considerando dejar su trabajo. 😮
  • Una investigación de Gallup muestra, en la misma línea, que el 48% de los encuestados está en búsqueda de nuevas oportunidades. 😮😲
  • Un informe de McKinsey afirma que el 36% de los empleados que habían dimitido en los últimos seis meses lo había hecho sin tener un nuevo trabajo entre manos. 😮😲😵

Analizar el siguiente gráfico, aunque es ya muy conocido, me parece impresionante:

Fíjense en él: sobre una tendencia que ya venía siendo moderada pero sostenidamente creciente (como probablemente cabría esperar de lo que todo el mundo lleva años diciendo que son los rasgos característicos de esta generación millennial), en el periodo pandémico las renuncias al empleo han crecido a un ritmo vertiginoso, alcanzando niveles históricos con incrementos del 60% en un año.

Pero es que, salvado el pico de la pandemia, el ratio de renuncias al empleo frente al desempleo ha dado un salto significativo y las fugas mes a mes han superado en volumen al número de puestos de trabajo disponibles en los últimos años… ¡y en el último semestre cada mes más! 😱

Increíble

La cuestión es… si este fenómeno, identificado básicamente en USA (aunque también reconocible en lugares como Canadá o, sobre todo, UK), puede estar reproduciéndose en nuestro entorno, dado que el desencadenante que se identifica ha impactado de forma análoga a nuestra sociedad.

Y aparentemente no… o al menos es lo que nos llega en los análisis de prensa y del Servicio Público de Empleo.

Y sin embargo…

Esta semana he recibido un mail del propio LinkedIn con un resumen de lo que ha ocurrido en mi red de contactos en 2021 (supongo que a muchos de ustedes les habrá llegado un mail similar). Pues bien… les adjunto un pantallazo del mío, para que observen algo que ha llamado mucho mi atención:

La segunda y la tercera cifra merecerían algún comentario, pero no quiero distraerme y les voy a pedir que centren su atención en la cuarta y última cifra: 434 personas de mi red (que está formada por 3.102 personas) han cambiado de trabajo en el último año… y el caso es que mi red no es especialmente norteamericana, para que quede claro… (de hecho, no creo que me equivoque demasiado si afirmo que más del 90% de la misma será de nacionalidad española).

Vale… no es 1 de cada 3 de mis compañeros sino 1 de cada 7 (menos de la mitad del ritmo de rotación norteamericano), pero me ha llamado la atención.

Sobre todo porque, viendo las cosas en un periodo estratégico de 4 años (me gusta ver muchas cosas así para calibrar su verdadera «dimensión de tragedia»), significaría que más de la mitad de mis compañeros de empresa dejarían de serlo en ese tiempo.

Miren a su alrededor y díganme si no es una barbaridad. Vale que en LinkedIn hay una selección de personas con un perfil muy determinado, vale que también hay gente recién llegada al mercado laboral cuya rotación es frecuente, vale por tanto que hay sesgo claro en la segmentación de la muestra… pero aún así.

Miro a mis 26 años en la cooperativa, o en mi periodo de permanencia media por empresa en el total de mi vida profesional y tampoco reconozco la escena. Aunque afecte sobre todo a un segmento determinado, es obvio que los tiempos han cambiado… y parece que siguen cambiando.

También aquí.

Reflexiones: 5 claves para la transformación digital de la empresa (industrial) / Automatización y robotización vs Inteligencia artificial

No hay ningún problema en plantear una fábrica inteligente sin robots.

Sí, sí… sin robots industriales… e incluso sin bots.

La transformación digital de la fábrica no va ya hoy en día de automatizar o robotizar las operaciones de fabricación, control o manipulación de materiales, sino de cómo se gobiernan los procesos, sobre cómo se toman las decisiones, sobre cómo se tienen en cuenta los factores relevantes para ello y sobre quién (o qué) las toma.

Llevamos décadas impulsando iniciativas de automatización y robotización de nuestras fábricas, buscando fundamentalmente capacidad de producción, repetitividad, fiabilidad y en definitiva eficiencia en costes. Ya son casi 30 años desde que internet habita entre nosotros…

Pero de la misma manera en que se entiende fácilmente que una fábrica automatizada no implica que en ella exista una cultura digital (por muchas docenas de programas de software que haya instalados), no siempre se entiende bien que en la fábrica 4.0 ya no hablamos de programar PLCs y ni siquiera de internet, sino, como bien decía Alfons Cornella hace ya un tiempo, de la combinación de productos conectados con inteligencia artificial.

Bueno… la automatización sí es necesaria en una fábrica inteligente, porque el Internet of Things (IoT) no va por tanto de internet (que pasa a ser un simple canal por el que circulan los flujos de datos), pero sí de productos físicos que se comunican entre sí o con su entorno para concretar decisiones y ejecutarlas en función de lo que observan en esa comunicación. Y para ejecutar… se necesitan automatismos actuables.

Es verdad que, antes de ser inteligente, una fábrica necesita ser digital… y eso implica que todos los datos relevantes para entender lo que sucede en cada punto y en cada instante de los productos y los procesos debe ser información digital, que se transmita y almacene de manera accesible para la aplicación de métodos analíticos.

A partir de ahí, dos son los factores críticos para dotar de inteligencia a una fábrica: tiempo real e inteligencia artificial.

La habitual programación de rutinas y de lógicas basadas en reglas se sustituye ahora por algoritmos periódicamente reentrenados y redes neuronales artificiales que actúan en tiempo real sobre cantidades ingentes de información (Big Data) para conformar sistemas de aprendizaje automático (machine learning / deep learning) que son la base de lo que llamamos inteligencia artificial, pues configuran modelos predictivos de comportamiento en primer lugar (de defectos, de funcionamiento de máquina, de consumos, de demanda…) para intentar alcanzar el nivel prescriptivo, en el que son las propias máquinas de inteligencia artificial las que deciden qué hacer y lanzan las órdenes de ejecución correspondiente.

Ya hemos llegado a definir modelos predictivos con notable éxito (a adivinar lo que va a pasar)… pero aún nos falta camino para disponer, en la inmensa mayoría de los casos, de suficiente aproximación para que el aprendizaje automático sea capaz además de «entender» el por qué de que vaya a suceder lo que predice y para que identifique las variables de control y prediga a su vez las variaciones de resultado que se deriven de desplazamientos sobre las mismas, antes de elegir y ejecutar una orden.

En la mayoría de los casos, al menos en procesos industriales, los modelos prescriptivos no alcanzan aún precisiones de acierto muy superiores al 30-40% de las situaciones que predicen.

Lamentablemente, nuestros procesos no parecen estar cómodos en relaciones lineales causa-efecto, sino más bien en relaciones complejas multivariante, donde además nos falta aún una parte del conocimiento que, por lo que se ve derivado de nuestros límites de mejora de efectividad, debe ser relevante.

Vamos, como en los seres humanos… 🙄

Eso es lo que nos condena a permanecer aún pegados al actual estado del arte de tecnologías y procesos (que es el statu quo que tratamos de desafiar con la AI) y eso nos salva… 😉 … por el momento.

Aunque parece… que queda cada vez menos para que el software, esta vez sí, domine el universo.

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LAS ENTRADAS DE LA SERIE COMPLETA
5 CLAVES PARA LA TRANSFORMACIÓN DIGITAL DE LA EMPRESA (INDUSTRIAL)
EMPRESA CON DATOS vs EMPRESA IMPULSADA POR DATOS
INDUSTRIA 4.0 vs FÁBRICA 4.0
AUTOMATIZACIÓN Y ROBOTIZACIÓN vs INTELIGENCIA ARTIFICIAL
INFRAESTRUCTURAS TECNOLÓGICAS vs INFRAESTRUCTURAS PARA LA EMPRESA DIGITAL
PROPUESTA DE VALOR DIGITAL vs NEGOCIO DIGITAL

Reflexiones: 5 claves para la transformación digital de la empresa (industrial) / Industria 4.0 vs Fábrica 4.0

De los cinco entregables de la serie, éste es sin duda uno de los más pegados a la empresa de naturaleza industrial, lo que no impide que, sin que sea necesario hacer un gran esfuerzo de imaginación y dado que el objetivo de estos artículos es tratar conceptos muy básicos, puedan extrapolarse éstos a cualquier empresa con un modelo de negocio consolidado.

El paradigma «Industria 4.0», impulsado desde la economía alemana desde hace ya 10 años para conducir la denominada cuarta revolución industrial, se basa en la interconexión inteligente de máquinas y sistemas en el propio emplazamiento de producción (o sea, en configurar en él sistemas ciberfísicos) y se caracteriza por un fluido intercambio de información con el exterior, lo que sistémicamente promovería procesos mucho más eficientes, con menor consumo de recursos y mayor respeto medioambiental y con una gran adaptabilidad a las necesidades de la demanda en cada momento.

Cuando nos referimos a ello solemos hablar indistintamente de «industria 4.0» o «fábrica inteligente» (o «fábrica 4.0», «smart factory» e incluso «fabricación avanzada»)… pero ojo, porque con demasiada frecuencia ese tipo de analogías confunde, o al menos esconde conceptos importantes detrás de la fachada meramente productiva.

Y es que no nos referimos a lo mismo, me temo, en el significado que le damos cuando usamos una u otra forma de hablar de ello, a poco que nos quedemos en la superficie de las cosas.

El asunto tiene mucha importancia, porque cuando nos referimos a una empresa industrial, identificamos claramente su transformación digital con el hecho de abrazar el paradigma «Industria 4.0» y… si no lo interiorizamos en toda su amplitud, podemos cometer graves errores.

Les invito a leer con cierto detalle o simplemente a buscar en internet infografías del significado del paradigma «Industria 4.0» para cualquier consultora de las grandes del mercado, da igual que sea PWC, Deloitte, McKinsey o cualquier otra: encontrarán que el paradigma va mucho más allá de usar la tecnología para aumentar la eficiencia y la sostenibilidad de los procesos de producción en sí mismos y verán que eso del «fluido intercambio de información con el exterior» que mencionaba en el primer párrafo, cobra una importancia esencial.

No les costará encontrar significados coincidentes en aspectos como los cinco siguientes:

  1. Optimización de procesos y del uso de los activos mediante la digitalización y la automatización basada en algoritmos que trabajan sobre los datos obtenidos en tiempo real, orientados al coste y a la calidad.
  2. Datos y analítica de datos como competencia clave.
  3. Digitalización e integración vertical y horizontal de las cadenas de valor, desde el suministro de materias primas a la postventa.
  4. Digitalización de la oferta de productos y servicios.
  5. Modelos de negocio digitales, que explotan señales de clientes y mercados para entregar valor y generar flujo de ingresos.

Todos interiorizamos con claridad los dos primeros puntos cuando hablamos de «Industria 4.0», porque a eso nos venimos dedicando los últimos años. No resulta ya tan evidente, sin embargo, que en las empresas industriales estemos pensando en la integración de la cadena de suministro, en entenderla como un sistema que habría que considerar en toda su dimensión y complejidad para obtener la eficiencia y la sostenibilidad del sistema en sí, en contraposición a obtenerlas para un fragmento del mismo. De hecho, no es ni siquiera habitual el pensar que, más allá de la fabricación inteligente (centrada en la interacción entre el binomio producto-máquina) está la gestión inteligente de la fábrica (con sus «n» líneas de producción y su necesidad de servir a la cadena de suministro lo más pegado posible a la demanda).

Hablar de digitalización para construir una oferta de servicios sí es algo que ya empieza a ser común cuando la empresa fabrica equipamiento (máquinas, por ejemplo, aunque en este caso la servitización es muy limitativa y se centra casi exclusivamente en conectar las máquinas vendidas para ofrecer servicios de mantenimiento predictivo), módulos funcionales (susceptibles de sensorizar para ofrecer valor al sistema en que se ensamblen), o artículos para mercados de consumo (donde el territorio de agregar una capa de información al producto físico tiene un inmenso campo de oportunidades), pero resulta casi imposible encontrar casos interesantes en la fabricación de componentes industriales simples.

Y para terminar, lo que resulta extraordinariamente raro de encontrar son empresas industriales que hayan encontrado un sentido digital para su modelo de negocio, salvo grandísimas compañías multinacionales que seguro tendrán en mente y que han conseguido ya encauzar un asombroso camino de transformación de su naturaleza empresarial.

En conclusión: que entender «Industria 4.0» de esa amplia manera, desde los cinco significados de la lista, sí es entender qué implica la transformación digital de una empresa industrial… pero que no es frecuente.

O en resumen, que conviene no olvidar dos cosas muy simples:

  • La transformación digital de una empresa industrial puede ser entendida como equivalente a su desarrollo del paradigma «Industria 4.0», siempre que éste se comprenda en toda su amplitud.
  • Bajo ningún concepto el paradigma «Industria 4.0» debería ser considerado una analogía con el de «Fábrica 4.0» y mucho menos con los de «fabricación avanzada» o «fabricación inteligente».

Cierto es que las tecnologías de Big Data, machine o deep learning e inteligencia artificial aplicadas a la predicción de comportamientos de máquina o de defectos, la fabricación aditiva, la robótica colaborativa o la visión artificial nos conducen mentalmente a la fábrica inteligente… y que ésta es esencial e inevitable en el camino del que hablamos (es el corazón 4.0 y sin la fábrica inteligente y sin productos inteligentes o conectados no tendría sentido la transformación digital de una empresa industrial), pero estamos entrando en la tercera década del siglo e intuyo que, tras las aproximaciones meramente productivas de la década anterior y antes de que termine ésta, veremos desplegarse sobre las empresas industriales el paradigma «Industria 4.0» en toda su amplitud.

Y si no, al tiempo…

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LAS ENTRADAS DE LA SERIE COMPLETA
5 CLAVES PARA LA TRANSFORMACIÓN DIGITAL DE LA EMPRESA (INDUSTRIAL)
EMPRESA CON DATOS vs EMPRESA IMPULSADA POR DATOS
INDUSTRIA 4.0 vs FÁBRICA 4.0
AUTOMATIZACIÓN Y ROBOTIZACIÓN vs INTELIGENCIA ARTIFICIAL
INFRAESTRUCTURAS TECNOLÓGICAS vs INFRAESTRUCTURAS PARA LA EMPRESA DIGITAL
PROPUESTA DE VALOR DIGITAL vs NEGOCIO DIGITAL

Reflexiones: la organización del área digital (y mis dudas)

Desde el viejo «Departamento de Informática» hasta la «Dirección de Transformación Digital» hay un trecho considerable, en términos de años transcurridos… pero sobre todo en conceptos, funciones, roles, competencias, perfiles o responsabilidades.

A ver… tampoco es que todo sea «tan» distinto a como era hace15 años: nuestro Plan Digital de 2005, por ejemplo, ya se proponía como objetivo «ayudar a desarrollar y desplegar un proyecto estratégico de empresa global y extendida, tratando de evitar la ruptura entre los planteamientos estratégicos en esa dirección y su puesta en marcha, combinando método y soporte tecnológico» y también «ofrecer una solución integral y orientada al cliente, aportando un análisis, diagnóstico y plan de actuación de los principales factores inductores de éxito empresarial en un contexto internacional«.

Ya entonces, por lo tanto, hablábamos de orientar la digitalización no solo a mejorar la eficiencia y la gestión de los procesos operacionales y administrativos, sino a alinearse y servir de apoyo a la toma de decisiones estratégicas, a la relación con el cliente o incluso, en otro sentido, a lo que definíamos como «sincronización» de la cadena de suministro.

¡Nada menos que en 2005!

Aunque otra cosa fue luego la realidad de lo que supimos o pudimos hacer con tan loables propósitos… 😉

La verdad es que los años han ido pasando, pero el viejo «Departamento de Informática» pasó por fases de ser conocido como «Departamento de Sistemas de Información» o «Departamento de IT» (mucho más cool, ¿no?) y a estar actualmente insertado en un área de «Transformación Digital» (que de momento no tiene mucho más que ello dentro)… sin que estructuralmente haya habido cambios significativos, más allá de un leve incremento de dimensión y la incorporación de algún perfil o competencia nuevos.

Si añadimos a todo ello el extraordinario dinamismo de la evolución tecnológica en este ámbito funcional, la aparición con enorme velocidad de nuevas soluciones y, sobre todo, la ambición que debería impulsar la transformación digital de las organizaciones, que definitivamente va más allá de ser un servicio (que lo sigue siendo) para convertirse además en un ariete de innovación y transformación empresarial, parece increíble que las estructuras organizativas de las áreas de gestión que las soporta no hayan sufrido aún una auténtica revolución y que aún reflejen al mismo armazón básico de hace 15 años.

Claro que a lo mejor pasa lo mismo con la totalidad de la empresa… pero ese no es el debate de hoy… 😆 … y además, no debería servirnos de excusa.

El caso es que estoy dándole vueltas a cómo sería la mejor manera de organizar estructuralmente el área completa de Transformación Digital para los próximos años, un área de reciente creación que hoy incluye al tradicional departamento de Sistemas de Información y muy poco más. Estamos cerrando un proceso de reflexión estratégica y es el momento adecuado… sobre todo considerando que me quedan ya solo tres años de vida profesional «regular». 😯 ❓

Obviamente, no voy a aburrirles describiendo la estructura organizativa actual ni las ideas que voy dibujando en sucesivos papeles, pero sí me apetece compartir algunas de las ideas-fuerza que rondan en mi cabeza, con el objetivo, especialmente señalado en esta ocasión, de PEDIRLES sus reflexiones sobre las mismas, sus comentarios al tema, sus experiencias de cambio de organización (si las hubiera habido), o enlaces a publicaciones que consideren de interés.

No se trata solo de cómo dibujar un organigrama, sino de propósitos y conceptos aplicados en casos reales que puedan servir como guía, de formas de abordar un futuro que ya resulta evidente en su dirección… y COMO DERIVADA, de la organización más adecuada para ello, aunque les invito a ofrecerme incluso sus consejos a nivel estructural o de puro organigrama, si lo consideran oportuno.

Siempre he agradecido mucho cualquier comentario que aparezca en el blog, que es de las cosas más satisfactorias que a uno le suceden cuando le dedica un tiempo a compartir por escrito las neuras que pasan por su cabeza, pero esta vez realmente me vendría muy bien cualquier ayuda para pensar.

En ocasiones precedentes, para asuntos parecidos pero de menor envergadura nos hemos apoyado en consultoras externas, en el marco de elaboración de los planes digitales (en 2003, 2005, 2007, 2017 y 2020), pero desde las recomendaciones de 2007, todas las aproximaciones posteriores han ido siendo cada vez más vagas.

No es un camino cerrado, desde luego (conocemos consultoras especializadas precisamente en proponer estructuras de gestión y gobierno de lo digital, adaptadas a la realidad y los retos de cada empresa), pero siento la necesidad de tener una reflexión previa, porque estos tiempos VUCA creo que deben llevarnos más allá de quemar el cartucho de la consultoría como único referente.

Para poner un marco… digamos que hablo de un equipo de unas 20 personas, algo más de la mitad analistas funcionales y resto técnicos y personal de asistencia a usuarios, con parte de esta función subcontratada. Sin desarrolladores. Somos una empresa industrial con 18 plantas en 5 países, dedicada al sector del automóvil, donde el paradigma 4.0 ha desembarcado con toda su fuerza sin encontrarnos debidamente preparados (gente de IT… pero no OT) y con un reto de transformación digital que desborda «lo 4.0», aunque cueste hasta entenderlo.

Las ideas-fuerza que me apetece compartir son las siguientes:

  • PROYECTOS – Es ya una recomendación que viene de lejos: separar la gestión de nuevos proyectos digitales e iniciativas de transformación digital, de las tareas de explotación de los recursos y aplicativos disponibles (incluyendo su adaptación y mejora continua, pero claramente conformando un área de Operaciones). Obviamente tiene ventajas, pero también implica dificultades, porque al separar equipos se reduce la flexibilidad de destino de recursos en un mundo donde la especialización ya reina por todos lados (el riesgo de entrar en una espiral inflacionista de la plantilla es evidente)… y porque exige gestores de proyecto, que no analistas funcionales, que lleven en la mano la bandera de la transformación (y la verdad… no es fácil para perfiles de analista tradicionales).
  • DESARROLLO – La velocidad es cada vez más clave. No hace mucho que era una creencia generalizada en la organización que disponer de programadores internos era un componente a extinguir, que programar era una tarea a subcontratar, pero la velocidad con la que hoy se hace necesario introducir cambios o mejoras me hace dudar de ello. Observo organizaciones donde el disponer de un pequeño equipo de desarrolladores da una agilidad a los proyectos envidiable… y observo también lo estupendo que resulta un analista que antes haya sido programador. Eso sí, la gran mayoría de las empresas que conozco del primer caso son empresas de producto, así que no acabo de tenerlo del todo claro…
  • CÉLULAS – Ya he asumido que a corto plazo no vamos a iniciar un camino de transformación hacia una organización agile… creo que me han «convencido» de que quizá es demasiado el riesgo de dar ese paso para lo que somos y el momento en que estamos. Pero eso no quita para que piense en la posibilidad de aplicaciones locales (como pudiera ser en el área de Transformación Digital) de algún tipo de organización «intermedia» (nucleada en torno a células o estructuras similares), como una forma de aportar flexibilidad, visión sistémica y transversalidad de conocimientos. Me tienta mucho explorar esta posibilidad.
  • DATOS – El camino hacia ser una empresa impulsada por datos es aún largo. Hace falta definir arquitecturas adecuadas para posibilitar trabajos basados en analítica avanzada, plataformas que combinen soluciones data warehouse con data lake y unas cuantos palabros complementarios, que posibiliten eso tan actual hoy del deep learning y la inteligencia artificial aplicada al tratamiento de big data, a la hora de pasar de las PoC a la industrialización. Pero antes de esto tan cool, hace falta trabajar un modelo de gobernanza que garantice la integridad, ubicuidad, seguridad y accesibilidad de unos datos que deben ser útiles, únicos, fiables y obtenidos en tiempo real. Algo que permita que el uso de los datos sea el auténtico soporte a la toma de decisiones. La figura del CDO (Chief Data Officer) puede ser una «solución fácil» que deje en manos de un responsable el logro de un imposible (y por tanto, un error)… o puede ser el germen de una dinámica que paso a paso vaya alineando a la organización hacia el objetivo. Pero aun suponiendo que se decida implantarla, cómo se acompaña su trabajo o cuál es su posición en la estructura también ofrece muchas variantes…
  • RIESGOS – Creo que hemos ido construyendo un armazón de seguridad razonablemente desarrollado para el área TIC tradicional, pero la aparición de tecnologías OT ligadas a la fábrica digital ha abierto un hueco sobre el que a veces no tenemos ni las competencias necesarias para decidir. También nos queda recorrido en la gestión de usuarios, siempre más compleja de lo que parece y ya definitivamente necesaria a nivel de grupo, o en la de accesos. Pero el asunto va más allá: las amenazas de ciberseguridad son cada día más refinadas, destructivas e inhabilitantes, de forma que los sistemas requieren, además de buenas defensas y auditorías constantes, de planes de contingencia, backups, segmentación o recuperación ante desastres cada vez más complejos de hacer efectivos. Hoy tenemos las funciones relacionadas con la gestión de riesgos divididas entre especialistas y la fuga de uno solo nos hace mucho daño, así que en mi mente se dibuja un equipo algo más multidisciplinar, aunque sea igual de reducido. Por otra parte, no sé si un área interna puede seguir el ritmo necesario de todo esto, la verdad… sospecho que va a ser necesario un modelo mixto, pero no se me olvida que es una necesidad con un creciente coste económico y de comportamientos, que realmente no aporta valor.
  • MAKE OR BUY – Creo que es muy necesario repensar de nuevo las decisiones de externalización, en todos los ámbitos: comunicaciones, seguridad, desarrollo, asistencia a usuario, plataformas de datos… Será difícil tener un criterio claro sobre de qué cosas debemos desprendernos internamente y en qué cosas debemos reforzarnos o debemos integrar, porque las necesidades están cambiando velozmente. Pero va a ser imprescindible, porque anclados en las competencias y funciones clásicos corremos el riesgo de colapsar.

Creo que ya hay materia para el debate, ¿no?

¿Pueden regalarme su propia experiencia, sus propuestas o recomendaciones operativas sobre una estructura organizativa pensada para el futuro? Teorías no, por favor… 😕

Les reconozco que ya no sé muy bien qué tipo de lectores conserva esta bitácora, pero sospecho que hay varios con responsabilidades en esta área o con una función directiva que les habrá permitido ser espectadores privilegiados y con criterio sobre cambios relacionados en sus organizaciones.

Por eso me he atrevido, por una vez, no a invitarles a comentar… sino a pedirles que lo hagan.

Y bueno… si no funciona… a esto me he lanzado con la ambición alta y las expectativas bajas. Toleraré la frustración… 😀

Vibraciones: 25 años, día a día

No recuerdo la hora exacta que era en la mañana del pasado viernes, pero sí que había transcurrido buena parte de la misma y que estaba compartiendo algún tema relacionado con los proyectos que tenemos este año en nuestra mano con una colaboradora muy cercana.

No sé por qué, pero me fijé en la fecha y no en la hora al mirar el móvil: 5 de febrero de 2021. Y como en días pasados había sido consciente de ello, enseguida me vino a la mente que tal día como ese, 25 años atrás, había sido mi primer día de trabajo en la cooperativa.

Casi 5.500 días de dedicación formal a ella (los de casa no merece la pena contarlos) y 700.000 km recorridos solo para ir a trabajar o volver a casa cada día… que suponen nada menos que 200.000 € gastados, groso modo, solo por usar un coche para ir a trabajar durante ese tiempo.

25 años son casi la mitad de la vida que recuerdo… y la verdad es que, visto así… abruma.

Más aún… no sé si hay mejor ejemplo de esa expresión que Julen Iturbe usaba antes con asiduidad, que es que en el pasado «la empresa vertebraba la vida de las personas».

Pues no sé yo si es algo que pertenece al pasado.

Tal vez no… o tal vez es que formo parte del segmento ya viejuno, en el que este factor aún podría estar muy presente.

Y va a ser que sí… 🙄 🙂